En los márgenes del Ojo del Terror, donde la realidad y la disformidad se funden en un paisaje inquietante y retorcido, se oculta una pequeña luna sin nombre, olvidada por los mapas estelares y desprovista de la gracia de la vida. Allí, en una prisión de oscuridad construida sobre los huesos de civilizaciones perdidas, se desató un destino tan improbable como el propio universo que lo albergaba.
Era el año 754.M41 cuando la vidente Eldar, Aelith Vayra, fue capturada durante una incursión de la Disformidad. Aelith, cuya conexión con el Inmaterium había sido una vez un faro de luz para su gente, se encontraba ahora prisionera en las entrañas de un bastión impío, rodeada por grotescos demonios disformes y susurrantes. La corrupción de Slaanesh la acechaba a cada paso, susurrándole tentaciones y mostrándole visiones de su pueblo sucumbiendo a la oscuridad. Pero, a pesar de los horrores que la rodeaban, Aelith mantenía su espíritu firme e incorruptible, sabiendo que no estaba luchando solo por ella, ella sabía que debía proteger la vida que estaba creciendo en su interior.
No hubo amor en la concepción de Kaelith Vayra. Fue el resultado de una violación, la consecuencia de la unión entre Aelith y un humano bajo la influencia corruptora del Caos, un traidor cuyas palabras vacías habían sido alimentadas por los dioses oscuros. Sin embargo, en el instante de la concepción, cuando todo parecía estar perdido para él aún no nacido Kaelith, su madre Aelith desesperada por proteger la vida que se estaba formando dentro de ella tomó una decisión audaz. Usó hasta la última chispa de su poder psíquico para envolver a su hijo no nacido en un manto espiritual, un escudo que lo protegería de la corrupción que lo rodeaba. Fue un acto de puro sacrificio y amor, uno que desafió las leyes del cosmos y que en consecuencia atrajo las miradas inquisitivas tanto de los demonios como de los dioses del Caos hacia su hijo no nato.
El parto fue un completo infierno para Aelith. La Eldar se encontraba muy debilitada por las constantes torturas y la presión de mantener el escudo espiritual alrededor de su hijo, luchó con cada aliento. En consecuencia a este nacimiento las fuerzas del Caos se agitaron, como si algo en esta criatura que intentaba nacer desafiara la misma naturaleza del Ojo del Terror. Los demonios miraban con avidez, con la esperanza de que el niño fuera suyo, un ser nacido del Caos, un nuevo juguete para el entretenimiento de sus dioses.
Pero cuando Kaelith finalmente emergió al mundo, el silencio cayó sobre la oscuridad. Los demonios se apartaban del recién nacido desconcertados, y por una fracción de segundo la disformidad misma pareció detenerse. El niño que sostenía Aelith en sus brazos no era lo que esperaban. No era una abominación ni una criatura corrupta. Era una criatura pura, su alma inmaculada brillando con una luz que resonaba como un eco perdido entre las sombras. En su pequeño cuerpo se reflejaba la nobleza de su madre Eldar, pero también la fragilidad de la humanidad de su padre. Sus ojos, una mezcla de azul celeste y dorado incandescente, parecían ver más allá del velo de la realidad, destellando como si fueran antorchas en una noche interminable.
Los dioses del Caos, los cuales habían seguido con curiosidad el desarrollo de esta nueva vida dentro de la Disformidad, observaron con frustración e interés al recién nacido. El niño no pertenecía a ninguno de ellos. La barrera espiritual que Aelith había colocado era impenetrable. Pero había algo en él que intrigaba a las entidades oscuras, una anomalía, una combinación de pureza y maldición, algo que desafiaba incluso la propia locura dentro de la Disformidad.
Con el nacimiento de Kaelith, la vida de Aelith comenzó a desvanecerse. Su sacrificio había sido demasiado grande, y su energía psíquica se agotaba rápidamente. Sin embargo, antes de que su cuerpo sucumbiera, con las últimas fuerzas que le quedaban, logró sellar una pequeña parte de su alma dentro de un cristal psíquico, un amuleto que colocó alrededor del cuello de su hijo. Este sería su primer y último regalo para él, una protección que evitaría que las garras del Caos lo corrompieran por completo. Fue su gran acto de amor hacia su hijo, un recordatorio eterno de que, incluso en este universo retorcido, siempre habría alguien que lo aceptaría incondicionalmente. Por último murmuró unas palabras en su lengua ancestral, una última bendición antes de desvanecerse, dejando a Kaelith solo en un universo que jamás aceptaría su existencia.
Kaelith no tuvo tiempo para llorar ni para entender su pérdida. Desde el primer momento de su existencia, su vida estuvo marcada por la supervivencia. A medida que crecía, oculto en las ruinas del Caos, aprendió a evitar las fuerzas que siempre lo buscaban. Su madre había sido una vidente poderosa, y aunque él no tuvo a nadie que le enseñara formalmente, los dones psíquicos que heredó florecieron de manera natural. Su mente, protegida por la barrera que su madre le otorgó, pudo explorar el Inmaterium sin caer en la locura, y pronto aprendió a sentir las grietas en la realidad, los puntos donde el Caos acechaba más cerca. Esa habilidad, ese don, lo salvó innumerables veces.
Los años pasaron y Kaelith, que siempre se mantuvo bajo el velo del sigilo y el anonimato, se hizo un hombre. Su cuerpo reflejaba la elegancia y gracia de su herencia Eldar, pero también mostraba la fuerza y resistencia de su padre humano. Sin embargo, el Caos siempre lo rodeaba, como un cazador al acecho, esperando que bajara la guardia. Kaelith nunca lo hizo ya que sabía que los Dioses del Caos estaban a la espera de un solo error para poder tomar su cuerpo y alma, y esto es algo que él no permitiría ya que entonces el sacrificio de su madre habría sido en vano.
Con el tiempo en su interior, Kaelith comenzó a sentir una desconexión con todo lo que lo rodeaba. Él sabía que su existencia era un desafío para ambos lados del cosmos. Ni humano ni Eldar, ni puro ni corrupto, siempre sería un exiliado, un eco perdido en la inmensidad del universo. Sin embargo, en su corazón brillaba una chispa de esperanza, una que lo empujaba a seguir adelante. Sabía que su vida jamás sería fácil, pero mientras su alma permaneciera intacta, seguiría luchando, ya fuera para salvar a los inocentes del abrazo del Caos o simplemente para proteger la luz que aún quedaba en su interior.
Kaelith Vayra había nacido en medio de la oscuridad más profunda, pero su alma, contra todo pronóstico, seguía siendo pura. Y mientras tuviera la fuerza para resistir, la oscuridad jamás lo consumiría.
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Warhammer 40K Kaelith Vayra - El Eco Perdido
Ciencia FicciónKaelith Vayra es el improbable y milagroso resultado de una unión entre un Eldar y un humano en medio del Caos, pero que ha mantenido su alma libre de la corrupción que le rodeó desde su nacimiento. Su madre era una Eldar atrapada en una redada del...