Ser mujer no es nada fácil en esta sociedad patriarcal y arcaica en la que vivimos. 1958, sí, nos ha tocado vivir en una época donde todo aquello que se salga de la norma está penalizado, discriminado, repudiado, criticado y señalado.
Yo, Fina Valero, soy una chica normal, de clase obrera, que me oculto bajo mi propia identidad para evitar el reproche de los que me rodean, aunque esto suponga esconderme a mí misma.
Desde pequeña sentía diferente, no del mismo modo que mis padres me habían enseñado. Ellos eran los únicos referentes que tenía ante mis ojos y se supone que su objetivo en esta vida era hacerme crecer y que encontrara un buen hombre con el que compartir mis días, que me cuidara y protegiera, y que me diera todo aquello que necesitara. Sin embargo, yo sabía que eso no era lo que yo quería para mi, que no me nacía fijarme en los hombres; ni si quiera relacionarme con ellos.
Me crié en la casa de los de la Reina, viendo como los varones mantenían el poder de una clase burguesa que buscaba la riqueza y el reconocimiento de la sociedad que le rodeaba.
Ellos controlaban los negocios de perfumes en Toledo y siempre estaban a la cabeza de las inversiones de la zona.
Mi padre, el cochero de los de la Reina, Isidro, era un hombre humilde que había conseguido ciertos privilegios por su trabajo y eso hacía que yo, Fina, pudiera corretear en la gran casona de los de la Reina, rodeándome de sus 3 hijos y sobrinos, especialmente, de Doña Marta de la Reina, la única de las féminas de la casa.
Siempre sentí admiración por ella; altiva, respetable, sofisticada, decidida, toda una mujer glamourosa que no se permitía ser pisoteada por ninguno de sus hermanos. Tenía muy claro sus intereses y expectativas y es por ello por lo que imponía tanto.
Estar a su lado para mi era todo un regalo pues mi referente de vida estaba siempre presente y en mi interior tenía mucha envidia de ella por la admiración que le tenía. Me reflejaba a mí misma en su persona, quería ser como ella y, aunque fuera mucho más joven, para mi era alguien a quien admirar.
Recuerdo como en las tardes de verano solía salir al patio trasero de la casona y yo le preguntaba a mis padres si también podía salir a jugar con ella. Allí empecé a coleccionar momentos que aun tengo grabados en mi corazón y en mi memoria. Las carreras por el camino de piedra... el escondite tras las choperas del jardín... las guerras de arena que no nos libraban de una buena regañina... e incluso las carreras de piedras donde yo siempre competía en el equipo contrario a Marta. Nunca le ganaba pero me reconfortaba su abrazo cada vez que terminábamos la competición.
Sus ojos de un azul intenso ya me atraían por aquel entonces. Cuando se acercaba y me miraba, notaba una confianza que era difícil de olvidar, de no sentir. Tenía una mirada muy especial que te penetraba y atravesaba todo su ser, inexplicable, o por lo menos, entonces no sabía que significaba. Ahora ya puedo atar cabos y sé, sin lugar a dudas, que era AMOR.
Mi infancia fue vivida en un ambiente agradable, aunque siempre teniendo en cuenta que yo pertenecía a un status inferior al de los de la Reina, sin poder disfrutar si quiera de los privilegios de Doña Marta. Viajes a Madrid, paseos por Toledo a grandes espectáculos, cenas de posting, vestidos caros y bien acicalados, comidas deleitables... aún recuerdo un día que paseaba con mi madre por Toledo y nos paramos frente a un escaparate donde había un muñeca preciosa de la cual me enamoré pero que nunca pude tener porque valía muy cara (si hubiera sido Marta seguro que la hubiera conseguido enseguida). No contaba con nada de eso pero sí con la máxima de las atenciones que mis padres podían ofrecerme, lo cual a Marta de la Reina le faltaba en demasía.
Ella tenía que cumplir ciertos protocolos en la mesa, en sociedad, y no podía ser todo lo niña que teníamos que ser por aquel entonces. A decir verdad, tuvo mayores responsabilidades de las que debería para su edad y eso la hizo más fuerte, escondiéndose en una máscara que la hacía parecer arrogante, seria y estricta. Lo que no sabía era que dentro de aquel cuerpo y rostro imponente se escondía toda una mujer tierna, sensible, amorosa, soñadora y muy muy vulnerable. Pero el tiempo y los años se lo harían ver de un modo u otro pues no hay nada en esta vida que se pueda ocultar para siempre y ser quien eres está por encima de todo.
Cuando cumplí 7 años, la vida me castigó con el mayor dolor que se puede sentir, la muerte de mi madre. Ella era la persona más maravillosa del planeta y quedarme sin su presencia a tan temprana edad hizo que tuviera que madurar antes de lo previsto y aprender a cuidar de mí y de los demás. Mi personalidad se fortaleció y tuve que dejar de lado las fantasías que tenía en mi cabeza para dedicarme a mantener el hogar y ejercer de mujer y, por supuesto, ayudar a mi padre en todo lo que pudiera. Maduré demasiado pronto pero sin, por ello, dejar de lado quien era y cómo sentía.
En mis pensamientos estaba ella, Marta de la Reina, y seguía siendo mi mayor referente de fortaleza. Mis sueños e ilusiones estaban anclados bajo mi piel y cuando me iba a dormir los tenía ahí preparados para disfrutar de ellos mientras caía en mis más profundos sueños. ¿No pensáis que es maravilloso poder disfrutar de esos momentos de sosiego y tranquilidad que son solo tuyos y de nadie más, disfrutando de tu imaginación?
Sin embargo, Marta creció y pasó a formar parte de todas las responsabilidades de la empresa encargándose de la tienda y las ventas del almacén. Por su vitalidad y fortaleza, se hizo un hueco entre sus hermanos para dirigir la empresa, siempre tan libre e independiente pese a ser mujer en esa época. No había nadie que se le encarara y si lo hacían, ella tenía la suficiente entereza y firmeza como para ponerlos en su sitio y bajarles los humos a todos. ¡Era mi ídolo, mi punto de referencia!
En silencio, la admiraba y la vigilaba. Sabía todo lo que hacía; me conocía su vida al completo y me encantaba la mujer en la que se había convertido, incluyendo ese sarcasmo tan característico que usaba para defenderse.
En cuanto a mi, me volví adolescente y algunos chicos de la colonia intentaron flirtear conmigo sin éxito alguno. No me interesaba que se me acercaran; los encontraba brutotes y cazurros, simples y vacíos, sin más expectativas que casarse y tener hijos. Le di plantón a más de uno aunque mi padre insistiera en que era lo mejor para mi y para mi futuro.
¿Un futuro con un hombre? Empecé a creer que eso no estaba en mis planes porque no me gustaba la idea de besarme con un chico, de acariciarle la cara, de tener que vivir y compartir intimidades.
Empecé a darme cuenta que, efectivamente, no sentía atracción por lo masculino; que a mi me atraían las chicas y que era mi naturaleza, algo de lo que estaba cada día orgullosa y no me avergonzaba.
Mi personalidad siempre había sido muy auténtica, sin dobleces. Sabía muy bien lo que quería en la vida y ya desde niña tuve las pistas necesarias para reafirmar mi identidad.
Yo, Fina Valero, era lesbiana; me gustaban las mujeres y no había por qué avergonzarse. Era mi naturaleza, no lo había elegido, simplemente era así; nací sintiéndolo de esa forma y me hacía una persona detallista, cariñosa, humilde y sincera, con grandes valores para conseguir lo que quisiera.
Y aunque vivir en 1958 no lo había elegido, tenía claro que tendría que llevar una doble vida, ocultando quién era para mostrar al mundo quien "debería ser por normativa".
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Simplemente...¡Tú, Marta de la Reina!
FanficHe intentado contar la historia de nuestras Mafin por escrito, a modo de novela, incluyendo algunos detalles nuevos y variaciones pero, siempre, fiel al guion de sus creadores. Es solo por disfrute y a modo de resumen para quien quiera releerlo una...