Capítulo 7

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La Confusión del Corazón

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Los días se alargaban, pesados y llenos de una melancolía que Pablo no podía entender. La residencia presidencial, que antes había sido un refugio, se había convertido en un laberinto del cual no podía escapar. Cada rincón de la casa parecía recordarle la confusión que sentía. Los sentimientos que albergaba hacia Pedro no hacían más que intensificarse, y con ellos, la confusión se volvía más abrumadora.

En las noches, el silencio se volvía ensordecedor. Pablo se mantenía despierto, mirando al techo de su habitación mientras su corazón latía desbocado. Los pensamientos giraban en torno a Pedro: cada encuentro, cada mirada, cada palabra intercambiada en esos breves momentos. Pedro parecía tener un impacto profundo en él, un efecto que Pablo no estaba dispuesto a admitir siquiera a sí mismo. Se preguntaba si Pedro alguna vez había notado su creciente nerviosismo, las miradas furtivas que le lanzaba, o si para él, Pablo no era más que el hijo del presidente, alguien insignificante en comparación con sus preocupaciones y responsabilidades.

La confusión llevó a Pablo a tomar medidas extremas para evitar a Pedro. Hizo todo lo posible por evitar los lugares donde sabía que Pedro podría estar. Si se enteraba de que Pedro asistiría a algún evento o reunión, encontraba una excusa para no asistir. Pero, irónicamente, cuanto más intentaba alejarse, más fuerte se hacía el tirón en su corazón, un recordatorio constante de lo que estaba tratando de ignorar. La distancia no hacía sino intensificar el deseo de estar cerca, de entender y de enfrentar lo que sentía.

El aislamiento se convirtió en su refugio, pero también en su mayor enemigo. La soledad, que antes le proporcionaba un alivio, ahora le pesaba como una carga. No tenía a nadie con quien compartir sus pensamientos, ni con quién hablar abiertamente de lo que estaba sintiendo. En un entorno donde las emociones se consideraban una debilidad y la imagen y el control eran lo más importante, Pablo sentía que estaba perdiendo el control. Sus emociones lo arrastraban hacia un lugar de incertidumbre y vulnerabilidad que no sabía cómo manejar.

En la biblioteca, su lugar de escape habitual, las páginas de los libros no lograban ofrecerle la distracción que antes solían proporcionar. Los personajes de las historias, una vez sus compañeros de aventura, ahora parecían lejanas figuras que no podían consolarlo en su estado de confusión. Cada página que pasaba solo servía para aumentar su sentimiento de vacío, ya que la realidad que enfrentaba no se parecía en nada a las narrativas que solía disfrutar.

Una tarde, Pablo decidió que necesitaba un cambio de escenario. Salió al jardín, donde se sentó en una de las bancas bajo un gran roble. El aire fresco y la vista de los árboles verdes eran un alivio temporal. Sin embargo, mientras contemplaba el paisaje, sus pensamientos regresaban inevitablemente a Pedro. La atracción que sentía por él parecía cada vez más inescapable, un peso constante en su pecho.

En ese momento, una voz rompió el silencio. Era Pedro, que paseaba por el jardín y lo encontró en su rincón habitual. Pedro se acercó con una expresión amigable en el rostro.

—Pablo, ¿cómo estás? —preguntó Pedro, deteniéndose a su lado.

Pablo forzó una sonrisa. —Hola, Pedro. Solo necesitaba un poco de aire fresco.

Pedro se sentó junto a él, observando el jardín con una mirada apreciativa. —Es un buen lugar para despejar la mente. A veces, pasar tiempo en la naturaleza puede ayudar a ordenar los pensamientos.

Pablo asintió, sintiendo una oleada de nerviosismo al estar tan cerca de Pedro. La conversación fluyó lentamente al principio, con temas superficiales sobre el jardín y el clima. Pero pronto, Pablo sintió la necesidad de hablar más, de abrirse a Pedro de alguna manera, aunque sabía que no era el momento ni el lugar adecuado.

—Pedro, a veces siento que estoy perdiendo el control —dijo Pablo, de repente, con una vulnerabilidad que no había mostrado antes. —Siento que mis emociones me están arrastrando a un lugar que no entiendo.

Pedro lo miró con atención, su expresión cambiando a una de comprensión. —No es fácil lidiar con las emociones, especialmente cuando son tan intensas. A veces, lo que sentimos puede ser abrumador.

Pablo lo miró, buscando algún tipo de consejo o comprensión en sus palabras. —¿Y tú? ¿Cómo manejas tus propias emociones, especialmente en un mundo como el nuestro?

Pedro sonrió con una mezcla de tristeza y sabiduría. —No siempre es fácil. Aprendí a aceptar lo que siento, incluso cuando no lo entiendo completamente. A veces, el primer paso es simplemente admitir que estamos confundidos y buscar maneras de entendernos a nosotros mismos.

Pablo sintió que esas palabras resonaban profundamente en él, pero aún no podía ver claramente el camino hacia la solución de su propia confusión. Se quedó en silencio, pensando en cómo Pedro parecía tener una perspectiva que él mismo deseaba tener.

Pedro se levantó, preparándose para irse. —Si alguna vez necesitas hablar, no dudes en buscarme. A veces, compartir lo que sentimos puede ayudarnos a encontrar claridad.

Pablo asintió, con una mezcla de gratitud y tristeza. —Gracias, Pedro. Lo tendré en cuenta.

Mientras Pedro se alejaba, Pablo se quedó sentado en la banca, contemplando el jardín con una nueva perspectiva. La conversación había sido un pequeño alivio en su tormenta emocional, pero también había dejado claro que aún tenía un largo camino por recorrer. Sus sentimientos por Pedro seguían siendo una nube oscura en su vida, y aunque la conversación había proporcionado un destello de esperanza, el futuro seguía siendo incierto.

Volvió a su habitación con el corazón aún pesado, pero con una ligera sensación de alivio. A pesar de la confusión y el dolor, sabía que no estaba completamente solo en su lucha. Aunque no tenía todas las respuestas, la conversación con Pedro había sido un recordatorio de que, a veces, la comprensión puede venir de los lugares más inesperados.

Dest 🤫.

Bajo mi protección [Gadri]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora