XXIII

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Miré el video en mi teléfono por décima vez, esperando que, de alguna manera, esta vez no fuera tan malo. Pero no. Ahí estábamos Richard y yo, besándonos sin reservas, tan perdidos en el momento que parecía que el resto del mundo no existía. La imagen de su mano en mi cintura y mi rostro tan cerca del suyo hacía imposible que alguien pudiera malinterpretar lo que había ocurrido entre nosotros. Sentía un nudo en el estómago, y aunque intentaba mantener la calma, mi mente estaba llena de caos y preocupación.

De repente, mi teléfono vibró en mi mano, sobresaltándome. Miré la pantalla y vi el nombre de mi papá parpadeando. Un escalofrío recorrió mi espalda. No era normal que él me llamara a estas horas. Lo atendí, intentando que mi voz sonara tranquila, aunque sabía que no era posible ocultar la tensión.

—Hola, pa', ¿todo bien? —pregunté, intentando sonar casual.

—Thalía, mija... tenemos que hablar —dijo con un tono firme, sin rodeos, como si todo lo que iba a decirme no podía esperar más.

Sentí que mi respiración se detenía un segundo. Podía escuchar a mi mamá de fondo, hablando en voz baja, como si estuvieran tratando de coordinar lo que me iban a decir. Sabía que esto no era una conversación cualquiera.

—Claro, papá... ¿de qué se trata? —respondí, aunque algo en mi interior ya sabía que no era una buena noticia.

—Nos vemos en la casa esta noche, Thalía. Es importante, no llegues tarde —insistió. Colgó antes de que pudiera decir algo más.

Quedé con el teléfono en la mano, paralizada. Sabía que no podía ser nada bueno, y la imagen del video seguía proyectándose en mi mente como una sombra constante.

Richard me miró con preocupación, notando mi cambio de expresión.

—¿Todo bien? —preguntó, aunque en su tono se notaba que sabía que no lo estaba.

—Mis papás... quieren hablar conmigo esta noche. No sé, tengo un mal presentimiento —le confesé, sin apartar la vista de la pantalla.

Richard se acercó y me abrazó con fuerza, como si quisiera protegerme de lo que fuera a pasar. Pero ni siquiera él podría protegerme de esto.

...

Más tarde, esa misma noche, me dirigí a la casa con una sensación de pesadez. Mis pensamientos estaban desordenados, y las posibilidades de lo que mis papás querían decirme no dejaban de dar vueltas en mi cabeza. Cuando llegué, vi a mi mamá y a mi papá sentados en la sala, esperándome. Sus caras serias me hicieron sentir como si estuviera a punto de recibir una sentencia.

La tensión en la sala era palpable. Mis padres me miraban como si no supieran quién era yo en ese momento, y eso dolía más que cualquier palabra que pudieran decir. Mi papá todavía sostenía su teléfono, con el video detenido en esa imagen tan clara y devastadora de Richard y yo besándonos como si nada más importara. Sentí que el suelo se abría bajo mis pies.

—Siéntate, Thalía —dijo mi papá, con una seriedad que me intimidó al instante.

Tomé asiento, sintiendo el peso de sus miradas. Mi mamá no decía nada, pero sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y decepción que me incomodaba profundamente.

—¿Qué pasa, pa'? —pregunté, aunque en mi mente ya tenía una idea bastante clara de hacia dónde iba esto.

—Hoy vi algo que no me gustó nada, hija —empezó, mostrando su teléfono. Lo levantó y ahí estaba, el video que tanto me aterrorizaba. Lo reprodujo por unos segundos, los suficientes para que todo quedara claro. Me llevé las manos a la cara, deseando poder desaparecer.

Sempiterno; Richard Ríos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora