El Regreso de la Desesperación
Los gritos de felicidad de los aficionados se escuchaban lejanos, como un eco distante que apenas llegaba a los oídos de Carlos. Las personas saltaban, se abrazaban, y movían banderas con entusiasmo, pero todo parecía ocurrir en cámara lenta. Carlos no encontraba de dónde sostenerse, y ni siquiera sentía el constante jaloneo de Roberto que intentaba atraer su atención. Inclusive la voz de Pierre se perdía en medio del caos mental que lo invadía.
Carlos nunca pensó que la noticia lo afectaría tanto. No era algo tan sorprendente, al fin y al cabo, Mónaco siempre había sido el hogar de Charles, y él mismo se lo había mencionado en múltiples ocasiones. Pero el simple hecho de saber que estaba respirando el mismo aire que él lo ponía completamente nervioso.
—¡Carlos, por favor, contesta! —la voz de Pierre lo llamaba por quinta vez, mientras Roberto lo movía con tanta fuerza que finalmente lo trajo de vuelta a la realidad.
—Mándame la ubicación, en un momento estoy allí —respondió Carlos, casi en automático, antes de colgar y dejar a Pierre en el otro lado de la línea, expectante y preocupado.
—¿Amigo, ¿qué pasó? Te pusiste totalmente pálido y no escuchabas cuando te estaba hablando —Roberto lo sostenía de los hombros, su rostro mostraba una clara preocupación.
—Charles está de regreso, ¿qué voy a hacer? —Carlos se llevó las manos a la cabeza, desesperado, mientras sentía que un colapso mental se apoderaba de él.
—Carlos, cálmate, por favor. ¿Cómo que Leclerc está de regreso? ¿Te lo dijo Pierre? —Carlos simplemente asintió, todavía aturdido.
—Mira, no vas a hacer nada. Te voy a llevar a tu casa, te pondrás el pijama y descansarás esta noche. Mañana sabrás qué hacer. Ahora mismo estás demasiado sorprendido como para hacer algo imprudente —intentaba calmarlo Roberto, aunque sentía su propio corazón latiendo con fuerza, temiendo que Carlos hiciera algo irracional.
—¡No lo entiendes, cabrón! —gritó Carlos, mientras empezaba a abrirse paso entre la multitud, buscando desesperadamente la salida. Roberto no tuvo más opción que seguirlo.
—¡Cálmate! No tienes cómo ir a verlo de todas formas, no sabes dónde está —corría detrás de él, tratando de alcanzarlo, cuando Carlos frenó en seco al llegar a la salida del estadio.
—Préstame el Maserati, te juro que te lo regreso sin ningún rasguño. Necesito verlo —rogó Carlos, con una urgencia que reflejaba cada uno de sus deseos por reencontrarse con el monegasco.
—¿Perdiste la cabeza? Claro que no vas a manejar, estás en un estado de inconsciencia inimaginable —lo enfrentó Roberto, con los ojos cargados de decisión.
—¡Bien! Tomaré el autobús —Carlos se dio la vuelta, caminando hacia la parada más cercana. El frío de la noche golpeaba sus brazos descubiertos, pero claramente no le importaba. De nuevo, su amigo seguía sus apresurados pasos.
—Es que tú de verdad eres terco —lo alcanzó, tomándolo por los hombros y forzando un contacto visual. Carlos intentaba zafarse del agarre de su amigo—. ¿Y qué vas a hacer cuando lo veas? ¿Qué le vas a decir?
Carlos se quedó pensando un momento. Era verdad, no tenía idea de cómo lo confrontaría. ¿Le diría que lo esperó durante dos años? ¿Que no importaba si estaba con alguien más, él estaba dispuesto a seguir esperándolo? ¿Que lo extrañaba como nunca? ¿Rogaría ante él?
Resignado, Carlos tomó asiento en la parada de autobuses. Su amigo lo imitó, sentándose a su lado mientras intentaba confortarlo.
—Tienes razón, ¿qué diablos le diré? —dijo Carlos, colocando sus manos en su cara y bajando la cabeza, mientras sollozaba un poco. Su amigo simplemente le acariciaba la espalda, intentando reconfortar su corazón hecho pedazos.
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Tarde
Fanfiction𝙼𝚒 𝚙𝚞𝚎𝚛𝚝𝚊 𝚗𝚞𝚗𝚌𝚊 𝚚𝚞𝚎𝚍ó 𝚌𝚎𝚛𝚛𝚊𝚍𝚊, 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘 𝚏𝚒𝚗𝚊𝚕 𝚚𝚞𝚎𝚍ó 𝚊𝚋𝚒𝚎𝚛𝚝𝚘 𝚈𝚘 𝚗𝚞𝚗𝚌𝚊 𝚍𝚎𝚜𝚌𝚞𝚒𝚍é 𝚝𝚞 𝚖𝚒𝚛𝚊𝚍𝚊, 𝚖𝚎 𝚕𝚊 𝚚𝚞𝚒𝚝ó 𝚞𝚗 𝚖𝚊𝚕𝚍𝚒𝚝𝚘 𝚊𝚎𝚛𝚘𝚙𝚞𝚎𝚛𝚝𝚘 𝚈𝚘 𝚜é 𝚚𝚞𝚎...