Capítulo III

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Capítulo III
"El adiós"

Los guardias empujaron al moreno con fuerza a las afueras del edificio. Sejanus trastabillo un par de pasos, pero no perdió su semblante iracundo.

Estaba enojado por la negativa de Coriolanus, claro que lo estaba, pero estaba aún más enojado por haberse sorprendido.
¿Qué esperaba de un hombre que disfrutaba creando torturas para asesinar niños año tras año?

Si había esperado piedad, era su culpa sentiste decepcionado. Claramente, si había algo de lo que Coriolanus Snow carecía, era de piedad.

Los agentes de la paz lo dejaron solo y fue recién entonces cuando se atrevió a dejarse aplastar por la certeza de la tragedia: su hijo iría a los juegos.
Su hijo entraría a esa arena.
Su hijo iba a morir.
Y él no había podido salvarlo.

Era el peor fracaso de toda su vida.

Se sentó con la espalda contra la pared y respiro profundo intentando contener las lágrimas.
¿Cómo era posible que no hubiera más que hacer? ¿Cómo podía Coriolanus ser tan sínico?

Quería entrar y golpearlo hasta el cansancio.

Su cabeza empezó a funcionar como siempre e hizo del sentimiento un círculo donde corría sin freno. Una y otra vez.
Pontius en la arena, Pontius intentando huir de otro tributo...Pontius siendo asesinado.

Todo por su culpa.

Oyó pasos y se volvió, estúpidamente esperanzado, de que volvieran a buscarlo para reconsiderar la negativa. No era así.
Hilarius Heavensbee caminaba a su lado con lentitud y sin dirigirle la mirada.

Su esperanza se desvaneció.

—Sejanus —saludo mientras se encogía en cuclillas a su derecha.

Él no respondió.

—Es una mierda —comentó.

Y aunque estaba de acuerdo, Sejanus tampoco pudo responder.
Sentía que si decía algo se soltaría a llorar, y si ya tenía que llegar a dar una mala noticia en casa no quería hacerlo aún más difícil.

—Ustedes no sé merecen eso.
—Nadie —susurró con el nudo en su garganta afectando su voz.
—Ojalá pudiera hacer algo.
—Gracias.

Hilarius le apretó el hombro como consuelo y Sejanus por fin encontró la fuerza para levantarse.

—Tengo que ir a despedirme de mi hijo.
—Es un chico bueno —le devolvió—. Lo siento.
—Gracias.

Suspiro con pesadez y se encamino a su vehículo sin mirar atrás.

*

Estuvo al menos diez minutos estacionado fuera sin saber cómo ordenarle a sus piernas andar. Intentaba encontrar las palabras en su cabeza y no había ningún discurso que pudiese pronunciar.

Esto era la cosa más difícil que había tenido que hacer en toda su vida.

Lo único que le obligó a tomar la iniciativa fue la certeza de que posiblemente eran las últimas horas que compartiría con su chico. Y una vez que la idea se instaló en su cabeza entonces casi corrió de vuelta a su casa.

Respiro profundo y entró.
La mirada se mujer se le clavo en la frente casi de inmediato.
Le temblaron las piernas.

—Pa... —Pontius se levantó del sofá y lo miró con tanta esperanza en sus ojos que Sejanus se mordió con fuerza el interior de la mejilla para que no se le saltaran las lágrimas.

¿Cómo podías decirle a la persona que más amabas que acababas de fallarle rotundamente?
Era desgarrador.

Caminó hacía ellos dos en silencio y se sentó junto al niño que inmediatamente retomo su lugar.
Era tan inteligente que ya lo había comprendido, sin explicaciones.

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