Día 28 - Gatear

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A Suguru le costó unos días lograr que la secta se restableciera de manera segura.

La gente que se quedó, le aseguró que lo seguirían hasta la muerte, si quería ser un Dios, o si solo quería ser un líder de secta.

La gente que se fue... Bueno, fueron algo diferentes.

Algunos lo insultaron.

Algunos le dijeron que esperaban el momento en que recapacitara.

Algunos otros sólo le agradecieron, le dieron una última reverencia, un último "Geto-sama" y se marcharon.

Pero Suguru aceptó todo. Se sentía en paz.

Sentía que eso era lo correcto.

Después de tantas malas decisiones, comenzaba a forjar un camino nuevo, uno que no le daría vergüenza contarle a Cameron cuando creciera.

(...)

Suguru se movía por la cocina, haciendo el pastel que había querido preparar desde hace tiempo para su prometido.

Miraba la hora cada poco, Satoru no tardaría en llegar de la escuela de hechicería, esa vez, se había llevado a Cameron con él, así que estaba sólo.

Pero estaba bien, le relajaba un poco a decir verdad, amaba a su familia, pero no siempre le podía seguir el ritmo cuando Satoru hablaba tanto y Cameron balbuceaba incluso más.

El pastel estuvo listo luego de un rato, faltaba la decoración y que Satoru llegará para que lo probará.

(...)

Satoru caminaba con tranquilidad, Cameron bostezaba contra su pecho mientras era sostenido cómodamente gracias a la mochila para bebes.

Satoru jugueteaba con su cabello mientras esperaba que el semáforo cambiará, su cabello también había crecido, ya podía hacer una palmita con él.

Esperaría que creciera más para poder hacerle un Digimon de peinado.

—Cameron, mira —le susurró cuando pasaron la calle, señalando hacia la tienda de enfrente— una florería, ¿Le llevamos flores a tu papi? Se va a poner feliz.

Cameron miraba con atención los brillantes colores, sus ojitos lo más abiertos que podían y balbuceando cuando su mami le hablaba.

—¿Qué tal estas? —le preguntó, acercando a Cameron un ramo de rosas.

Pero el bebé saco la lengua, girando la cabeza a otro lado.

—Esas no, entiendo.

Satoru lo pensó un momento, mirando las flores con ojos crítico. Eran para Suguru. Debían ser perfectas.

—¿Estás? —Cameron vio las violetas, pero volvió a girar la cabeza.

Satoru rodó los ojos debajo de sus gafas de sol.

—Público difícil.

Murmuró, hasta que su vista se poso en dónde miraba su bebé.

—¿Tulipanes? ¿Quieres darle tulipanes? —le dijo con una ceja alzada, pensando en cómo se verían al lado de Suguru.

Ay, ¿A quién engañaba? Todo se miraba perfecto al lado de Suguru.

—Muy bien, peque. Tulipanes serán.

Satoru se acercó a la cajera, dándole su tarjeta para que se cobrará el ramo.

—¿Es su hijo? —le preguntó la señorita.

—Sí —contestó con una sonrisa, le gustaba presumir a su bebé.

—Es muy lindo. Aunque casi no sonríe.

La familia que siempre quise (SuguSato M-preg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora