Ecos del cielo

28 2 0
                                    


----> Canción con la que se debe leer el capítulo: Me and the devil - soap&skin.

Satoru 🪽

Los cielos no siempre fueron el reino idílico que los humanos imaginaban en sus mitos. En las alturas del Cielo Divino, donde las Casas Celestiales tejían los hilos del destino y mantenían un equilibrio frágil entre las fuerzas de la creación, las tensiones eran tan densas como las nubes de tormenta. La inocencia del paraíso ya estaba teñida de ambición y resentimiento.

Aquella tarde eterna, de esas en las que el sol pasaba a segundo plano, aún lanzaba su brillo siempre sobre las cúpulas doradas del Palacio de "Luxoria", me encontraban a menudo, burlandome de las formalidades impuestas por mi posición casi a susurros...

Podía sentir los rayos del sol tocando mi cabello blanco brillante y sin embargo esa tarde yo descansaba sobre un amplio balcón de mármol. Mis alas doradas que descansaban sobre mi espalda se extendían despreocupadamente, pero mis ojos, cubiertos por el vendaje simbólico que siempre usaba, estaban fijos en el horizonte. Aquel vendaje tenía que usarlo la mayor parte del tiempo pues mi padre me decía que mis ojos eran casi como una maldición, aquello sonaba totalmente absurdo pero no todos tenían aquel privilegio de mirar mis ojos, quizás por miedo, quizás por cobardes. Aún mirando el horizonte sentía el peso de mi destino más de lo que quería admitir.

Cuando escuché unos pasos acercarse lentamente a mi casi sonoros, gire mi rostro y encontré de pie a suguru, llevaba una expresión cargada de exasperación, aunque podía notar que en su corazón ya se había acostumbrado a esa opresión. Como miembro de la Casa "Fatum", sabía que vida no era más que un hilo entrelazado con el destino de otros, una herramienta para manipular futuros. A pesar de su resistencia, estaba allí, atado a las Escrituras, prisionero de su propio poder. Los Serafines habían decidido eso por él, y desde entonces había intentado -sin éxito- rebelarse.

- ¿Alguna vez te has preguntado por qué nosotros no podemos simplemente... elegir?- preguntó Suguru, con una voz que contenía tanto resentimiento como curiosidad. -Los humanos lo hacen. Cometen errores, caen y se levantan. Nosotros, en cambio... solo seguimos las malditas reglas escritas antes de que naciéramos.-

Sonreí ante sus palabras y devolví mi mirada hacia el horizonte, aunque la amargura no era algo que se pudiera esconder tan fácilmente en su rostro sus palabras salieron como una conversación normal.

-Es irónico, ¿no? Aún no somos Serafines, destinados a proteger el orden, a dirigir las Casas Celestiales. Y sin embargo, los humanos-esas criaturas pequeñas y frágiles-tienen más libertad que nosotros.- Aprete los puños.

Suguru se recostó contra una columna, cruzando los brazos. No podía dejar de notar el sarcasmo en mis palabras me conocía mejor de lo que lo hacía mi padre o cualquier otro ángel, pero también había verdad en ellas. Los ángeles, aunque poderosos, estaban atrapados en un ciclo de obediencia, controlados por las Escrituras Divinas que gobernaban tanto el Cielo como la Tierra. Eran herramientas de un sistema que no podían desafiar. El destino era su guía, su prisión.

-Pero no por mucho tiempo,- dijo Suguru, entrecerrando los ojos, sus alas negras plegándose cuidadosamente. -Algún día... Algún día romperemos esas cadenas. Los humanos no serán los únicos que puedan decidir su propio camino.-

Pude levantar una ceja bajo el vendaje. -Romper las Escrituras, ¿Suguru? No serías el primero en intentarlo. Ni el último en fracasar.- Me burle en mi última palabra pero había una advertencia para que Suguru no intentará algo estúpido, aunque quizás la idea de romper las reglas y salirme con la mia me daba una chispa de algo más: una posibilidad. -Aunque... quizás. Quizás tú podrías.- sonreí y mire atentamente a suguru.

La caída del redentor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora