Capitulo 17: Laberinto de confusiones

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El sol apenas comenzaba a asomarse cuando me desperté. El primer día de escuela siempre tenía esa mezcla extraña de emoción y nervios, como si cada año fuera una nueva oportunidad para cambiar las cosas o, al menos, intentarlo. Me vestí rápidamente, tratando de convencerme de que todo estaría bien. Tenía que estarlo.

Llegué a la escuela un poco más temprano de lo habitual. El patio estaba casi vacío, salvo por algunos rezagados que, como yo, no podían quedarse quietos en casa. Me dirigí al salón, esperando encontrarme con los chicos. Por el pasillo, saludé a un par de compañeros con una sonrisa distraída. Mi mente estaba en otro lugar, o mejor dicho, en otra persona.

Cuando entré al salón, las primeras caras familiares que vi fueron las de jasir y camila. Nos saludamos como si no hubiera pasado el tiempo. Enseguida llegaron tamara y rico, seguidos por lucho y sofía. Las bromas y las risas fluyeron con facilidad, como si las vacaciones no hubieran existido y simplemente hubiéramos pausado todo durante un par de semanas. Era reconfortante estar de nuevo con ellos.

Pero mi mirada seguía buscando una cara en particular.

No tuve que esperar mucho. Miranda apareció en la puerta del salón, con su sonrisa característica que siempre parecía iluminar la habitación. Sentí un pequeño nudo en el estómago, esa mezcla de emoción y nervios que se había vuelto casi familiar en las últimas semanas. Caminó hacia nosotros y saludó al grupo con la misma energía de siempre. Cuando llegó a mí, nos miramos un segundo más de lo normal.

-Hola -dijo con una sonrisa suave, y yo le respondí casi de inmediato, tratando de no parecer demasiado ansioso.

-Hola -le contesté, con un leve nerviosismo que espero no haya notado.

Sabía que había pensado mucho en lo que haría cuando la viera, en si sería el momento de confesarle lo que sentía, pero en ese instante, no pude. Las palabras se atoraron en mi garganta, y en su lugar, solo compartimos un saludo casual. No era el día para arriesgarlo todo.

Durante el resto de la mañana, las clases pasaron en una especie de niebla. Mis pensamientos iban y venían, siempre regresando a lo mismo: Miranda, y cómo me gustaría poder decirle lo que realmente siento. Pero cada vez que lo consideraba, sentía que no era el momento adecuado, que quizás necesitaba esperar un poco más, sentirme más seguro.

Así que hoy, decidí no decirle nada. Quizás mañana, o la próxima semana. Por ahora, solo quería disfrutar de tenerla cerca, de compartir esos momentos con mis amigos, y ver cómo se desarrollaban las cosas. El día era joven, y aunque no lo sabía con certeza, algo en mí decía que habría más oportunidades.

Por hoy, Miranda y yo éramos solo amigos. Y eso, por el momento, estaba bien.

Hoy había decidido poner en práctica una nueva estrategia. Había pensado que si le decía a una de sus amigas, como Sofía, que corriera el rumor de que me gustaba Miranda, ella se enteraría y tal vez tomaría la iniciativa para acercarse a mí. Parecía un plan infalible. ¿Qué podía salir mal?

Durante la mañana, noté que la conversación entre Sofía y Miranda pareció ser animada, aunque no entendí mucho desde donde estaba. No pasaron muchas horas antes de que empezaran a suceder cosas curiosas. Miranda había estado mirándome de una manera un poco extraña todo el día. No era la típica mirada de siempre, sino una mezcla de curiosidad y confusión.

El tiempo pasó rápidamente y llegó la clase de inglés. Como era de esperar, nos tuvimos que sentar en lugares diferentes: yo con mi grupo de amigos, donde estaba Ness, y ella con sus amigas. Aunque traté de concentrarme en la clase, no podía dejar de pensar en lo que había planeado. Los nervios me tenían en un estado constante de alerta.

Al sonar el timbre, guardé mis cosas apresuradamente, ansioso por salir de la clase antes de que mis nervios me hicieran actuar de manera extraña. Pero cuando estaba a punto de salir, escuché mi apellido.

-Villatoro.

Me giré lentamente y allí estaba Miranda, con una expresión mezcla de incertidumbre y algo más que no lograba identificar. Se me hizo un nudo en el estómago. Mi plan había funcionado, ella sabía que me gustaba, pero ahora no sabía cómo actuar.

-¿Podemos hablar un momento? -me preguntó Miranda, con un tono que intentaba ser casual, pero que revelaba una cierta preocupación.

El pánico me invadió de inmediato. En lugar de responder, me quedé paralizado y, en un impulso que no entendí del todo, balbuceé que no, que estaba bien. Las palabras salieron de mi boca sin que pudiera detenerlas. No era lo que había planeado, ni lo que quería decir. Simplemente, me ganaron los nervios.

-Oh, está bien -dijo Miranda, tratando de ocultar su decepción-. Nos vemos luego.

Y antes de que pudiera decir algo más, me di la vuelta y me fui rápidamente a casa, con el corazón latiendo a mil por hora y la mente llena de arrepentimiento. Cada paso que daba se sentía más pesado que el anterior, y el dolor en mi pecho parecía intensificarse.

En casa, me lancé a mi cama, cubriéndome con las sábanas, pero no podía dejar de dar vueltas. Me preguntaba si había arruinado todo, si Miranda pensaría que no estaba interesado o, peor aún, si pensaría que estaba jugando con sus sentimientos. La ansiedad se apoderó de mí mientras repasaba el encuentro una y otra vez.

Pasé el resto de la tarde sumido en una especie de torbellino mental, imaginando mil escenarios diferentes. Finalmente, la noche llegó, pero el insomnio no tardó en encontrarme. Sabía que el próximo día tendría que enfrentar las consecuencias de mis acciones, y la idea me aterraba. Sin embargo, una pequeña parte de mí seguía aferrada a la esperanza de que tal vez, solo tal vez, aún habría una oportunidad para aclarar las cosas con Miranda.

Más allá del horizonte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora