-¡Os pillé! -Jimin alargó la mano y tomó en brazos a los cachorros que se volvieron para mordisquearle la piel con aire juguetón-. Yo también os quiero, pequeñines. Pero el tío Jin y su nuevo amigo tienen que comer, así que tenéis que quedaros en el suelo. -Los dejó después de abrazarlos.
Los cachorros se metieron debajo de la mesa sin perder tiempo y uno de ellos se acurrucó sobre las botas de piel sintética de Jungkook. El peso y el calor de su cuerpo hicieron que las lágrimas acudieran a sus ojos. En un esfuerzo por ocultar su reacción, bajó la vista a la mesa y se concentró en el modo en que Jin asía su cabello.
Deslizaba los dedos por el, como si le gustara el tacto de los mechones contra las yemas de los dedos. Aquel movimiento fluido y repetitivo resultaba extrañamente excitante... ¿Acariciaría otras partes del cuerpo con un mimo tan exquisito?
Si no se andaba con ojo, pensamientos como aquellos podían hacer que acabara internada en el Centro. Había experimentado más sensaciones en las últimas horas que en el resto de su vida. Aquello le aterraba y, sin embargo, sabía que volvería a por más.
Volvería hasta que alguien lo descubriera.
Y entonces lucharía hasta la muerte. No permitiría que lo sometieran a rehabilitación, que convirtiesen su mente en una patética sombra de lo que él era.
-Aquí tenéis. -Jimin colocó un plato delante de cada uno de ellos-. No es nada elaborado, pero os dará fuerzas.
Jungkook miró fijamente su plato.
-Pitas.
Conocía el nombre de muchas cosas. Al igual que la mayoría, utilizaba ejercicios mentales para mantener la mente en forma. Uno de los ejercicios era memorizar listas; su placer culpable, elegir las que despertaran sus sentidos. Como la de comida. La otra lista preferida había sido recopilada por el ordenador de un antiguo libro de posturas sexuales.
-Es mi especialidad «Labios picantes». -Jimin guiñó un ojo-. Un poco de chile nunca ha hecho daño a nadie.
Jin tiró de su cabello que aún no había soltado.
-¿Sí?
¿Qué haría él si arrojaba toda precaución por la ventana y comenzaba a tocarle? Siendo hombre, seguramente pediría más.
-Puede picar demasiado si no se está acostumbrado.
La tozudez siempre había sido el talón de Aquiles de Jungkook.
-Sobreviviré. Gracias, Jimin.
-No hay de qué. -el chico acercó una silla-. ¡Comed!
Jungkook cogió su pita y le dio un bocado. Casi le estalló la cabeza. Sin embargo, gracias a su adiestramiento, nadie que lo viera podría haber adivinado su malestar.
Jin dejó de juguetear por fin con su cabello y devoró la comida en un abrir y cerrar de ojos.
-¿Y bien? -preguntó Jimin-. ¿De verdad podrías convertir a mis cachorros en ratas?
Jungkook pensó que Jimin no hablaba en serio hasta que vio el brillo de aquellos ojos color caramelo.
-Podría haber hecho que creyeran que eran unas ratas.
-¿De veras? -el castaño se inclinó hacia delante-. Creía que los psi tenían graves dificultades para trabajar con la mente de los cambiantes. Sería más exacto afirmar que los psi tenían graves dificultades para «manipularles» la mente.
-Vuestros patrones de pensamiento son tan inusuales que sí, es difícil trabajar con ellos. Difícil, pero no imposible. Aunque, por lo general, el resultado no está a la altura de la cantidad de energía que se precisa para controlaros. -Al menos eso era lo que él había escuchado, pues nunca se había encontrado en la tesitura de intentar manejar la mente de un cambiante.