IX

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1968

Klaus y yo caminábamos por la calle con las manos entrelazadas. De vez en cuando lo miraba y no podía evitar sonreír. Me había vuelto a enamorar de Klaus Hargreeves, si es que alguna vez había dejado de hacerlo.

– Qué guapo. – sonreí al rizado. – ¿Te lo había dicho ya?

Klaus me miró y emitió una carcajada. – A lo largo de mi vida... unas cuantas. Pero hacía tiempo que no lo escuchaba... lo estaba echando de menos.

Paré en seco y tiré de Klaus para acercarlo a mi. Le besé bruscamente y casi le obligué a abrir ligeramente la boca para dejar pasar a mi lengua.

– Esto también lo echaba de menos. – susurró contra mis labios. – Te echaba de menos a ti. – puso detrás de mi oreja un mechón de pelo.

– Si salimos de aquí... – hablé tranquila. – bueno, yo claro que saldré... – reí. – quiero intentarlo de nuevo.

Klaus me besó. – ¿Y por qué esperar? – me miró. – Si no salgo de aquí quiero morir siendo tu chico.

– No te pido matrimonio porque estamos en la guerra. – reí.

Volvió a besarme. – Si conseguimos llegar a 2019 y detener esa movida del apocalipsis... prometo pedirte matrimonio.

Reí contra sus labios. – No digas cosas que no vas a cumplir.

– Sabes perfectamente que lo voy a cumplir. – dijo serio.

Klaus y yo estuvimos a punto de casarnos con 22 años. Pero la cosa se vió torcida cuando le dejé tirado en aquel centro de desintoxicación.

El de ojos verdes me dió un beso rápido y volvimos a caminar.

Nos habían dado el fin de semana de permiso y estabámos de camino a un bar a tomar unas copas.

Entramos al lugar aun con nuestras manos entrelazadas. Caminamos hasta la barra y comenzamos a beber.

No recuerdo el momento en el que Dave se unió a nosotros, ni el momento en el que los tres nos pusimos a bailar, ni el momento en el que estábamos en una habitación de hotel, ni el momento en el que Klaus y él se estaban besando, ni el momento en el que Dave me besó a mi, ni por qué estábamos desnudos.

Lo que si recordaría toda la vida fue aquella noche.

Actualidad. 2019

– Ah, sí. – me giré. – Nos vamos.

– ¿Os rendís? – cuestionó el rubio.

Asentí. Klaus seguió caminando y yo me quedé allí.

– ¿No te importa que vayamos a morir en tres días?

Negué. – De hecho... prefiero colocarme estos últimos días. – Reí. Me dí la vuelta para seguir caminando hacia mi cuarto.

– Ben. – saludé. – Dime, por favor, que Klaus no tiró todo al vater.

– Te estás volviendo a comportar como una egoísta. – dijo.

No hice caso a sus palabras y rebusqué por mi cuarto.

– Cero, ayúdale. Te necesita.

Suspiré con pesadez. – Estoy un poco cansada de que siempre me digas qué tengo qué hacer.

– Lo dejaste una vez, no lo hagas dos.

– Te recuerdo, hermanito, que lo dejé porque tú me lo pediste. – Me levanté y me acerqué a él. – Klaus es la única persona a la que he querido más que a mi misma. En tres días todo esto se acaba y yo seguiré aquí para siempre, ¿sabes por qué? Porque papá fue tan cabrón que me inyectó esa mierda en vez de dejarme morir. Lo único que quiero es pasar estos tres días con Klaus, pero si él está tan encabezonado en traer a Dave yo no le voy a ayudar. – me alteré. – No quiero ver a Dave de nuevo, solo quiero drogarme mucho y que todo pase rápido.

– ¡Klaus te necesita! – habló Ben elevando la voz. – Cero, – se tranquilizó. – desde que lo dejaste en aquel centro, Klaus no ha parado de preguntarse por qué. Lo pasó fatal, no entendía por qué lo hiciste. – se acercó a mi. – Tiene miedo de perderte otra vez.

Suspiré. – Tengo miedo de que mi poder se descontrole. – admití.

Desde que comencé a consumir y dejé de usar mis poderes las cosas se complicaron. Con tanta sustancia encima he perdido habilidades, como la rapidez o la invisibilidad. Pero las otras que aún conservo a veces se vuelven en mi contra. Invocar espíritus parece algo fácil, pero controlarlos no lo es. Hay todo un mundo en el otro lado, un mundo al que puedo acceder, pero del que es muy difícil salir.

– Tu noviecito me está pidiendo algo muy extraño. – Diego entró al cuarto.

– No es mi novio. – dije antes de seguir a Diego.

– Me ha dicho que lo ate. – admitió Número Dos.

Reí. – Nunca dejará de sorprenderme.

Subimos y Klaus estaba esperando con una cuerda en sus manos. La habitación estaba completamente vacia, a excepción de nosotros y una silla.

– Odio esta habitación, – dije mientras veía cómo Diego comenzaba a atar a Klaus. – aunque me financió los colocones.

– Más arriba y más fuerte. – pidió Klaus.

– Quiero hacerlo contigo. – dije en la mente de Número Cuatro. – Pero prométeme que me protegeras si la cosa se descontrola.

Klaus asintió y me dedicó una sonrisa.

– ¿No está muy apretado? – cuestionó mi otro hermano.

– Perfecto.

– Si veo una erección me piro. – advirtió Diego.

Reí. – De eso me ocuparía yo.

Klaus me guiñó un ojo y Diego rodó los ojos.

– ¿Puedo preguntar a qué se debe este afán de mantenerse sobrio?

Mientras Klaus le contaba a Diego sobre Dave y Vietnam yo observaba a Ben pasear por la habitación.

– Estás haciendo lo correcto. – dijo este mirándome sonriendo.

La voz de Klaus me hizo mirarlo.

– Joder.

– ¿Qué? – Diego se giró algo preocupado.

– Que me estoy meando. – confesó el rizado.

Solté una carcajada.

– Vete, Diego. Ya me ocupo yo.

For your love // Klaus HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora