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El príncipe Bruno se miraba calmo. Era como observar el cielo después de la tormenta. Justo como el que coronaba sus cabezas en ese momento.
El camino hasta su encuentro le pareció demasiado largo, era la introducción de una melodía que sabes que te llegará hasta los huesos. La reina le había entregado el libro y después llamó al rey hacia el castillo para que ambos atendieran unos asuntos.
La excusa era tan tonta que a la princesa le daba un poco de vergüenza encontrarse con el muchacho. Quizá pensaría que ella había planeado todo, que la cena, que el libro que traía entre sus sudorosas manos, que el camino hasta encontrarse, lo había premeditado.
Suspiró de manera pausada, con la intención de que su ritmo cardiaco volviera a disminuir. Hasta ese instante se preguntó por qué era que estaba tan preocupada por la opinión del príncipe. ¿Qué no había decidido cerrar su corazón? Sí, sí. A pesar de todo lo que le había dicho su madre, suponía que una transformación de ese estilo no sucedía de la noche a la mañana. Entonces comenzaron a caer los "por qué" como en una cascada brillante.
¿Por qué le empezaban ahora a temblar las piernas? ¿Por qué el príncipe lucía tan guapo, delineado por el horizonte? ¿Por qué las pupilas del mismo la embelesaban, aún cuando no la estaban tocando?
Ya casi llegaba con él. El muchacho había mantenido la mirada lejana, no quería incomodarla, aunque de reojo, la observó todo el camino. Así como la vida guarda sus secretos, él tampoco podía confesar que estaba igual de nervioso. ¿Y si la princesa creía que todo había sido planeado por él? El jardín, la cena, las miradas... También le temblaban las piernas, y lo disimulaba moviéndose como ola de mar, de un lado a otro. Lo hacía con tanta elegancia que nadie pensaría que el corazón estaba lleno de inquietudes.
Las miradas de ambos, después de tanto, después de poco, se encontraron. Un brillo se asomó a lo lejos, era el cielo, contento porque se hubieran conocido. Pero para ellos solo fue un destello casual, aunque las casualidades no existan.
—Maravilloso, es mi favorito —comentó el príncipe para romper un poco la tensión.
No era una tensión negativa, sino, aquella que se siente cuando algo importante está sucediendo, o a punto de suceder.
La princesa miró el libro y soltó una risa tranquila. En realidad, ahora no sentía que necesitara del mismo para iniciar una conversación. El aura entre ellos era tan tranquila que respiró el oxígeno a lavanda. Un poco real, por los brotes que rodeaban el castillo, y un tanto esotérica.
—Gracias por venir a mi reino —respondió, finalmente, Lluvia—. ¿Ha sido un largo camino?
—No tan largo en realidad, pero tortuoso.
—¿No fue el camino de su agrado?
El príncipe sonrió mirando al césped. Ambos observaron, a la distancia, que la neblina estaba abrazando los árboles. El frío de la noche ya quería colarse en la escena, la luna los miraba tímida desde el fondo del cielo. Pero todo, todo eso, tan solo dibujaba aún más bella la pintura de su encuentro.
—No suelo disfrutar de los viajes muy ajetreados. Me imaginé que sería distinto, aunque... me agradó el destino.
—En la vida es así, ¿no? El viaje no siempre es agradable, aunque el destino sea hermoso.
—¿No dicen que hay que amar más el camino que el destino?
A Lluvia le gustaba la conversación, a Lluvia le gustaba esa sonrisa, esa travesura escondida en las comisuras.
—Eso dice la letra, pero no podemos negar que hay caminos que son un verdadero asco.
El príncipe soltó una honesta carcajada. Jamás había escuchado a una princesa conducirse de esa manera. A Bruno le gustaba la picardía de ella, la fuerza, la belleza entre sus rizos.
—Tiene toda la razón, majestad —comentó recargando sus pupilas en ella—. ¿A usted le ha gustado el camino?
—Yo vivo aquí —respondió la princesa, aunque ambos sabían a lo que en verdad se refería.
Lluvia tenía razón, porque el libro apenas recibió uno que otro comentario. La charla entre ambos se entrelazaba con las luciérnagas, que iban llegando una por una. Las risas también abundaron, como ambos anhelaban, después de estar años entre castillos, palacios y protocolos. Las almas descansaron.
Cuando el frío empezaba a querer robar protagonismo, el príncipe sugirió continuar su charla dentro del castillo.
Ambos caminaban por la vereda que los había unido hacía unos cuantos minutos. Lo hacían en silencio, para disfrutar la compañía. Pero, como el silencio era profundo, alguna que otra idea llegó a colarse en sus consciencias, siendo la princesa Lluvia, la primera que permitió que se revelara una de ellas.
—¿Crees que es muy pronto?
—¿Disculpa?
—¿Crees que es muy pronto?
La princesa no aclaró su pregunta, porque sabía que era notorio a qué se refería. El príncipe intentó mirar adentro para encontrar respuesta, pero, muy en el fondo, él tenía el mismo miedo. Así que hizo lo que millones de sabios han hecho siempre, y levantó el alma y la vista al cielo para resolver esta cuestión.
—Princesa, ¿ha visto esas flores de allá? —dijo, finalmente, señalando un precioso rosal que se lucía a la lejanía.
—Claro que sí.
—Son divinos los botones que florecieron. No hay ni uno solo que naciera pronto. Todos nacieron en el tiempo perfecto, como lo hacemos nosotros.
Y, en ese momento, ambos se permitieron florecer.
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El Jardín de las Espinas Rotas ✨
Storie d'amore¿Alguna vez has sentido que tu corazón quedó marchito? Entre las espinas de una traición, o de una desilusión, pensaste jamás volverlo a ver florecer. La imposibilidad de su renacimiento, pronto se volvió el abono para que un romántico bouquet se ab...