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Andrea estaba en su apartamento en El Poblado, Medellín, un lugar cómodo y acogedor en un séptimo piso, con una vista impresionante de la ciudad iluminada por las luces nocturnas.
Eran las 2 de la mañana, y el sonido suave de la música de fondo la mantenía concentrada mientras trabajaba en su laptop.
Estaba en su último semestre de derecho, y aunque estaba cansada, la emoción de saber que solo faltaban dos meses para graduarse la motivaba a seguir adelante.
Sentada en su cama, rodeada de libros y apuntes, Andrea tarareaba una canción de Feid mientras revisaba lo que había escrito.
-Me hace' falta, tu, tu, tu, tu, tu, a tu foto le hago zoom, zoom, zoom, zoom, zoom. - murmuró al ritmo de la música, sus dedos tecleando rápidamente en la laptop.
Leía en voz alta una parte de su trabajo sobre la teoría del contrato social de Rousseau, tratando de asegurarse de que todo estuviera claro y bien argumentado.
-Según Rousseau, el hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado... Jueputa, me toca alargar eso. -comentó para sí misma mientras hacía una nota para revisar la redacción más tarde.
Andrea suspiró, estirando el brazo para agarrar sus gafas que descansaban sobre la mesita de noche. Llevaba varias horas con los lentes de contacto y ya comenzaban a incomodarla. Se frotó los ojos antes de ponerse las gafas y mirar su teléfono.
La pantalla brilló, mostrando que tenía 3 mensajes sin leer en un contacto, y en otro, 9 mensajes acumulados. Sabía perfectamente quién era el responsable de esos 9 mensajes. Suspiró, dejando el teléfono a un lado sin abrirlo.
La mirada de Andrea se posó en una foto enmarcada que estaba sobre la mesita de noche: el, con su característica sonrisa.
Sin pensarlo demasiado, tomó la foto y la puso boca abajo, como si con ese gesto pudiera bloquear los pensamientos que la distraían. Luego, volvió a concentrarse en su trabajo, sus dedos tecleando con más rapidez.
Mientras tanto, su cachorro golden retriever, un regalo de el, se acurrucó entre sus pies, buscando un poco de calor. Andrea sonrió al sentir el peso suave del perrito sobre sus pies, y poco después, el pequeño se subió a su regazo, acomodándose como si fuera su lugar favorito en el mundo.
-No me desconcentre, amor. -murmuró Andrea, rascando suavemente la cabeza del cachorro mientras retomaba su tarea. Cantaba en voz baja una línea de.
-Tengo una colombiana que me escribe to' los días. -sonriendo un poco, reconociendo la ironía de la letra.
