CAPITULO 13

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Las campanas resonaron desde lo más alto de la catedral, extendiendo su eco por todo el pueblo y anunciando que eran las cinco de la tarde

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Las campanas resonaron desde lo más alto de la catedral, extendiendo su eco por todo el pueblo y anunciando que eran las cinco de la tarde. Nehemías avanzaba con pasos apresurados, casi corriendo, por el largo pasillo de la iglesia. Su destino era el ala oeste, y la urgencia en su andar reflejaba su preocupación por llegar a tiempo. Los guardias que custodiaban la entrada al ala oeste lo recibieron con una sonrisa y un saludo cordial, reconociendo su apremio.

—Buenas tardes, caballeros —saludó Nehemías con un tono afable, tratando de disimular su prisa.

—Buenas tardes, padre Nehemías —respondieron ellos, inclinando la cabeza en señal de respeto.

—¿Ha llegado ya el sacerdote Isaías? —preguntó, sin poder ocultar del todo su ansiedad.

—Así es, señor —confirmó uno de los guardias—. Y el obispo Drinian también está aquí; le aguarda con gran emoción.

Tras agradecer a los guardias, Nehemías continuó su camino por el corredor adornado con vitrales que proyectaban un caleidoscopio de colores sobre el suelo de mármol. Al llegar frente a una imponente puerta de madera tallada, se detuvo un instante. Cerró los ojos y tomó una profunda inspiración, pasando las manos suavemente por su rostro en busca de serenidad. Con decisión, posó su mano sobre el picaporte y, empujando suavemente, se adentró en la estancia que yacía tras la gran puerta.

La sala que se extendía más allá de la puerta era vasta y silenciosa, iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de los altos vitrales. Nehemías avanzó por el pasillo central, sus pasos resonando contra el frío mármol, hasta que llegó al umbral de los aposentos. Se detuvo un momento, apoyándose contra la pared de piedra, reflexionando sobre lo que estaba a punto de hacer. Allí, entre las sombras proyectadas por las velas parpadeantes, se encontraba el obispo Drinian, una figura imponente con su atuendo episcopal. Caminaba alrededor de la mesa redonda, su capa ondeando en el aire con cada movimiento.

Nehemías observó al obispo por un instante, notando la gravedad en su semblante. Su corazón latía con rapidez, y los nervios empezaron a jugarle en contra nuevamente. Un desliz, un leve tropiezo contra la pared, hizo que un florero se tambaleara, produciendo un ruido que resonó en la sala silenciosa. El obispo levantó la vista y, con un gesto sereno, invitó a Nehemías a acercarse. Una sonrisa sutil, teñida de comprensión, se dibujó en sus labios ante la evidente tensión del joven.

—Padre Nehemías, su presencia aquí es un bálsamo para nuestras almas inquietas —dijo con una voz que, aunque suave, llenaba la estancia. El obispo extendió sus brazos hacia Nehemías, envolviéndolo en un abrazo fraternal, al que Nehemías correspondió con igual afecto.

—Es un alivio verte, joven. El sacerdote Isaías y yo hemos estado deliberando... —su voz titubeó por un instante— sobre asuntos de trascendental importancia.

Nehemías sintió cómo la calidez del abrazo del obispo disipaba parte de su ansiedad. Agradecido, se permitió un momento de calma antes de prepararse para la conversación que estaba por venir. La sala, iluminada por la luz tenue de las velas, parecía ahora un poco menos intimidante —Perdón por el retraso, Obispo Drinian, estaba atendiendo a Lucía.

Cor Semidei: Avaricia y Obsesión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora