Cap 8

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"Dios sabe que no quiero ser un ángel"

-Rammstein

Hola nuevamente por aquí, ¿han escuchado las canciones de Rammstein? Sus letras pueden ser turbias y poéticas a la vez... es una buena inspiración;)

Siempre le tuve miedo a la oscuridad; era un pánico que se apoderaba de mí cuando la penumbra me envolvía, un estremecimiento profundo que recorría mi ser al darme cuenta de cómo las sombras me abrazaban con su manto helado. Esa sensación infernal impregnaba mi alma, dejándome atrapada en un laberinto de inquietud.

Era habitual sentir que dagas invisibles se clavaban en mi corazón al mirar a mi alrededor y encontrarme sola, era normal que el día se tornara frío y desolador, como si el sol hubiera decidido ocultarse detrás de nubes eternas, dejando tras de sí un vacío helado que calaba hasta los huesos. La soledad y la oscuridad eran las únicas protagonistas de mi existencia, controlando cada página de mi vida, susurrando secretos amargos al oído y recordándome que el silencio podía ser más ensordecedor que cualquier grito.

En esos instantes, las sombras adquirían formas familiares, figuras de un pasado que no podía olvidar. Me acechaban como recuerdos no deseados, trayendo consigo risas desvanecidas y promesas rotas que aún resonaban en mi mente.

Sin embargo, en medio de esa desolación, el miedo se disipó al encontrarme con unos ojos tan oscuros como la noche misma. Aquellos ojos crearon una chispa de resistencia dentro de mí, una pequeña llama que comenzaba a arder, recordándome que incluso en la noche más oscura siempre hay un destello de esperanza esperando ser descubierto. Tal vez era el momento de enfrentar mis miedos y convertir las sombras en aliadas, dándoles voz y permitiéndoles contar su historia.

Su mano permanecía firme en mi barbilla, un agarre preciso pero no doloroso. Pronuncio aquel nombre con tal fervor, como si contuviera un torrente de emociones. No entendía nada; su nombre había salido de mis labios impulsivamente y yo no sabía quién era.

De repente, me soltó como si mi piel ardiera y se alejó de mí. Todo a mi alrededor seguía sumido en el caos; mis piernas seguían temblabando incontrolables. Pero ya no tenía miedo; ni las sombras ni fuego eran aterradores. Se sentían familiares, conocidos, casi confortantes.

Estaba atrapada en esta nueva sensación donde el miedo se había esfumado sin más. Me aclaré la garganta para romper el silencio y preguntarle quién era realmente aquel extraño, pero sin previo aviso me incorporó bruscamente del suelo y me arrastró hacia una esquina de la casa.

—Llegué un poco tarde—susurró para sí mismo.

La mayor parte del tiempo me sentía perdida en este torbellino de emociones, incapaz de comprender lo que sucedía o a qué se refería con esas palabras.

De pronto, todo el caos había cesado. El aire se volvió denso y frío, un profundo silencio lo acompañó. Me sorprendió presenciar aquello; era algo casi imposible... Y empecé a pensar que realmente me estaba volviendo loca.

El de ojos oscuros sonrió de lado, ansioso. Todo su lenguaje corporal expresaba que moría de ganas por recibir aquello que lo hizo sonreír.

Logré oírlo: esos gruñidos, como los de un cerdo, lograron erizarme la piel por completo. Sentí cómo el ambiente se volvía pesado, como si una presencia maligna se cerniera sobre nosotros... Y estaba segura de que así era. Los gruñidos se intensificaron y lo vi.

La criatura emergió de las sombras con un andar torpe pero amenazante. Su cuerpo era una grotesca amalgama de carne y oscuridad. La piel, gruesa y escamosa, brillaba con un sudor nauseabundo que reflejaba la escasa luz como si estuviera cubierta de aceite. Sus ojos, hundidos y amarillos como dos faros en una noche sin luna, parecían devorar el alma de quien se atreviera a mirarlos. La boca, desproporcionadamente grande, se abría en una mueca que revelaba hileras de dientes afilados como cuchillas, manchados de una sangre muy oscura.

Sus patas eran robustas y cortas, terminando en garras que crujían al moverse sobre el suelo cubierto de madera. Un grueso rabo se agitaba detrás de ella como si tuviera vida propia, y cada gruñido que escapaba de su garganta retumbaba en el aire pesado, resonando con una mezcla de rabia y hambre insaciable. La criatura no solo era similar a un cerdo por sus gruñidos; su aliento caliente y fétido impregnaba el ambiente con un olor a putrefacción que revolvía el estómago.

Lo vi allí, en la penumbra, aturdida por la horrenda visión. Mi corazón latía frenéticamente mientras mis ojos se encontraban con los de la bestia. No podía apartar la mirada; estaba paralizada por el terror. Pero en ese instante, un grito involuntario escapó de mis labios sin poder evitarlo: un eco desgarrador que rompió el silencio sepulcral que había durado unos segundos. Fue ese grito lo que hizo reaccionar a la bestia; con un rugido ensordecedor, cargó hacia mí a una velocidad aterradora, los ojos brillando con ferocidad insaciable. Todo estaba perdido en ese instante; el horror había comenzado.

La criatura era sin duda un vestigio de un lugar maldito, una aberración surgida directamente de las profundidades del infierno. Su aspecto espeluznante no dejaba lugar a dudas: cada rasguño en su piel, cada cicatriz atravesando su cuerpo contaba historias de tormento y sufrimiento. Era como si las llamas del averno hubieran dejado su huella en ella, distorsionando su forma hasta convertirla en un espanto que desafiaba cualquier noción de lo natural.

El hedor a azufre parecía llevar consigo ecos de gritos lejanos; susurros de aquellos condenados a sufrir en la oscuridad. Los ojos amarillos que me miraban eran ventanas a ese abismo, reflejando una maldad tan antigua que hacía temblar hasta al más valiente.

Era un mensajero del caos, una manifestación del terror que habitaba en las sombras de la existencia.

Mi grito desgarrador resonó en la noche como lamento por todas las almas perdidas; el infierno había llegado a mi puerta y pensé que todo había terminado para mí. Por un momento olvidé al sujeto a mi lado, sonriendo divertidamente; sin esperarlo detuvo con una mano el fuerte impacto de la criatura y no entendía cómo era posible todo esto.

Estaba totalmente perdida; la atmósfera era opresiva, como si las paredes mismas murmuraran advertencias. La casa ya no se sentía como un refugio sino como una trampa; ya era consciente de que la realidad que me rodeaba solo era una fachada, un espejismo ocultando la verdad más oscura.

Bajo el velo de la oscuridad © [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora