Capítulo 6

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El Despertar de los Sentimientos

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Una tarde gris, con nubes pesadas prometiendo lluvia, Pablo decidió pasear por los jardines de la residencia presidencial. Era un lugar que solía ofrecerle algo de paz y tranquilidad en medio del caos de su vida. Mientras caminaba entre los senderos cuidados y los arbustos recortados con precisión, se encontró con Pedro González López de manera inesperada. Era raro ver a Pedro solo, sin la constante compañía de asesores o funcionarios.

Pedro estaba en medio de una conversación telefónica cuando Pablo se acercó, pero colgó al notar su presencia. Alzando la vista, le dedicó una sonrisa cálida que hizo que el corazón de Pablo latiera con fuerza.

—¡Hola, Pablo! —dijo Pedro con un tono amable. —No esperaba encontrarte aquí. ¿Cómo estás?

Pablo, sorprendido y nervioso, le respondió con una sonrisa nerviosa.

—Hola, Pedro. No, yo tampoco esperaba encontrarte aquí. Solo necesitaba un poco de aire fresco.

—Entiendo perfectamente —dijo Pedro, acercándose un poco más, como si quisiera prolongar el breve encuentro. —A veces, el aire fresco es lo único que necesitamos para despejar la mente.

Pablo asintió, sintiendo un nudo en el estómago. Los ojos de Pedro, tan cercanos en ese momento, parecían profundos y accesibles. Mientras conversaban sobre temas triviales como el clima y las recientes reformas en la residencia, Pablo notó algo peculiar en la forma en que Pedro hablaba. A veces, una ligera inflexión isleña se asomaba en su acento, una melodía sutil en su voz que parecía contradecir la perfección de su discurso habitual.

—Pedro —dijo Pablo, con cierta curiosidad—, he notado que a veces tienes un acento isleño cuando hablas. ¿De dónde eres?

Pedro lo miró sorprendido pero con una sonrisa. —Ah, eso. Es una parte de mi historia que rara vez comparto. Nací en las Islas Canarias, en una pequeña isla llamada Tenerife.

—¿En serio? —preguntó Pablo, genuinamente interesado—. No tenía idea. ¿Qué te trajo a la península?

Pedro se acomodó en una banca cercana, invitando a Pablo a sentarse a su lado. —Bueno, mis padres se mudaron a Madrid cuando era joven. Mi padre encontró una oportunidad de trabajo aquí, y decidieron que era el mejor paso para nuestra familia. Crecí en Madrid, pero siempre he llevado conmigo algo de esa tierra canaria.

Pablo se acomodó en la banca, mirándolo con más interés. —Debe ser un cambio significativo pasar de una isla a una ciudad tan grande.

Pedro asintió, su mirada se tornó melancólica. —Sí, lo es. La vida en las islas tiene su propio ritmo, su propio encanto. La tranquilidad, el paisaje... Hay una conexión con la tierra que no encuentras en la ciudad. Pero, por otro lado, también me dio una perspectiva diferente, una que me ha servido mucho en mi carrera política.

—¿Y cómo fue adaptarte a ese cambio? —preguntó Pablo, intrigado por la historia de Pedro.

Pedro sonrió, una expresión que parecía más nostálgica que alegre. —No fue fácil al principio. Adaptarse a una nueva vida, a un nuevo entorno... Pero me acostumbré. Aprendí a apreciar lo que la ciudad tiene para ofrecer, y me esforcé por mantener una parte de mí misma conectada con mis raíces. Es un equilibrio complicado, pero uno que he aprendido a manejar.

Pablo escuchaba atentamente, sintiendo una conexión inesperada con Pedro a través de esa conversación. Era como si, al compartir una parte de su pasado, Pedro se hubiera vuelto un poco más accesible, más humano. Sus palabras resonaban en Pablo de una manera que no había experimentado antes.

—Es fascinante —dijo Pablo finalmente—. Me imagino que esas experiencias te han dado una perspectiva única.

Pedro asintió, una expresión de comprensión en su rostro. —Sí, eso creo. La vida en las islas y la vida en la ciudad me han enseñado a ver las cosas desde diferentes ángulos. A veces, las experiencias más inesperadas son las que más nos moldean.

El breve encuentro dejó a Pablo con una sensación de melancolía y de confusión. La historia de Pedro había sido una ventana a un aspecto más personal de él, algo que Pablo había anhelado conocer. Pero al mismo tiempo, sus propios sentimientos estaban enredados en una maraña de emociones que no sabía cómo desentrañar.

Mientras se despedían, Pablo sintió una mezcla de nerviosismo y anhelo. El encuentro había sido breve pero significativo, y a pesar de la claridad momentánea, la tormenta de sus sentimientos no había hecho más que intensificarse. Caminó de regreso a su habitación, la conversación con Pedro resonando en su mente, consciente de que lo que sentía iba mucho más allá de una simple admiración.

Dest 🤫.

Bajo mi protección [Gadri]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora