VIII - La enfermedad

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Doña Marta solía ponerse a escribir en su diario cuando tenía un hueco en su vida ajetreada como empresaria. Aquel diario de pasta blanda que le había regalado su hermano Andrés era considerado su mayor secreto pues escondía sus pensamientos más íntimos y preciados, especialmente cuando iban de la mano de su querida Fina.

En ellos, últimamente, expresaba su deseo de ser madre aunque no fuera de la manera que le gustaría. Os dejo aquí una transcripción de lo que plasmaba con palabras en aquellas hojas:

"Hace ya tanto tiempo que me olvidé de la idea de ser madre que, ahora recuperada la ilusión, no hay nada que me haga mirar al futuro con mayor esperanza. Pensar en descubriendo el mundo a través de sus ojos me hace sonreír y a Jaime que lo desee por encima de cualquier cosa; sé que va a ser un buen padre.

Pero... siendo sincera, si fuera libre, no lo elegiría a él para acompañarme en esta aventura. Elegiría a la persona con la descubrí el verdadero amor, a Fina. La añoro, ella es mi vida, y sobrevivo sin ella conformándome con el recuerdo de su olor y el calor de su aliento".

Jaime lo había visto ya mas de una vez con él en las manos y pues ella le contó que era un diario donde expresaba sus inquietudes y sus deseos. Le daba sosiego.

A mi, personalmente, me reconforta saber que siempre era yo la dueña de sus pensamientos y de sus anhelos, que estaba presente en cada paso que daba en su vida y que decidía dar y que, aunque no estuviéramos juntas, ella me llevaba clavada en su corazón.

Yo, pobre de mi, no estaba pasando el mejor momento de mi vida y, por si fuera poco, empeoraría mi situación. ¿Cuándo iba a ser feliz?

El acontecimiento venidero me destruiría y haría que Doña Marta se acercara a mi de múltiples formas aunque siguiéramos sin estar juntas y sin ese contacto física de besos y abrazos que tanto echábamos en falta.

Un día, mi padre, que estaba delicado de salud, tuvo un accidente con el coche de la empresa, pues fue encontrado inconsciente sobre el volante. Se cree que le dio un infarto y como ya padecía de problemas de corazón se le había acentuado más aún.

El pronóstico que le dieron los médicos de la colonia no iba a ser bueno. Mi padre, Isidro, no viviría mucho más para contarlo. Sus días estaban contados y era cuestión de tiempo que se muriera pues no había ningún tratamiento o cura contra aquel problema de corazón.

¡Eso no podía ser verdad! Me negaba a aceptar que no había cura o solución y que perdería a la persona que más quería en el mundo y a la única que tenía y que me arropaba en mi vida.

Si supierais como la vida te da una bofetada en momentos así para despertar de ensoñaciones absurdas... estuve cuidando de mi padre día y noche; faltaba al trabajo de vez en cuando para darle las mejores atenciones y hacía todo lo que estuviera en mis manos para que estuviera bien atendido y no le faltar a de nada.

Doña Marta, al enterarse, también se derrumbó. No solo por ser mi padre y por mi sino también por el hecho de que se había criado con él y la había visto crecer. Él las llevaba y recogía del colegio, las sacaba a pasear y al parque, jugaba con ella y con sus hermanos...

¡Había sido como otro padre para ella! Y si le añadíamos que era el padre de la mujer de su vida, de su gran amor, pues dolía aun más por dentro. Jaime notó lo que le afectaba la enfermedad de Isidro e intentó ser venebolente con ella sin saber lo que había detrás de todo. Se dio cuenta de que me mencionaba mucho y sentía lástima por mi pero, como era tan inocente, nunca ataría cabos ¡Eso seguro!

Por todo esto, Marta se refugió más y más en su diario, escribiendo con más frecuencia. ¡Era el único que la escuchaba! En una de esas, acudí en su encuentro porque necesitaba verla y que fuera ella quien me consolara aunque fuera tan solo con palabras.

Estaba quedándome en la casona a dormir para cuidar de mi padre y me dijeron que Marta estaba en el salón. Entré sigilosamente cuando la encontré escribiendo perdida en su mundo y hablando de mi, como no, y de que le dolía no poder estar a mi. Lado de la forma en la que le gustaría. No quería molestarla pero sé que a ella no le importó en absoluto porque también estaba deseando encontrarse conmigo.

Dejó su diario y se levantó a mirarme a los ojos. Sentí su abrazo a través de ellos que me miraban con ternura y con mucho amor. Y tras unas palabras de calma me abrazó dándome mucha mucha fuerza y me susurró que estaría ahí para lo que necesitara. Ella me quería pero no sabía como mostrármelo sin que se notara.

Llegó Jaime interrumpiendo nuestro momento como era habitual y se la llevó al cuarto, quedándome mirándolos con mucho rencor y sin poder ser yo la que compartiera alcoba con ella. ¡Seguir resignándome a no podernos amar era la peor decisión tomada de nuestras vidas, os lo aseguro!

Yo seguía cuidando de mi padre hasta que éste me echó de su lado pues no quería que estuviera con él todo el tiempo dejando de lado mis obligaciones. Me hizo volver a la tienda a trabajar y allí volví a ver a Doña Marta, que se preocupó por mi pues me vio mala cara como si no hubiera pegado ojo en toda la noche. Temía que enfermara y no quería que pasara eso. Me recomendó cogerme días de baja sin ser descontado, que haría lo que hiciera falta por mi, pero yo me negué pues me venía bien estar distraída, la verdad.

Sin embargo, el peso del estrés y la ansiedad haría factura en mi. Tuve momentos en los que no pude aguantar la tristeza y lloré en la tienda e, incluso, tuve que irme a la trastienda en varias ocasiones para que ninguna clienta me viera desmoronarme. Allí tenía a Carmen siempre a mi lado para darme un abrazo y tenderme una mano.

Día a día, hacía lo que podía hasta que una tarde me escondí en el almacén y me derrumbé llorando y lamentándome por lo que estaba pasando. No era capaz de sacar endereza y afrontar lo que estaba por venir. Me sentía sola sin Marta y si faltaba mi padre, ¿qué sería de mi?¡Ya no me ataría nada a la colonia ni al sitio que consideraba mi hogar!

Entre sollozo y sollozo, Doña Marta me escuchó y entró antes de marcharse por el almacén a ver quien estaba por allí. Cuando se dio cuenta de que quién se escondía tras los estantes era yo, no dudó en salir a mi encuentro y preocuparse por mi. Se agachó para ponerse a mi altura y me agarró los brazos para consolarme.

Doña Marta: Fina, ¿qué te pasa?

Fina: Se muere, Marta, se muere y no puedo hacer nada por evitarlo. No sé qué va a pasar conmigo cuando no esté. ¡Es que no tengo a nadie en este mundo, Marta, a nadie!

Doña Marta: ¡No digas tonterías!

Me dio un fuerte abrazo, cogiendo mi cuerpo y entrelazándolo con sus brazos.

Fina: Yo no puedo hacer nada si no le tengo a mi lado. ¡Estoy sola por mucho que digas, estoy sola!

Doña Marta:¡Se me parte el corazón viéndote así!. Si pudiese hacer algo, cualquier cosa, para evitar tu sufrimiento, créeme que lo haría.

Fina: ¡Ya lo estás haciendo!

Y en aquel preciso instante nos besamos una y otra vez; nos fundimos en besos y caricias; ¡esas que tanto habíamos estado conteniendo y deseábamos con locura! Allí, escondidas, lejos de miradas, nos fundimos la una en la otra dando rienda suelta a nuestro amor reprimido. Sé bien que fue debilidad la que hizo que llegáramos a eso pero no me importó. ¡Era lo que necesitaba y me estaba calmando! ¡Marta era la única persona que podía calmar mi tristeza y darme lo que necesitaba! El amor escondido bajo la noche se encendió con la luz del sol; ¡era cuestión de tiempo! ¡No podíamos estar la una sin la otra!

Su mano sobre mi cintura, recorriendo cada uno de los hoyuelos de mi piel; sus labios tan jugosos sobre los míos, mostrándome una vez más su amor. ¡Ufff! Aquel almacén y tienda ardió en llamas. Nos dejamos llevar como nunca antes y nos olvidamos de todo lo que acontecía a nuestro alrededor.

Pero como nuestra historia no está hecha para momentos felices mas que instantes fugaces como aquel, Jaime nos descubrió. Resulta que no tuvo otra idea mejor que ir a buscar a Doña Marta a la tienda ya que llegaba tarde a su cita para cenar y...¡Sorpresón del grande!La vio y me vio comiéndonos a besos, en brazos la una de la otra. No nos interrumpió por fortuna pero eso sería una buena charla incómoda para Marta y un escándalo de llegarse a saber.

El miedo a ser descubiertas estaba al borde de salir a la luz por culpa de nuestro descuido.

Simplemente...¡Tú, Marta de la Reina!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora