Capítulo 1: Ecos de Oscuridad

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La noche en Gotham era como un depredador al acecho, cubriendo la ciudad en un manto de tinieblas y secretos. La lluvia fina y constante caía con la promesa de más tormentas por venir. Las calles estaban desiertas, como si incluso los delincuentes de Gotham se hubieran retirado ante la amenaza que se cernía sobre la ciudad.

En lo profundo de la Mansión Wayne, Bruce Wayne estaba inmerso en su trabajo, los ojos fijos en las pantallas de la Batcomputadora, analizando cada dato con la precisión meticulosa de alguien acostumbrado a estar en control. Pero esa noche había una inquietud que no podía sacudirse, un presentimiento que había estado en el aire durante semanas.

La alerta llegó de repente, interrumpiendo sus pensamientos. Una imagen borrosa apareció en la pantalla: un barco sin identificación atracando en el puerto de Gotham. La figura solitaria que descendía del barco hizo que el corazón de Bruce se detuviera por un segundo.

Talia al Ghul.

El nombre provocó una oleada de emociones que Bruce había aprendido a enterrar. Se levantó de inmediato, su mente ya trabajando en automático. Sin decir una palabra, se enfundó en el traje de Batman, la capa negra cayendo pesadamente sobre sus hombros, y se dirigió al Batmóvil. La misión era clara: descubrir por qué Talia había regresado y qué estaba tramando esta vez.

El puerto estaba envuelto en niebla cuando llegó, la lluvia golpeando el suelo en un ritmo monótono. La silueta de Talia se recortaba contra la bruma, su postura tan imponente como siempre. Había algo diferente en ella, una tensión en su porte que Bruce notó de inmediato. Era algo que no había visto en mucho tiempo: duda.

—Talia —dijo con su voz grave, fría, una voz que no dejaba espacio para juegos.

Ella giró la cabeza hacia él, sus ojos verdes, normalmente tan seguros y desafiantes, mostraban un destello de algo que Bruce no podía identificar de inmediato. Vulnerabilidad, quizás.

—Detective —respondió ella, usando el apodo que siempre llevaba, una mezcla de burla y cariño. Su tono era suave, pero había un trasfondo de urgencia que no pasó desapercibido para él.

Bruce avanzó unos pasos, manteniendo la distancia prudente. No era momento para bajar la guardia.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz cargada de una tensión controlada.

Talia no respondió de inmediato. En cambio, hizo un gesto hacia las sombras detrás de ella, y de la niebla emergió una figura pequeña, un niño de no más de cinco años. Tenía el cabello negro y los ojos verdes de su madre, pero su expresión era una mezcla de rabia contenida y una tristeza profunda, un conjunto demasiado pesado para un niño tan joven.

Bruce lo miró, sintiendo un nudo formarse en su estómago. Algo en su mirada, en la manera en que se mantenía firme a pesar de su evidente incomodidad, le era inquietantemente familiar.

—Este es Damian —dijo Talia, con una voz que intentaba ser suave pero fallaba—. Es tu hijo.

Bruce sintió que el suelo bajo sus pies temblaba. Su hijo. Las palabras resonaron en su cabeza, chocando contra la incredulidad y la confusión. Miró al niño, a Damian, y vio un reflejo de sí mismo, una dureza que no debería existir en alguien tan joven.

Damian lo miraba fijamente, sus ojos verdes brillando con una mezcla de desafío y algo que Bruce no podía descifrar del todo. No dijo nada, pero la tensión en su pequeño cuerpo hablaba por sí misma. Era una pequeña bolita de odio contenida, lista para atacar a la menor provocación.

—¿Por qué ahora? —preguntó Bruce, su voz más baja, más tensa.

Talia suspiró, su mirada volviendo a Damian por un breve instante antes de regresar a Bruce.

Lazos InquebrantablesWhere stories live. Discover now