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El sol apenas asomaba sobre el horizonte cuando el día de la despedida finalmente llegó

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El sol apenas asomaba sobre el horizonte cuando el día de la despedida finalmente llegó. Mónaco, una ciudad que rara vez dormía, parecía inusualmente callada esa mañana, como si hasta las olas del mar se movieran con más lentitud, respetando el dolor compartido entre dos almas que estaban a punto de separarse.

Charles y Alessia se encontraban en la terraza del departamento del piloto, el mismo lugar donde tantas conversaciones profundas, risas y confesiones los habían unido en días pasados. Pero hoy, el ambiente estaba impregnado de una tensión silenciosa. Ninguno de los dos quería ser el primero en romper el frágil momento de calma, como si al hablar estuvieran admitiendo que el final era real.

—Nunca pensé que el tiempo pasaría tan rápido aquí —susurró Alessia, rompiendo finalmente el silencio. Su mirada se perdió en el horizonte, donde el cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados y rosados. Respiró profundamente, tratando de grabar esa imagen en su mente para llevarla consigo.

Charles la observaba en silencio, memorizando cada gesto, cada detalle de su rostro. En su vida, había enfrentado despedidas, pérdidas y decepciones, pero esta en particular parecía un desafío completamente distinto. Porque, aunque él sabía que era lo correcto para Alessia volver a su vida, una parte de él deseaba que todo pudiera detenerse, que el tiempo les regalara más días, más horas, más minutos juntos.

—Dicen que cuando estás donde debes estar, el tiempo vuela —respondió Charles, su voz suave pero cargada de emociones. Dio un paso hacia ella, posando una mano en su hombro—. Quizás eso significa que estos días eran exactamente lo que ambos necesitábamos.

Alessia giró ligeramente la cabeza para mirarlo, encontrando en sus ojos verdes una mezcla de dolor y esperanza que reflejaba perfectamente lo que ella misma sentía.

—Charles, tengo tanto miedo de que esto solo sea un capítulo breve en nuestras vidas —dijo, dejando escapar un suspiro entrecortado—. Me aterra la idea de que, una vez que me vaya, todo esto se desvanezca como un sueño.

Charles negó con la cabeza y tomó ambas manos de Alessia, entrelazando sus dedos con los de ella. Su toque era cálido, reconfortante, como un ancla que evitaba que ella se perdiera en sus propios miedos.

—Alessia, no puedo prometerte que será fácil. Sé que nuestras vidas son complicadas, que hay kilómetros y responsabilidades entre nosotros. Pero lo que puedo prometerte es que haré todo lo posible por mantener esto vivo. Porque tú… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas— tú has cambiado algo en mí, algo que no quiero perder.

Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Alessia, pero no eran de tristeza absoluta. Eran de gratitud, de saber que lo que habían compartido era real, aunque el futuro fuera incierto.

—No sabes cuánto significa eso para mí —dijo, su voz temblando ligeramente—. Pero también sé que no será justo para ninguno de los dos si vivimos con expectativas irreales. Tal vez lo único que podemos hacer ahora es prometer no olvidarnos, y ver qué sucede.

Charles asintió, y por un momento, ambos quedaron en silencio, dejando que la brisa marina y el canto de las gaviotas llenaran el espacio entre ellos. Era un silencio cargado de entendimiento, de aceptación mutua.

El sonido de un claxon los sacó de su trance. El auto que llevaría a Alessia al aeropuerto había llegado, y con él, el recordatorio de que su tiempo juntos estaba a punto de terminar.

Charles insistió en acompañarla hasta la acera, cargando su maleta mientras trataba de ignorar el peso metafórico que sentía en el pecho. Cuando llegaron al auto, Alessia se detuvo, girándose hacia él una última vez.

—Gracias por todo, Charles. Por ser... tú. Por estos días que recordaré siempre.

Él esbozó una sonrisa, aunque el dolor en sus ojos era innegable.

—Gracias a ti, Alessia. Por recordarme que hay cosas que valen la pena fuera de la pista. Prométeme que no importa lo que pase, serás feliz.

Alessia asintió, dejando que una lágrima escapara de sus ojos mientras se inclinaba para darle un último abrazo. Fue un abrazo largo, lleno de todo lo que no podían decir con palabras.

—Te veré pronto, Charles —susurró ella antes de separarse.

—Te veré pronto, Alessia —respondió él, sosteniéndole la mirada hasta que ella subió al auto.

El vehículo se alejó lentamente, y Charles permaneció de pie en la acera hasta que desapareció de su vista. Por un momento, sintió un vacío insoportable, como si una parte de él se hubiera ido con Alessia. Pero también sabía que lo que habían compartido no sería fácilmente olvidado.

Mientras el auto recorría las calles de Mónaco, Alessia miró por la ventana, recordando cada sonrisa, cada palabra, cada instante con Charles. Sabía que el futuro era incierto, pero una cosa estaba clara: nada podría borrar lo que habían vivido juntos.

Y aunque ahora estaban separados, ambos se aferraron a la misma esperanza: que el destino, de una manera u otra, encontraría una forma de reunirlos otra vez.


Y aunque ahora estaban separados, ambos se aferraron a la misma esperanza: que el destino, de una manera u otra, encontraría una forma de reunirlos otra vez

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