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Ya no podía seguir culpando a la pandemia, había pasado ya bastante tiempo o al menos el suficiente como para que el título y el certificado le valiera un empleo de su área, mientras seguía escribiendo como hobby, a la espera eterna de ser publicado por una de las grandes editoriales.  Hasta ese momento, juntaba varias experiencias de empleo en cualquier cosa, menos del área de literatura y escritura creativa. 

—Piden experiencia, pero ¿Cómo se supone que voy a tenerla si no me contratan?— decía después de una entrevista como profesor de lectura y redacción,  donde como siempre esperaban a alguien que pudiera ofrecer la experiencia completa y el respaldo de esta, más allá de lo que sus practicas o servicio pudieran haberle permitido. 

—No hay problema, la experiencia se hace de poquito a poquito— siempre se animó mientras lo contrataban en algún otro empleo seguro donde las prestaciones podían mantenerlo a costo de su propia satisfacción—Puedo seguirlo intentando...—se alentaba después de un mes firmando contrato tras contrato 

Acumulaba en ese momento un amplio y muy variado Currículo de empleos en toda clase de servicios donde ocultaba una variedad equivalente de fracasos: había sido repartidor de comida, pero nunca llegaba con los servicios en buen tiempo; también fue mesero, pero se le caían 4 de cada diez ordenes antes de entregarse; Fue vendedor en una tienda de ropa, pero nunca pudo doblar correctamente las prendas para su exhibición; Cajero en varias tiendas, pero los números y los cortes de caja nunca cuadraron; Creyó encontrar un balance  y tal vez otra vocación, al darse cuenta de que en la atención al cliente, adoraba charlar y escuchar a la gente, pero quizás por envidia o quizás por eficiencia (como la llamaron) nunca pudo contentar a los jefes con su conversación. 

Su mayor decepción fue cuando intentó ser guía de turistas, pero únicamente como paje a otros lugares y experiencias, donde no podía usar su conocimiento sobre la historia local para hablar y mejorar la experiencia de los clientes. Le dijeron que a nadie le interesa la historia local, o los datos históricos, que se mantuviera lo más fiel al guion y recorrido por la rivera y hasta "las ruinas mayas". Escuchar tantos simplismos sobre lo que estudió y a lo que le dedicó una parte de su vida, lo había desmoralizado. 

Intentó escribir durante muchos años incluso después de graduarse, pero el cansancio diario le arrebató incluso el placer de leer, cuando después de un largo día y un turno de mierda, abría el cuaderno, el blog de notas, el Kindle o sostenía un bolígrafo por apenas unos minutos, antes de fallecer sobre la cama o en el sofá. 

Fue después de terminar con su último empleo, después de una crisis, donde se detuvo y contempló su identidad y la falta de todo lo que lo hacía feliz o sentirse él mismo, que volvió a abrir un libro y al poco tiempo rellenó su tintero creativo. Quizás y era la misma crisis de los veintitantos que lo sacudió la noche anterior, o quizás fue después de una de tantas copas y cigarrillos diarios que sobrepensó su ser. Como fuera, solo se levantó temprano en su día de descanso, para poder acudir a Recursos humanos, donde como ya se sabía de memoria el protocolo de renuncia, hicieron lo posible por manipularle y asentar la idea sobre la mesa, de que no haría falta y que solo era un empleado más. 

— ¿Y qué harás ahora, hijo? — su madre nunca ocultó esa preocupación por el que sería de él 

— Quiero hacer todo lo que me hacía sentir yo, digo, escribir, leer, disfrutar de mi tiempo... no sé si haya algo que me permita trabajar así con mas tiempo— aunque realmente sí sabía qué es lo que podía hacer — ¿Tendrás espacio para que trabaje contigo?

— Sabes que siempre te consideré como mi mano derecha... no te puedo prometer un buen sueldo, pero siempre he sido dueña de mi tiempo, supongo que eso es lo que quieres 

Hasta que baje la mareaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora