Finalmente, Katherine la mañana siguiente estaba logrando concretar con éxito la asignación que le había dejado Di Santi. Explicó ante este, los proyectos de cada ingeniero y arquitecto convocado en la sala de juntas de la constructora, mientras estos agregaban más detalles a Di Santi, quien se mantenía en la cabecera de la larga mesa de la estancia, observando todo y haciéndole preguntas a los presentes.
Allí Katherine se pudo dar cuenta que él sabía mucho del negocio, como si hubiese trabajado allí y cuando uno de los ingenieros más antiguos de trabajar en la constructora le habló con familiaridad de un proyecto en que estuvieron implicados, pudo confirmarlo.
Ya averiguaría con O´Brian en que año habría trabajado aquí el demonio, se dijo mientras culminaba la explicación de uno de los últimos proyectos, tratando de no amedrentarse por tener la mirada oscura de su jefe sobre ella. Él esa mañana llevaba un traje oscuro, camisa blanca y corbata gris, siendo la viva imagen de un hombre de negocios curtido que esperaba el momento para desacreditarla si decía algo incorrecto.
Ella aspiró y le quitó la mirada, no fuese a ser que esos ojos tan penetrantes la hiciesen perder el hilo de lo que decía y ella no podía darle ese gusto.
Ese día iba a demostrarle de lo que estaba hecha.
Carlo al ver esa mañana a Katherine Brooks manejar la reunión con mucha seguridad, supo que de verdad era una mujer muy capaz.
Tenía un don de palabra impresionante, acompañado de un conocimiento soberbio.
Para su desgracia la sinvergüenza era muy eficiente, además de asquerosamente deseable, porque, aunque ese día llevara una blusa roja de cuello alto, esas tetas de debajo seguían viéndose muy tentadoras.
Estaba seguro que no solo él en esa sala, se estaba imaginando tirar los papeles de la mesa y cogérsela sobre la misma, haciéndola enrollar esas maravillosas piernas largas que tenía, en ese momento cubiertas de Pantimedias oscuras, ya que Brooks llevaba una falda lisa.
Con razón Andreas había tenido semejante desliz. Era una mujer muy sensual y hermosa y sus capacidades profesionales realzaban ese atractivo.
A su padre nunca le había conocido en alguna movida de infidelidad. Si tuvo amantes siempre había sido cuidadoso, pero al parecer esta indiscreción su madre si la empezó a sospechar, ya que recordaba que una de las últimas veces que ella lo visitó a su piso, le había comentado que ella tambien iba buscar un piso para vivir sola. Cuando le preguntó por qué iba separarse de Andreas, solo le cambió el tema, aprovechando para insistirle en cuando pensaba casarse.
Su madre debió sospechar del engaño con esta joven competente y zorra para mandar a algún detective a investigar, quien fue quien debió darle las fotos. Había tratado de averiguar que detective habría sido, pero este tipo de gente se cuidaba mucho de represalias, así que no había dado con nada.
Salió de sus cavilaciones cuando vio a Brooks sonreír con Peter Andrews, un arquitecto nuevo y talentoso, que había diseñado los espectaculares rascacielos que construían en Wall Street.
—Katherine ha explicado mis proyectos, mejor que yo. —decía el imbécil girándose hacia él—Así es, señor Di Santi, me interesa la innovación y la belleza de las cosas.
—Ya veo—replicó Di Santi con ironía, al ver la insinuación con que había dicho las últimas palabras, entonces agregó: —Espero que no solo se interese por lo estético, sino en conseguir que algo sea bueno y duradero.
El joven se vio nervioso, pareciendo tratar de comprender si su comentario tenía otro contexto.
—Por supuesto que sí. —respondió finalmente por decir algo.
Carlo vio a Katherine Brooks culminar la presentación con las palabras que le mandó al correo, quería que dijese de cierre. No le gustaba delegar responsabilidad a sus asistentes (como le tocado hacer en sus hoteles y club para venir a la constructora), pero quería fastidiarla.
Aunque el fastidiado resultó él al final de todo, porque Brooks hizo una excelente presentación y todos la felicitaron mientras se retiraban, además cuando todo quedó vacío el joven Andrews tomó la mano, llenándola de halagos ridículos.
—Te invito a almorzar hoy—oyó al idiota decirle y Brooks le aceptó, provocando que el tipo se fuese muy feliz.
No supo cómo mantuvo la frialdad para aparentar que no le había prestado atención a esto y salir, pero producto de su enojo la llamó al mediodía a su oficina y la mandó a buscar bien lejos su almuerzo, además de ordenarle buscarle unos trajes.
—Mi carro con chofer estará esperándola para llevarla. Es quien estará a su disposición para cuando tenga que salir a hacer mandados. —le indicó esperando a ver si ella le argumentaba que era su hora de comer tambien, pero no dijo nada y fue a cumplir su orden.
Carlo sonrió malévolo cuando quedó solo, el restaurante quedaba a la otra punta de la ciudad y en la tintorería tendría que esperar bastante por la ropa, así que le había jodido la cita para almorzar con Andrews.
Por su puesto, solo hacía esto para ver si se largaba de una vez por todas.
Por nada más.
La odiaba con todas sus fuerzas.
Katherine no sabía cómo se había aguantado de replicar a su jefe cuando le había dado esa orden inhumana de buscarle cosas, sabiendo que era la hora de almuerzo. Pero no lo hizo, porque sabía que él estaba esperando verla ineficiente, como cuando intentó en la mañana dejarla mal ante un comentario positivo de Peter Andrews y no le iba dar el gusto.
Luego de escribir al arquitecto que no podía almorzar con él, como hacían cuando él estaba en la constructora, salió a la entrada donde ya estaba la brillante y lujosa limosina con el conductor de Di Santi esperándola.
Le bajó el mal humor conocer al chofer, un señor que no era tan mala persona como su jefe, quien la llevó a su destino explicándole que estaba a su disposición.
Katherine estaba agotada cuando regresó a las oficinas porque había tenido que hacer largas filas por la fina comida de Di Santi y en la tintorería demoraron tambien. Deseó decirle sus cosas cuando le puso la comida en el escritorio, pero él siquiera la miró por estar hablando por teléfono, así que salió de la oficina, respirando hondo para no estallar. Si la estaba probando no iba claudicar.
Ella necesitaba ese empleo y era una mujer capaz de imponerse a la adversidad.
Todo por su abuela y por mantenerse en este lugar, hasta que pudiese ahorrar lo suficiente para montar su propio negocio.
Sabía que eso era un sueño lejano, pero lucharía por conseguirlo algún día.
ESTÁS LEYENDO
Magnate cruel
RomanceCarlo Di Santi es un multimillonario poderoso en la industria de hotelería y clubes BDSM, quien le tocara asumir el control de la constructora de su padre al recibir la noticia que este está en coma y su madre muerta, luego de un accidente automovil...