El amanecer se filtraba a través de las ventanas del estudio de Armand Delacroix, bañando de una luz tenue y dorada las paredes repletas de lienzos. Aquella habitación, el sanctasanctórum del célebre pintor, era un caos de pinceles desordenados, latas de trementina, paletas secas y montones de papeles. Sin embargo, en medio de ese desorden creativo, algo capturaba la atención con un magnetismo inquietante: el cuerpo inerte de Armand, yaciendo en el suelo de parquet, con una paleta de colores a su lado que parecía teñida de sangre.
El comisario Dupin entró al estudio con una mezcla de respeto y temor. Aunque había visto innumerables escenas de crimen a lo largo de su carrera, esta tenía algo diferente, una sensación que iba más allá de la muerte física. Parecía como si la misma habitación estuviera impregnada de una desesperación profunda, de un dolor que se había solidificado en el aire. Sus ojos se movieron rápidamente por la escena, tratando de captar todos los detalles. No había signos de lucha, ni puertas forzadas. Todo parecía en orden, salvo por la presencia inerte de uno de los artistas más importantes del país.
—¿Qué es eso? —preguntó Dupin, más para sí mismo que para los agentes a su alrededor, al notar el cuadro en el caballete.
El lienzo, todavía húmedo, mostraba la imagen de Armand en la misma posición en la que yacía en el suelo. Parecía una fotografía perfecta de su muerte. Pero lo que hizo que la piel del comisario se erizara fue el reflejo en el espejo pintado al fondo de la obra. En él, se podía distinguir una figura borrosa, indiscernible, pero inconfundiblemente humana. Era como si Armand hubiera capturado en su último suspiro la esencia de su asesino, aunque su rostro estuviera oculto en una nebulosa de pinceladas difusas.
—Este cuadro… es perturbador —murmuró uno de los oficiales.
—Perturbador es quedarse corto —replicó Dupin, frotándose la barbilla mientras se inclinaba para examinarlo más de cerca—. Parece casi… premonitorio.
Los agentes de la policía se mantuvieron en silencio, cada uno sintiendo el peso de esas palabras. Había una extraña sensación de que estaban siendo observados, como si los ojos pintados de Armand pudieran ver más allá de la muerte, advirtiendo de algo que aún no comprendían.
Mientras tanto, en otra parte de París, Lucien Marchand se encontraba en su pequeño taller, inmerso en su trabajo de restauración. Era un joven de unos treinta años, de cabello oscuro y desordenado, con un aspecto perpetuamente soñador que contrastaba con la precisión meticulosa con la que trataba cada obra de arte que pasaba por sus manos. Lucien había dedicado su vida a estudiar y restaurar las pinturas de grandes maestros, pero ninguna lo había fascinado tanto como las de Armand Delacroix. Desde que vio por primera vez una obra suya en una galería, había sentido una conexión inexplicable con la mente del artista, una sensación de que, de algún modo, compartían un vínculo más profundo que el simple aprecio por el arte.
El sonido del teléfono irrumpió en la tranquila atmósfera de su taller, sacándolo de su concentración. Lucien dejó a un lado el pincel y contestó, sin saber que esa llamada cambiaría su vida para siempre.
—¿Señor Marchand? —dijo una voz grave al otro lado—. Habla el comisario Dupin de la Policía de París. Necesito que venga de inmediato al estudio de Armand Delacroix.
El corazón de Lucien dio un vuelco al escuchar el nombre del pintor.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó, tratando de mantener la calma, aunque un mal presentimiento comenzaba a crecer en su interior.
—Es mejor que lo vea por sí mismo —respondió Dupin, con una seriedad que no dejaba lugar a preguntas.
Lucien no perdió tiempo. A medida que se dirigía hacia el estudio del pintor, los recuerdos de su primera vez viendo una obra de Armand se agolparon en su mente. Era una exposición en la que se mostraban las últimas creaciones del artista, y Lucien había quedado hechizado por la intensidad y la profundidad emocional de las pinturas. Desde entonces, había seguido de cerca la carrera de Armand, y aunque nunca había tenido el valor de acercarse a él, sentía que conocía cada rincón de su alma a través de sus obras.
Al llegar al imponente edificio donde Armand tenía su estudio, Lucien fue recibido por el bullicio característico de una escena de crimen. Agentes de la policía iban y venían, y la entrada al estudio estaba acordonada con cintas amarillas. Con un nudo en la garganta, Lucien mostró su identificación y fue conducido adentro por un oficial.
