Era lunes y Katherine Brooks ya estaba desde temprano en su oficina de la constructora Di Santi Corporation esperando la llegada de su nuevo jefe.
Andreas Di Santi, el ceo del que era asistente personal había tenido un accidente hacía unos días, así que ahora su hijo Carlo Di Santi vendría a ocupar su lugar.
Por su puesto había averiguado sobre el hombre del que Andreas le hubo dicho en muchas ocasiones estaba orgulloso, pero que nunca había visto a diferencia de sus otros dos hijos, el actor Donovan Di Santi y la top model Isabel Di Santi, quienes visitaron a Andreas una o dos veces desde que estaba aquí.
Carlo Di Santi era su hijo mayor, un magnate respetado en el área hotelera de nueva York.
Sus hoteles rivalizaban con los Hilton y Marriot.
El tipo era todo un tiburón en los negocios y siempre estaba en las listas de los más exitosos de la ciudad.
Además, era descrito como una persona difícil, según su investigación en internet, en que había entrevistas de los antiguos asistentes personales que trabajaron con él quienes lo acusaban de ser intenso y despiadado en su trato.
También leyó entrevistas de Di Santi diciendo que hacía lo que fuese por conseguir sus propósitos y por eso siempre buscaba la perfección en sus trabajadores.
Katherine había trabajado bajo presión con Andreas quien también era muy difícil, pero leer esos testimonios sobre el hijo al que apodaban «El demonio de Manhattan» y leer sus entrevistas la tenían un poco preocupada.
¿Qué tal si la consideraba imperfecta y la echaba?
Ella había tenido mucha suerte quedando en este trabajo que la ayudó a salir de la miseria en que estuvo luego de su paso por la universidad y además con esto podía pagar la costosísima clínica en que estaba su abuela, quien sufría de alzhéimer.
Sacudió la cabeza y trató de ser positiva sobre su futuro. Ella podría trabajar bien con aquel hombre, porque ella tampoco tenía una personalidad que se amedrentara ante personas que se pasaban de gilipollas, pero le daba mala espina que ella le hubiese mandado correos electrónicos, presentándose dispuesta recibir sus órdenes, (dirección que le otorgó el abogado de la empresa) y que Di Santi no le contestase.
Que no respondiese, podría significar que ya tenía otra persona para reemplazarla, pero aún guardaba esperanzas de estar equivocada.
El gerente general, quien había estado al mando por la ausencia de Andreas, le había dicho que Di Santi había mandado a decir que no hablaría con nadie antes, porque quería reunirse con todos por igual.
Ella había considerado que no era cualquiera, era su asistente personal, pero bueno, no le había quedado más que aceptar lo que pedía el señor.
Suspiró, levantándose para ir a echar la última mirada a la oficina que ocuparía Di Santi, la misma quedaba al fondo de la de ella y era más grande.
Esa mañana había preparado todo como cuando atendía a Andreas, así que acomodó los informes que le dijo el gerente general Di Santi había pedido, en su mesa y su café y luego salió al departamento, donde estaban las asistentes del gerente y abogado de la empresa.
Entonces alguien abrió la puerta de vidrio anunciando que Di Santi estaba subiendo el ascensor y se prepararan.
Katherine respiró hondo y se quedó parada para esperar la llegada del hombre.
Él entró junto a O´brian, el rechoncho gerente general.
Katherine tuvo que aceptar que el hombre era impresiónate.
Era alto, de cabello oscuro, mandíbula cuadrada y anchos hombros. El impoluto traje gris que llevaba le quedaba como un guante en su musculosa complexión.
Ella pudo jurar que su poderosa presencia impresionó a los presentes, tanto como a ella, quien mientras lo miraba largamente, escuchaba a lo lejos a O Brian, explicándole el funcionamiento de ese departamento al recién llegado.
O´Brian luego de que Di Santi dijese unas palabras, lo fue presentando y explicando las funciones de cada uno…
Katherine vio cuando el italiano saludó a Sofi la asistente del gerente, misma con que no se llevaba porque esta la odiaba, ya que había aplicado para su puesto de asistente del ceo y como ella se lo había quedado no perdía el tiempo en molestarla.
Katherine casi negó con la cabeza cuando vio como le mostró los pechos que le sobresalían de la blusa a Di Santi, regalándole la mejor sonrisa de su cara recargada en maquillaje.
Di Santi, quien tenía pinta de actor de cine, pero de películas de mafiosos, apenas tuvo una reacción a su coquetería, solo siguió dando a la mano a quien O Brian le indicaba, hasta que alzó la vista y la miró a ella… ella nunca había visto unos ojos tan negros y profundos, pero casi se estremeció al sentir esos sobre ella.
—Ah, y esta es Katherine Brooks, su asistente personal, Señor Di Santi—la presentó el gerente cuando llegaron hacia ella y Katherine puso jurar que el hombre curvó la boca con desagrado.
—Me alegra conocerlo, señor Di Santi— le tendió la mano ella al ver que él no decía nada, entonces sucedió algo que la dejó petrificada: él la ignoró, dejándole la mano en el aire y siguió su camino diciendo:
—¡Andando O’ Brian! ¡No perdamos tiempo que tenemos muchas cosas que revisar!
Katherine sintió una vergüenza aplastante cuando los dos hombres pasaron a su lado hacia la oficina y se encontró con todo el departamento, mirándola con pena ajena por el desaire que acababa de recibir.
No supo cómo hizo para caminar y regresar a su oficina, pero estaba segura de que la cara le ardía y las manos le temblaban por la vergüenza.
¿Por qué ese hombre le hizo algo así, si lo vio saludar a los demás con normalidad?
No tenía sentido su comportamiento si ella no le había hecho nada.
De verdad no entendía nada.
Lo único que sabía es que este inicio con su nuevo jefe no era muy alentador para su futuro en la empresa.
Él iba a echarla.
Estaba segura.
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Magnate cruel
RomanceCarlo Di Santi es un multimillonario poderoso en la industria de hotelería y clubes BDSM, quien le tocara asumir el control de la constructora de su padre al recibir la noticia que este está en coma y su madre muerta, luego de un accidente automovil...