CAPITULO 10

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Las puertas de la oficina se cerraron con un eco sordo en el silencio de la noche

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Las puertas de la oficina se cerraron con un eco sordo en el silencio de la noche. El sacerdote Isaías, con los hombros caídos y la mirada perdida en el suelo, sentía el peso del mundo sobre él; "Santo dios", murmuró para sí mismo mientras se pasaba el dorso de la mano por la frente, secándose el sudor que había brotado como perlas brillantes en su piel.

No podía esperar para desplomarse en la cama y dejar que el sueño reparador lo envolviera. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de dar el último paso hacia el descanso, se detuvo abrupta mente.

Algo no estaba bien; su piel, que normalmente era suave al tacto, ahora se sentía áspera y extraña. Miró hacia abajo y lo que vio hizo que su corazón se acelerara: su mano estaba arrugada y pálida, las venas azules sobresalían marcadas sobre los huesos prominentes.

— Oh, dios... No, no puede ser...

La voz de Isaías se quebró en un susurro tembloroso. Pero antes de que pudiera examinar más de cerca el alarmante cambio, una segunda voz resonó en la habitación, sacándolo de su ensimismamiento.

— ¿Isaías? — preguntó Nehemías, su tono lleno de preocupación y sorpresa. El sacerdote Isaías giró sobre sus talones, ocultando rápidamente la mano detrás de su espalda. Allí estaba Nehemías, apoyado casualmente contra la pared, observándolo con una mezcla de curiosidad y preocupación en su semblante.

—Muchacho...— articulo Isaías,  en un tono nervioso. —, No te vi allí.

— Llegaste bastante tarde hoy. —Dijo Nehemías, extraño por el raro actuar del viejo sacerdote frente a él.

— Ah, sí... solo necesitaba un poco de aire fresco, mi querido sobrino. Un paseo nocturno para despejar la mente, ya sabes — respondió Isaías, intentando infundir un tono despreocupado a su voz, que traicionaba un ligero temblor.

La ceja rubia de Nehemías se arqueó hacia arriba, claramente no convencido por las palabras del viejo sacerdote. Algo en la forma en que el sacerdote Isaías evitaba darle la mirada y en cómo su voz se quebraba ligeramente, le decía que había algo más en la historia. Sin embargo, Nehemías no tenía intención de atormentar al viejo sacerdote, especialmente si estaba enfrentando algún tipo de mal. Después de todo, el obispo Drinian le había advertido que tuviera cuidado con la salud de Isaías.

— Entiendo, pero la próxima vez, por favor avísame. Te llamé varias veces durante la tarde y, al no obtener respuesta, me preocupé — dijo Nehemías, su tono suavizándose con la preocupación genuina que sentía por su tío.

Isaías le ofreció una sonrisa cálida, aunque sus ojos no llegaban a ocultar completamente la turbación que sentía en su interior.

— Por supuesto, lo tendré en cuenta para la próxima vez. Ahora ve y descansa, sobrino. Tienes toda la razón — dijo, con una calidez que esperaba fuera suficiente para disipar cualquier sospecha restante.

Cor Semidei: Avaricia y Obsesión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora