EPILOGO. LA LEYENDA DE LAS ESTRELLAS CERO

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Como de costumbre Roman leía en la cama con la lámpara encendida, el ceño fruncido y un peculiar rictus en los labios, Katherina le daba la espalda mientras dormía tranquila, eran casi las tres de la mañana cuando esta se despertó y vio que su esposo seguía pegado a ese libro viejo y amarillento; se sentó frotándose los ojos esperando ser notada y al no obtener respuesta le habló.

—¿Por qué no dejas ese libro y duermes un poco? Recuerda que tienes clases y citas desde temprano en la facultad. —Dijo con voz adormilada.

—Espera, lo que dice aquí es muy interesante. —Respondió sin apartar los ojos de las páginas.

Katherina vio el título del libro que su esposo sostenía, se llamaba Leyendas del Cosmos, y pensó que era algo como leyendas griegas o el razonamiento sobre los nombres de las constelaciones, cosas como las que él siempre leía para armar sus clases; cosas que conocía de memoria después de dedicarle su vida a la astronomía.

—No puede ser tan interesante que no pueda esperar hasta mañana, ¿o sí?

—Es que todo esto me suena muy... familiar.

—Cariño, tienes toda tu vida con los ojos puestos en el cielo y cuando bajas la mirada es para seguir estudiándolo, claro que lo que sea que leas te va a sonar familiar.

—Es que esto no es como nada que haya leído antes. —Roman trató de explicarle a su esposa lo que le ocurría con aquel libro pero no encontraba las palabras correctas. —¿Recuerdas cuando nos conocimos?

—Claro que lo recuerdo, tropezamos como tontos. —Katherina siempre le agradecía al destino por haberse zafado de una terrible cita y toparse con un joven tan dulce como lo era Roman.

—Sí, eso también. —Sonrió recordando aquel primer encuentro. —¿Pero recuerdas el cielo de aquella noche, arriba de nosotros se encontraba una pequeña formación de estrellas, dos azules de brillo intenso y una violeta más pequeña y débil?

—Si... creo que recuerdo. —Respondió sabiendo que su esposo no la dejaría dormir pronto hasta que expusiera su tema por completo.

—Bien, ahora escucha esto. —Abrió de nuevo el libro y comenzó a leer emocionado.

«La leyenda de las Estrellas Cero.

Las Estrellas Cero, luces vivas más antiguas que el tiempo y poseedoras de poder absoluto decidieron tomar como únicas labores la creación y vigilar sus creaciones, dando nacimiento así a soles, universos y vida que habitara los mundos para que disfrutaran de regalos únicos que con perfecta dedicación diseñaron.

Las tres estrellas errantes nunca se les veía en un solo lugar, viajaban entre constelaciones siempre juntas lado a lado, dando vida por todo lo largo del infinito, yendo cada vez más lejos, aprendiendo de sus capacidades y creciendo en poder. Así lograron ser uno con el universo y a su vez este las reconocía como sus madres bondadosas dadoras de vida en todas sus formas, de este modo jamás necesitaron un nombre para cada una porque ellas eran absolutas.

En algún momento de su eterna existencia y después de haber creado incontables universos, mundos y vidas, las tres estrellas se detuvieron para observar cuan brillante y hermoso era su trabajo, entonces una de ellas, la más joven, la tercera en despertar, la que siempre viajaba protegida en medio de sus hermanas, volteó sus ojos hacia uno de los mundos, ahí en su insignificante pequeñez, en una isla se encontraba una mujer humana, en sus manos tenía una red e intentaba pescar con ella fracasando en cada intento pero sin desistir de su labor; la joven estrella al no comprender la insistencia de la mujer se dirigió a sus hermanas.

—¿Por qué sigue haciéndolo si no consigue nada? —Preguntó sin dejar de observar atenta a la mujer en la isla.

—No podemos saberlo, quizá tenga hambre o a quienes alimentar, ellos hacen lo que les place, son libres de hacer lo que quieran. —Respondieron las estrellas al unísono.

KatherinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora