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La noche había caído sobre Mónaco, pero la energía en el ambiente estaba lejos de menguar. Después de la épica victoria de Charles Leclerc en el Gran Premio, Alessia y sus amigos estaban listos para disfrutar de la exclusiva fiesta de celebración a la que Charles, en un gesto inesperado pero muy bien recibido, los había invitado. A pesar de los nervios y el entusiasmo que los invadía, no estaban preparados para lo que les esperaba.
El evento se llevaba a cabo en una mansión en lo alto de una colina, con vistas espectaculares al puerto de Mónaco, y desde el primer momento, Alessia y su grupo se dieron cuenta de que estaban en un mundo completamente diferente. Las luces brillaban como estrellas sobre la piscina infinita que reflejaba el cielo nocturno; la música elegante y suave resonaba en el ambiente, mientras que copas de champán pasaban de mano en mano entre celebridades y personajes influyentes.
—Esto es como estar en una película —murmuró Alana mientras recorrían el camino hacia la entrada, sus ojos brillando ante la opulencia que los rodeaba.
—Una película en la que claramente somos los extras torpes —bromeó Ricardo, ajustándose nerviosamente la corbata.
Apenas cruzaron la puerta, fueron recibidos por la música alta y las risas de los invitados. Alessia, con una mezcla de emoción y ansiedad, trató de mantener la compostura. Después de todo, Charles Leclerc había mostrado interés en ella, y esta era su oportunidad de hacer una buena impresión… si lograba evitar cualquier desastre, claro.
El primer obstáculo llegó en la forma de un camarero elegante que ofrecía una bandeja de aperitivos. Agustín, entusiasmado por probar algo nuevo, alcanzó una pequeña tartaleta que parecía inofensiva. Sin embargo, en su intento de ser discreto, se le resbaló entre los dedos y aterrizó directamente en la alfombra roja.
—¡Ups! —exclamó, y luego, en un intento de disimular, se inclinó rápidamente para recogerla, pero terminó tropezando y derramando su bebida sobre un invitado cercano.
—Tranquilo, es solo champán —dijo el hombre afectado con una sonrisa indulgente, mientras Ricardo y Alana reprimían las carcajadas.
Mientras tanto, Alessia intentaba captar la atención de Charles, quien estaba rodeado de periodistas y figuras importantes. Decidida a no dejar pasar la oportunidad, se acercó con paso firme. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de saludarlo, tropezó con el borde de una mesa baja, enviando un par de copas al suelo con un estruendoso clamor.
Charles, alertado por el ruido, se giró y sus ojos se encontraron con los de Alessia. Por un segundo, ella deseó que la tierra se la tragara, pero la sonrisa cálida y comprensiva de Charles la tranquilizó.
—¿Todo bien? —le preguntó él, acercándose para ayudarla a recuperar el equilibrio.
—Sí, todo bien... excepto mi dignidad —respondió Alessia, ruborizada, pero intentando sonreír con naturalidad.
Charles soltó una carcajada suave y, para sorpresa de ella, le pasó un brazo por los hombros en un gesto amistoso.
—No te preocupes, todos hemos tenido nuestros momentos —dijo, guiándola hacia un rincón más tranquilo donde podían hablar sin interrupciones—. Estoy muy contento de que hayan venido.
Mientras tanto, Ricardo y Agustín habían decidido que era hora de tomar el control de la pista de baile. Con entusiasmo desbordante y sin una pizca de vergüenza, comenzaron a hacer movimientos que rápidamente llamaron la atención de los demás invitados. La mezcla de pasos descoordinados y expresiones exageradas hizo que los rodearan en cuestión de minutos, no porque fueran los mejores bailarines, sino porque sus esfuerzos eran tan sinceros como divertidos.
—¡Esos son mis amigos! —dijo Alessia a Charles, señalando con la cabeza hacia la pista de baile mientras trataba de no reírse demasiado.
—Veo que saben cómo animar una fiesta —respondió Charles, claramente entretenido por el espectáculo.
Alana, por su parte, había quedado atrapada en una conversación interminable con una celebridad que insistía en contarle, con todo lujo de detalle, la historia de cómo había ganado su primer premio, una historia que se extendía más de lo que Alana esperaba. Aunque intentó mantener la cortesía, asintiendo y sonriendo en los momentos indicados, cada vez lanzaba miradas de auxilio a sus amigos, que estaban demasiado ocupados haciendo el ridículo en la pista de baile como para notar su desesperación.
A medida que la noche avanzaba, Alessia y Charles se encontraron en una conversación más personal. Con cada palabra intercambiada, Alessia sentía cómo sus nervios se disipaban. Compartían risas sobre la torpeza de la noche, y Charles incluso le confesó que había visto la presentación de 300 páginas que Alessia había hecho sobre él como parte de su trabajo de investigación.
—Es raro encontrar a alguien que se tome tanto tiempo para entender lo que hago —le dijo él, mirándola a los ojos con un brillo de sinceridad—. De verdad me impresionó.
Alessia sintió que su corazón daba un vuelco. Aunque la noche había estado llena de tropiezos, este momento valía cada uno de ellos. Jamás se había imaginado que su investigación llegaría a manos de Charles, mucho menos que él la apreciaría.
Finalmente, mientras la noche llegaba a su fin, Charles la sorprendió una vez más.
—¿Te gustaría dar un paseo? —le propuso, señalando hacia la terraza.
Alessia asintió y lo siguió hacia el exterior, donde las luces de la ciudad de Mónaco titilaban sobre el mar. Había una calma mágica en el aire, el tipo de tranquilidad que sólo llega en medio del bullicio de una noche inolvidable.
—A veces, cuando estoy aquí después de una carrera, me gusta recordar por qué hago esto —confesó Charles, apoyándose en la barandilla y mirando al horizonte—. No es sólo por las victorias, sino por noches como esta… donde puedo compartirlo con personas que realmente me entienden.
Alessia lo miró, asombrada por la vulnerabilidad en sus palabras. Charles no era solo un piloto de Fórmula 1; era alguien con sueños, emociones y miedos, y ella sentía que, por una noche, había sido capaz de ver más allá de la figura pública.
Cuando volvieron al salón, encontraron a Alana finalmente libre de la conversación y a Ricardo y Agustín descansando en un rincón, agotados pero felices.
—Creo que definitivamente no somos el típico grupo de élite de Mónaco —dijo Agustín, mientras todos reían.
—No, pero creo que eso es lo que nos hace especiales —respondió Alessia, mirando a sus amigos y luego a Charles, quien les dio un guiño antes de despedirse para atender a otros invitados.
Mientras se dirigían a la salida, Alessia no podía dejar de sonreír, sabiendo que esa noche sería una que recordarían por siempre. No sólo por las anécdotas y los tropiezos, sino porque esa noche, bajo las luces de Mónaco, había conocido a Charles Leclerc de una manera que nunca pensó posible.