El comisario Dupin lo estaba esperando en la entrada del estudio. Era un hombre de mediana edad, con el cabello ya gris y un semblante que sugería que había visto demasiadas cosas en su vida. Sus ojos eran agudos, pero había algo en ellos que indicaba una tristeza subyacente, como si llevara consigo el peso de todas las tragedias que había investigado.
—Señor Marchand —lo saludó Dupin, extendiéndole la mano—. Gracias por venir tan rápido.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Lucien, aunque ya podía adivinar la respuesta.
—Lo encontramos esta mañana —respondió Dupin, con un gesto hacia el interior del estudio—. Armand Delacroix ha muerto. Y, como restaurador de sus obras, necesitamos su ayuda para entender algo que encontramos aquí.
Lucien sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Armand, su ídolo, el hombre cuyo arte había seguido con devoción, estaba muerto. Tomó un momento para recomponerse antes de seguir al comisario al interior del estudio.
El olor a aceite de linaza y pintura fresca llenaba el aire, un aroma que Lucien siempre había asociado con la creatividad y la vida. Pero hoy, ese olor parecía amargo, como si estuviera impregnado de la tragedia que acababa de suceder. Y entonces lo vio: el cuerpo sin vida de Armand, tendido en el suelo, con la piel pálida y la expresión congelada en una mezcla de sorpresa y resignación.
Lucien apenas podía respirar. Sus ojos, sin embargo, fueron rápidamente atraídos por la pintura que estaba en el caballete. "El Último Espejo", pensó, sin saber cómo ese título había surgido en su mente. La obra era impresionante, una de las más poderosas que jamás había visto, pero también era profundamente perturbadora. Representaba la escena exacta que tenía ante sus ojos: el cuerpo de Armand, la paleta en el suelo, y en el fondo, ese espejo inquietante con la figura borrosa.
—Es como si… como si lo hubiera sabido —murmuró Lucien, sin poder apartar la vista del cuadro.
—Eso parece —dijo Dupin, acercándose a su lado—. Pero lo que no sabemos es quién o qué es esa figura en el espejo. Es demasiado borrosa para identificarla.
Lucien observó el reflejo pintado, tratando de encontrar algún detalle que se le hubiera pasado por alto. Sin embargo, cuanto más miraba, más se convencía de que el reflejo no era una simple distorsión. Armand había sido meticuloso en su técnica, un maestro en captar las luces y las sombras con precisión. Si había algo distorsionado en ese cuadro, debía ser deliberado.
—Esto no es un error —dijo Lucien, pensando en voz alta—. Es una señal. Armand estaba tratando de decirnos algo.
Dupin lo miró con interés, pero también con cautela.
—¿Cree que Delacroix estaba consciente de que iba a morir? —preguntó.
—No lo sé —respondió Lucien—, pero creo que sabía que estaba en peligro. Este cuadro es una advertencia, un mensaje oculto que debemos descifrar.
El comisario Dupin asintió lentamente. Había visto demasiados casos extraños a lo largo de su carrera como para descartar esa posibilidad. Además, algo en la pasión con la que hablaba Lucien le hacía creer que el joven restaurador podría ser clave para resolver este misterio.
—Muy bien —dijo Dupin—. Necesito que examine este cuadro a fondo, Marchand. Cualquier detalle, por pequeño que sea, podría ser importante. Estamos tratando con un crimen fuera de lo común, y si Armand realmente dejó un mensaje en su última obra, tenemos que descifrarlo antes de que sea demasiado tarde.
Lucien asintió, sintiendo que su conexión con el pintor, esa que había sentido durante tanto tiempo, ahora se convertía en un lazo que lo unía a la última y más misteriosa obra de Armand Delacroix. No sabía hasta dónde lo llevaría esta investigación, pero estaba decidido a llegar hasta el fondo, a descubrir lo que realmente había ocurrido en este estudio y qué secretos se escondían detrás de "El Último Espejo".
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El último espejo ©
Misterio / SuspensoCuando el célebre pintor Armand Delacroix es encontrado muerto en su estudio, la escena del crimen es tan inquietante como su última obra maestra. La pintura, aún fresca, muestra un reflejo exacto de su muerte: Armand yace en el suelo con una paleta...