Esencia De Rosas [Ley De Reyes #1]

Capitulo 1 "Digno de una foto"

Devika Revery

El viento fresco de la tarde acaricia mi rostro mientras pedaleo por las calles vacías. Es un martes, pero podría ser cualquier otro día. Desde que ella se fue, los días perdieron su forma, su significado. Sigo adelante porque es lo que se supone que debo hacer, pero a veces siento que simplemente estoy flotando en un vacío.

Miro al cielo, donde el sol comienza a hundirse, tiñendo todo de un naranja suave. No sé cuántas veces he recorrido este camino en mi bicicleta, pero hoy es diferente. Hoy es el tercer aniversario de su partida. Tres años desde que el mundo se detuvo y luego siguió adelante sin ella.

Cada giro del pedal me acerca más al cementerio, a ese lugar que visito menos de lo que debería, menos de lo que querría. No es que no piense en ella, en mi hermana, todo el tiempo. Es solo que venir aquí lo hace real, más real de lo que a veces puedo soportar.

Las calles están desiertas, las casas con las ventanas cerradas, como si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo para hacer silencio. Me pregunto si alguien más siente lo que siento, si alguien más ha perdido tanto como yo. Pero sé que no importa, porque mi pérdida es mía, y nadie más puede comprenderla.

Pienso en ella, en los días felices que tuvimos, en cómo solía reírse de las cosas más pequeñas. Recuerdo las tardes en las que compartíamos secretos, soñando con un futuro que nunca llegó. Los recuerdos me invaden, como un torrente que no puedo detener. Cada pensamiento me lleva a otro, y antes de darme cuenta, estoy frente a las puertas del cementerio.

El lugar está en silencio, tan quieto que duele. Pongo un pie en el suelo, deteniendo la bicicleta, y miro las lápidas alineadas como si estuvieran esperando a que alguien las recordara. Me quedo allí por un momento, dejando que la realidad se asiente sobre mí, antes de empujar la bicicleta a mi lado y caminar hacia el lugar donde descansa mi hermana.

No sé qué le voy a decir hoy. Nunca sé hasta que estoy allí, frente a su lápida, sintiendo la presencia de lo que ya no está. Pero sé que tengo que ir. Porque aunque no esté aquí, sigue siendo parte de mí, y siempre lo será.

Elegí este preciso punto porque aquí, bajo la sombra de este árbol, ella siempre estaría protegida. A mi hermana nunca le gustó el sol. Prefería la frescura y la tranquilidad que ofrecían las sombras, y este árbol, con sus ramas extendidas y su follaje denso, es perfecto. Es como si el mismo árbol supiera lo importante que es mantener este espacio en penumbra, un refugio para su descanso.

Detengo mi bicicleta junto al tronco robusto, sintiendo la suave resistencia de la tierra bajo mis pies mientras la apoyo cuidadosamente. Es un ritual que he perfeccionado con el tiempo. Saco la manta del canasto, la misma que usábamos cuando éramos pequeñas para nuestros picnics en el parque. La extiendo sobre el césped, asegurándome de que quede bien estirada, sin arrugas, como a ella le gustaba.

Luego, tomo el ramo de flores. Siempre llevo sus favoritas: lirios blancos, elegantes y sencillos, como ella. Me arrodillo sobre la manta, sintiendo la suave caricia de la sombra sobre mi piel, y coloco las flores con cuidado al pie de la lápida. El frío de la piedra contrasta con la calidez que siento en mi pecho, una mezcla de amor, dolor y añoranza que siempre me acompaña cuando vengo aquí.

Subo un poco los jeans, para que no se arruguen ni se ensucien más de lo necesario, y luego me aseguro de que los extremos de la manta queden bien acomodados. La manta debe estar perfecta, porque aunque ella ya no esté aquí, quiero que todo sea como le gustaba. Una vez que todo está en su lugar, me siento sobre la manta, cruzando las piernas y dejando que el silencio del cementerio me envuelva.

El aire es fresco bajo la sombra del árbol, y me siento un poco más cerca de ella al estar aquí. Es un momento solo para nosotras, un ritual que nadie más entendería. Miro las flores que acabo de colocar, sus pétalos blancos brillando con la poca luz que se filtra entre las hojas, y suspiro, sintiendo cómo el peso del mundo se aligera, aunque sea solo un poco.