VIII. SOLO Y SIN GANAS

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JUANJO

La noche había sido extraña, y aunque Juanjo intentaba convencerse de que había hecho lo correcto, las dudas se colaban en su mente como un ladrón en la oscuridad. Recostado en su cama, con los ojos clavados en el techo, no podía dejar de pensar en la última conversación que tuvo con Martin. En aquel momento, sus palabras le parecieron justas, necesarias incluso. Pero ahora, en la quietud de la noche, las cosas no parecían tan claras.

Había algo en la forma en que Martin lo miraba que lo desarmaba, una mezcla de desconcierto y tristeza que le hizo cuestionarse si había sido demasiado duro. "¿Por qué siempre me toca a mí cerrar las puertas?", pensaba, sintiéndose atrapado en un ciclo que parecía no tener fin. Cada vez que daba un paso hacia adelante, la vida se encargaba de recordarle lo frágil que era todo, obligándolo a retroceder.

Juanjo sabía que había hecho lo correcto al marcar límites. No podía permitirse ser el saco de boxeo emocional de nadie, mucho menos de alguien que ni siquiera sabía lo que quería. "No es mi culpa", se repetía una y otra vez. "No es mi responsabilidad ayudar a alguien a encontrarse a sí mismo, no cuando yo también estoy intentando hacer lo mismo".

Pero, aunque intentaba convencerse de que había tomado la decisión correcta, el malestar no desaparecía del todo. Una parte de él entendía que Martin no lo había hecho a propósito, que tal vez simplemente estaba perdido, como todos en algún momento. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que Juanjo se sentía agotado, cansado de lidiar con personas que lo hacían dudar de sí mismo, de su propio valor.

"Qué pedazo de masoquista soy", murmuró para sí mismo, intentando encontrar algo de humor en la situación. Pero no lo encontró. En su lugar, la incomodidad se hizo más presente, y el peso de sus pensamientos comenzó a oprimir su pecho.

Trató de apagar esos pensamientos, cerrar los ojos y dejar que el sueño lo arrastrara a un lugar donde no tuviera que lidiar con la realidad. Pero las imágenes de Martin seguían apareciendo en su mente, esas pequeñas sonrisas y gestos que, sin quererlo, lo habían desarmado poco a poco.

Se dio la vuelta en la cama, frustrado consigo mismo por no poder dejar de pensar en él. "No voy a ser el saco de boxeo de nadie", volvió a repetir, esta vez con más firmeza. "No voy a ser el que termine mal parado otra vez". Y aunque sus palabras parecían fuertes, no lograban disipar por completo la punzada de culpabilidad que sentía.

Juanjo sabía que tenía que ser firme, que no podía dejarse llevar por sus emociones. Pero eso no hacía que fuera más fácil. Suspiró y se quedó mirando la oscuridad de su habitación, esperando que el día siguiente trajera consigo algo de claridad. Con la mente aún enredada en una maraña de dudas, finalmente se quedó dormido, sin darse cuenta de que su subconsciente seguiría torturándolo con imágenes de lo que podría haber sido.

Martin

El viernes por la mañana, Martin se despertó temprano, mucho más de lo que acostumbraba para un día en el que no tenía clases. Un dolor de cabeza punzante lo sacó del letargo, obligándolo a abrir los ojos con dificultad. Se quedó un momento en la cama, mirando el techo mientras trataba de recordar por qué tenía esa sensación de vacío en el estómago. Luego, el ruido de la cafetera en la cocina lo devolvió a la realidad.

Se levantó pesadamente y caminó hacia la cocina, encontrando a su madre sentada a la mesa con una taza de café entre las manos. La imagen lo impactó. Rebeca, siempre tan enérgica y segura, estaba completamente perdida en sus pensamientos. Desde que se mudaron a esta nueva ciudad, ella no había sido la misma. Aunque el cambio de entorno tenía el propósito de darles una nueva oportunidad, adaptarse no estaba siendo fácil para ninguno de los dos.

OPACAROFILIA- JUANJO Y MARTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora