El amanecer se filtraba tímidamente por las ventanas de la Mansión Wayne, bañando las paredes antiguas con un suave resplandor dorado que apenas lograba disipar la oscuridad de la noche anterior. A pesar de la serenidad exterior, la mansión estaba cargada con una tensión palpable, como si todos los que habitaban en ella se encontraran a la espera de algo inevitable, algo que se gestaba en los rincones más profundos del corazón de la familia Wayne.
Damian se despertó lentamente, sintiendo el peso de los eventos de la noche anterior aún oprimiendo su pequeño cuerpo. Sus ojos verdes, como esmeraldas brillantes, recorrieron la habitación desconocida con una curiosidad calculada. El niño se sentó en la cama, sintiendo el frío de la mañana calar en su piel, y por un momento se permitió sentir la vulnerabilidad que había tratado de ocultar. Pero solo por un momento, porque Damian no era el tipo de niño que se dejaba consumir por el miedo. Había sido entrenado para enfrentar cualquier peligro sin titubear, para mantener la compostura sin importar las circunstancias.
Se levantó de la cama con decisión, su pequeña figura moviéndose con una gracia casi inhumana. Cada movimiento era calculado, preciso, como si incluso al despertar estuviera listo para enfrentarse al mundo. Abrió la puerta de la habitación con cautela, sus sentidos agudizados percibiendo cada sonido, cada aroma que llenaba la mansión. La fragancia de su padre, Bruce, aún estaba en el aire, una mezcla de menta y especias suaves, una fragancia que Damian había comenzado a asociar con seguridad, aunque no lo admitiría.
Bajó las escaleras en silencio, sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre la alfombra. Al llegar al pie de la escalera, vio a Alfred en la cocina, preparando el desayuno con la misma diligencia de siempre. El mayordomo lo vio de reojo, pero no dijo nada, simplemente esbozó una sonrisa cálida antes de continuar con su tarea.
Damian se acercó a Alfred, su expresión seria pero con un aire de curiosidad infantil que apenas lograba ocultar.
—Alfred —dijo con esa voz que mezclaba una dulzura natural con un toque de arrogancia—. ¿Dónde está mi padre?
Alfred, con su característica calma, se giró hacia Damian.
—El señor Bruce está en la sala principal, joven maestro Damian. ¿Le gustaría que le llevara algo de desayuno?
Damian levantó la barbilla ligeramente, un gesto que intentaba reflejar seguridad pero que, en su pequeña figura, solo lograba acentuar su encanto infantil.
—No necesito que me lleven el desayuno, Alfred. Puedo manejarlo yo mismo.
Alfred sonrió para sí mismo, reconociendo la actitud independiente de Damian, aunque sabía que, bajo esa capa de arrogancia, el niño solo buscaba aprobación y reconocimiento.
—Muy bien, joven maestro. Pero si necesita algo, estaré aquí.
Damian asintió con la cabeza, como si estuviera otorgando un permiso magnánimo, y se dirigió hacia la sala principal. La puerta se abrió con suavidad, revelando a Bruce sentado en un sillón, sus ojos se suavizaron ligeramente al ver a Damian entrar con esa expresión de autoconfianza que solo un Wayne podría tener.
—Buenos días, Damian —saludó Bruce, su voz calmada pero llena de una calidez contenida.
Damian se acercó a él con pasos decididos, su mirada fija en su padre.
—Buenos días —respondió Damian, su tono formal pero con una pizca de dulzura que no podía ocultar del todo—. ¿Qué vamos a hacer hoy, padre?
Bruce observó a su hijo por un momento, notando la mezcla de arrogancia y adorabilidad en su pequeña figura. Era como si Damian estuviera decidido a demostrar que podía enfrentarse al mundo por sí mismo, pero al mismo tiempo, había algo en su comportamiento que pedía la guía y el reconocimiento de su padre.
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Lazos Inquebrantables
Fiksi PenggemarLa historia de la familia Wayne acababa de cambiar para siempre, y con ella, el destino de Gotham se entrelazaba aún más en un oscuro tapiz de amor, conflicto y sangre. Damian había llegado, y con él, una nueva era de caos y redención. Y Bruce, que...