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El tema de los mujeriegos ya se ha tratado con anterioridad en esta columna, pero esta autora quiere volver a hacer un énfasis por doceava vez. Dazai Osamu es un mujeriego, un mujeriego con “M” mayúscula. No voy a negar que es apuesto, pero su atractivo lo compensa con lo imbécil que puede llegar a ser ( que debe esperarse de los alfas.)
Se creía que no existía tal persona capaz de domésticar a este gato cimarrón, o al menos eso era lo que creía hasta la llegada de Atsushi Fukuzawa. La joya de la temporada ha logrado atrapar al pez más gordo y mujeriego de la alta sociedad.
¡Son la pareja de la temporada, no, muy banal, del siglo! Tal vez está autora no sea invitada a su boda, pero no me impedirán escribir sobre ello.
OFICINA DE PERIÓDICOS, LOUISA ALCOTT.
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El viento le deshacía el pelo y lo hacía llorar. A lomos de serafín, su yegua favorita, Dazai se sentía libre. Hacía que el caballo corriera muy deprisa. Nunca se preguntaba adónde iban o de qué huían. Lo único que quería era sentir la velocidad.
Llegó a una zona más arbolada, redujo el ritmo un poco y respiró el polen de las flores. Era una brisa demasiada fresca para ser primavera y a pesar de las estaciones del año; la montaña siempre permanecía cubierta de nieve. Cerró los ojos por un momento, envolviéndose en los sonidos y olores del valle. Recordó a un hombre ciego que había conocido en una ocasión, quien le había comentado que, tras perder la vista, sus otros cuatro sentidos se habían vuelto más agudos. En ese momento, mientras estaba a lomos de serafín, comprendió su perspectiva de manera clara. Escuchó atentamente los sonidos del valle; el piar de los pájaros, el chillido de las ardillas en busca de nueces, y luego el trote de un caballo... frunció el ceño y abrió los ojos.
