Capítulo Cuatro

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Los primeros días siempre son los peores.

En la mayoría de ellos hubo silencio, un profundo silencio. Satoru apenas se levantaba de la cama, sin ánimos para comer o cambiarse de ropa, sin ánimos para hablar. Fue como ver una estatua, un rostro sin vida y que poco a poco era consumido por el vacío.

Shoko y Suguru decidieron instalarse en casa de Nanami, de ese modo todos podían estar junto al alfa. Cada vez que Gojo se ponía de pie para ir al baño, se sentía como un paso adelante, pero luego retrocedían cinco.

A los días en silencio, le siguieron los gritos.

La habitación permanecía en oscuridad, ni siquiera la luz del sol atravesaba las cortinas. Cualquier acción que hicieran parecía molestar a Gojo, y las noches en desvelo empezaron. Satoru intento varias veces robar el alcohol de Nanami, y cuando se deshicieron de las botellas, recibieron insultos y maldiciones, hasta se le arrojo comida al rostro. Fueron echados de la habitación centenar de veces, y las cosas parecían empeorar cada vez.

Entonces ocurrió, el primer llamado de auxilio.

Habían quitado la cerradura de la puerta luego de que Gojo se negara a abrirles. Shoko estaba organizando algunos documentos para que Nanami los llevara a la empresa, el reloj en la sala marcaba las una de la mañana. Todo estaba en silencio, los alfas dormían en la sala del living hasta que...la taza de café que Shoko sostenía se estrelló contra el suelo.

Su corazón se detuvo por un instante, luego bombeo con rapidez. En un parpadeo, Ieiri estaba cruzando la sala de estar, antes de llegar a la puerta fue detenida por uno de los alfas.

—Suéltame.

—No lo hagas. El necesita desahogarse—expreso Nanami. Ella lo miro con enojo, sus manos se apretaron en puños. Suguru permaneció en silencio, con la mirada perdida en el suelo, mientras los gritos de Gojo aumentaba. —Necesita estar solo.

—No puedo con esto— las feromonas de Satoru eran fuertes, llenas de dolor e ira reprimida. —Lo siento. — gruño Suguru con lágrimas escurriendo por sus mejillas; su cuerpo se desplomo sobre el suelo.

—Nanami—llamo Ieiri. —Satoru se ha sentido solo por mucho tiempo. Ahora, necesita saber que su familia aun esta para él, y si debo golpearte para llegar a su lado ten por seguro que lo hare. —El rubio se aparta, y Shoko ingresa en la habitación. Ella recorre la habitación, encontrando a Satoru en una esquina con el rostro hundido entre sus manos. —Satoru—su cuerpo tiembla, y el corazón de Ieiri se rompe en mil pedazos. —Está bien. No tienen que luchar solo, nosotros estamos aquí—ella lo abraza con fuerza. —Puedes llorar todo lo que quieras, yo jamás te dejare.

Satoru tuvo pesadillas por dos noches seguidas, pero no estuvo solo en ningún momento. Cada vez que sus ojos se abrían, enfocaban a uno de sus amigos sentado junto a su cama. Una mañana, Ieiri casi se derrumba sobre el suelo de la sala.

—Tengo miedo. Creí que lo estaba superando, pero...—ella se siente molesta consigo misma. —Fui una estúpida al pensar eso.

—No lo eres—dice Nanami, entregándole un pañuelo. —Satoru siempre ha sabido ocultar sus emociones, hasta el punto de rebalsar. Lo único que podemos hacer es acompañarlo. ¿Por qué no prepara tu pastel de fresas? Siempre has sido buena cocinera, quizás eso lo anime un poco.

—Tienen razón—sonríe. Ieiri se dirige a la cocina, empezando a buscar todos los ingredientes para cocinar.

Suguru aparece en la sala llevando un bolso, sus ojos viajan desde la beta hasta el rubio.

—¿Puedes hacerlo solo?

—Deja de preocuparte, si necesito ayuda te llamare. —mira hacia Ieiri otra vez. —Ella nunca ha sido buena cocinera—bromea. —Sera mejor que estés cerca o habrá un incendio por tu culpa—ríe, caminando hacia la salida. Nanami rueda los ojos, manteniendo cerca de Shoko solo por si acaso.

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