𝕍𝕀𝕀

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𝓢𝓽𝓮𝓹𝓱𝓮𝓷

「༻ ☪ ༺」

—Pero ¿qué te ha pasado? —Boston llega a salvar el ambiente tenso en el que nos sumimos. Igual que siempre, con su maldito licuado de fresas con leche.

Ya lo visualicé en el retrete por las próximas horas.

—Es una herida profunda, casi pierdo la frente —bromeo con un aire oscuro, cosa que al otro no le causa la mínima gracia.

—Ya... ¿Estarás bien? —pregunta, aunque creo que se interesó más por mi estado mental—. ¿Tan rápido te afec...?

—¡Boston! —Gianna chasquea los dedos con alegoría en su voz, como un logro para su fallida memoria. Reacciona cuando ambos nos miramos con extrañeza y se encoje de timidez.

—Sí... así me llamo —afirma con su característica sonrisa pincelada de amabilidad—. O también me dicen Bugpin.

—¿Un apodo?

—Sip, este sujeto es el responsable —me apunta, y enfatiza—: soy tatuador. Tengo mi estudio, pero sigo en constante aprendizaje. De ahí se me quedó. Me gustó.

Sonríe jovialmente.

Boston toma la iniciativa y le muestra su trabajo, aunque no lo pidiese; esa es su naturalidad, y no por presumir, sino por ver a quién logra encharcar en el mundo de los trazos limpios en tinta. Utiliza su talento para plasmar arte en un lienzo cutáneo diverso, y sí, muchas veces he dejado que me utilice como ese lienzo.

—¡Es increíble! —exclama con entusiasmo y honestidad—: ¿Te gustan las artes?

Asiente con orgullo buscando más trabajos, desde diseños sacados de Pinterest, hasta trazos creados desde sus habilidades artísticas. Su forma de expresarse ante el mundo era a través de la inserción de tinta.

—De hecho... —Se acerca a mí para tomar mi brazo con tatuajes—, yo mismo he creado estos diseños. —Levanta mi manga corta hasta el hombro para mostrarle, y husmea más sin recibir quejas de mi parte—. Fue duro, pero al final me gustó el resultado.

Mis manos escondidas en los bolsillos mientras me exponen como una pieza de su arte ante un espectador hermoso y nervioso: ella.

—¿Qué habrías hecho si la línea te hubiera salido curveada?

Recuerdo que el primer tatuaje que hizo fue en la pantorrilla de Colton: era una flecha. Y bueno, se las ingenió para convencer al otro —aprovechando su ebriedad— para convencerlo de practicar en él. No sería hasta el día siguiente que Colton se dio cuenta de la barbaridad que tenía en la pierna; parecía una hebra textil, he de decir. Desde ese día su relación se basó en pleitos, reclamos y bromas de mal gusto.

—Reírme. ¿Qué habrías hecho tú? No estabas ebrio, pero imagino que pegas más fuerte.

—Exacto, patearte el culo y mandarte a Roma.

Una sutil risa sale de Gianna cuando Boston se toca el pecho y abre la boca, fingiendo que se ofendió.

Con los mismos ánimos, decide levantar mi camisa hasta el cuello, dejando a la vista mi abdomen que ruboriza las mejillas de ella con evidencia notoria. Se debate entre girarse o mirarme para dar el visto bueno al trabajo de Boston.

—Mira, mira, este es especial, también lo hice yo —invita con una risa de fondo. Ella niega escondiendo la vista en sus zapatos—. Anda, no me digas que te da pena, creí que ya se habían visto más que la consciencia.

De nuevo, aquel suceso se me presenta al instante, y estoy seguro de que ni siquiera Boston notó mi piel erizada. Quiero que ella me mire.

—Vamos —insiste con suplica—, es especial.

Ecos de Amor y ArteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora