Capítulo 2| Báilame.

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Capítulo dos.

Pasado.

—¡Venga, Selene, ¿así piensas llevarte cuantos hombres a la cama?!— se burlaba Rose, una de las tantas chicas de aquel lugar.

Algunas risas se escucharon junto a la de ella, haciéndome sonrojar de la vergüenza.

—Corta ya el rollo, Rose— espetó mi nueva amiga, Mercier. La rubia llegó a mi encuentro y se me pegó a la espalda, colocando las manos en mis caderas— tienes que moverte desde aquí— susurra.

—¡No sabe hacerlo, ríndanse de una buena vez con la niña!— vuelve a replicar Rose con molestia.

—Rose— la tenue voz de Egan retumba por el lugar, bajaba las escaleras con suma tranquilidad mientras nos analizaba a cada una— ¿Ocurre algo, Rose?— se coloca en el borde de la tarima para ver a la chica desde abajo.

—No, señor, no ocurre nada— ella había puesto totalmente rígida.

Mercier bufa y Egan no deja pasar aquella acción.

—Supongo que tienes algo que agregar, ¿o me equivoco, Mercier?— sus ojos, carentes de algún tipo de emoción, se dirigen hacia ella.

—Rose lleva toda la mañana dándole lata a Selene, que no sabe hacer esto o lo otro y que no sirve para este trabajo— la rubia se comía con los ojos a la castaña de labios grandes y ojos venenosos.

—¿Y cuando alguna de ustedes, al principio, sirvió para este trabajo?— cuestiona. Sube a la tarima y camina entre nosotras con las manos detrás de su espalda— ¿Quieres decirme, Rose, a que se debe que estés incomodando a Selene?

—Egan— deja salir ella y este enarca una ceja ya que no son muchas personas a las que él dejaba llamarle por su nombre de pila— Señor...— se corrige— no estoy haciendo tal cosa.

La miro.

—¿No? ¿y como se llama a todas las burlas que me has estado haciendo desde una semana para acá?— Él la ha dejado de mirar para darme su completa atención.

—¿Vas a creerle?— la voz de Rose tiembla— la conoces desde hace nada.

—Y aún así se qué no es capaz ni de pisar a una hormiga, sin embargo, tú eres venenosa, Rose, eres peligrosa— dice— Y es por ello que te mereces un castigo, no solo por ser lo que ya eres si no por molestar a una compañera. Sabes que es una de mis reglas más sagradas.

Rose lo mira con indignación.

—No puedes castigarme, Egan— replicó.

El golpe que soltó en el suelo de la tarima nos dejó a todas pálidas y a mi, con la boca seca. Egan se había tensado y ya no nos miraba a ninguna, más bien apretaba la quijada con tanta fuerza debido al enfurecimiento.

—Te vas. A la calle.

Vimos cómo el rostro de Rose se contraía en pura sorpresa.

—No puedes hacerlo.

—¡Tú a mi no me dices que hacer y mucho menos ignoras una orden directa mía!— estalla y se las arregla para subir las escalerillas y llegar hacia ella— ¿A quien le debes todo, Rose?— tenía su cara muy cerca de la ella y le hablaba con los dientes apretados.

Rose no le miraba a los ojos, horrorizada por lo que pudiese pasarle en aquellos minutos.

—A usted, señor.

—¿Entonces por que te empeñas en desobedecerme?— le pregunta tan bajo que me da escalofríos.

Rose tiembla.

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