II - A trabajar

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Cuando cumplí 20 años, llegó el momento de comenzar a trabajar y la tienda de los de la Reina era mi sueño desde pequeña. Estar allí rodeada de olores de perfumes por todas partes, aromas que deleitaban sensaciones, que te transportaban a momentos y a recuerdos... ¡era lo mejor que me podía pasar en la vida! Mas aun porque me había criado en ese ambiente y sabía todo lo que se hacía en la fábrica.

Solo había un detalle que me inquietaba: estar tan cerca de Doña Marta, que fuera mi jefa y tuviera que rendir cuentas con ella a cada instante.

Me daba bastante respeto e, incluso, miedo. Esa mujer imponía mucho y eso hacía que un cosquilleo me recorriera el cuerpo de pies a la cabeza. Doña Marta, delante mía, observándome, analizándome, juzgándome... ¿y si no estaba a la altura de lo que ella esperaba de mi? Me conocía de toda la vida, sabía quien era y cómo era, me había visto crecer... ¿me exigiría más que a las demás?

No era lo mismo convivir con ella en un ambiente más relajado que ser su empleada y ella mi jefa.

Por un tiempo, todo transcurrió tranquilamente. Pasaba desapercibida en el almacén y me llevaba muy bien con mi compañera Carmen, mi gran confidente. Sin ella, me hubiera encontrado bastante sola pero teniéndola allí me calmaba lo suficiente. ¡No sé que hubiera hecho sin ella cada vez que tenía ganas de llorar y de desahogarme! Y es que tener a alguien a tu lado es un gran alivio para mostrarte vulnerable. Tan solo había un secreto: mi homosexualidad. Era evidente que tenía miedo de su reacción si lo supiera. ¿Cómo reaccionaría? Era un miedo más que racional y lógico siendo tan fuera de la norma para la mayoría.

Un día todo cambiaría: salía un puesto de dependienta de cara al público y ese era mi momento. ¡Quería seguir avanzando profesionalmente! Pero... había un "pero" que me aterraba, ¡Doña Marta frente a mi!

Tras una conversación con mi padre en la cocina que me calmó los nervios y la inseguridad que portaba, fui a la tienda a hacer una entrevista para demostrar mis dotes como empleada pues de todos los puestos disponibles, estar de cara al público con mis dotes carismáticos, era una de las posibilidades.

El miedo invadía todo mi cuerpo. Me costaba respirar y articular palabra pero sabía la importancia que conllevaba y de ser yo la que consiguiera esa posición como empleada.

Llegó el día de la entrevista y me desperté sobresaltada. Gotas de sudor caían sobre mi rostro y un escalofrío inundó mi ser. Doña Marta era la única palabra que emitía mi mente. ¿Por qué me daba tanto miedo? ¿Qué me estaba pasando interiormente?

Me estuve vistiendo durante media hora porque quería estar impecable, que irradiara felicidad y desprendiera luz y belleza.

Carmen me dio un abrazo y me animó dándome mucha fuerza. Ella confiaba en mi más de lo que yo misma podía confiar. ¿Sería suficiente? ¿Bastaría con ello?

Me dirigí a la tienda respirando pausadamente, manteniendo la compostura. Esto tenía que salir bien, no podía ser de otra manera.

Al llegar, allí estaba Doña Marta esperándome; altiva, imponente, seria, con esa templanza que la caracterizaba.

Cuando se dirigió a mi y dijo ¡Hola, Fina!, el cielo se cayó sobre mi. El corazón comenzó a latir rápidamente y casi no podía sacar frases de mi boca. La tenía allí, delante mía, mirándome de arriba a abajo, analizándome. Yo era incapaz de mantenerle la mirada, me superaba, me hacía pequeñita; me sentía tan poca cosa a su lado... Le respondí con un "hola" tan seco y frío del que me arrepentí al segundo. ¿Por qué me comportaba así ante su presencia? Si jugábamos juntas de pequeñas y éramos muy cómplices la una con la otra... ¿qué había cambiado con el paso del tiempo?

Simplemente...¡Tú, Marta de la Reina!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora