𝕀𝕍

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𝓢𝓽𝓮𝓹𝓱𝓮𝓷

「༻ ☪ ༺」

Si la miro, es suficiente para no querer apartar mis ojos de su rostro, es suficiente para absorber mis pensamientos y dejarme varado en un fondo despejado de ficción. Ella emana una esencia angelical que me ha encapsulado desde el primer día. Colton Y Boston me aconsejan que me acerque a ella, aseguran que es la pieza que falta a mi rompecabezas...

Perseverancia. Una palabra que mi abuelo me repetía a menudo; quería que representara mi esfuerzo en lograr lo que me había propuesto, quería que le diera solución a cualquier obstáculo que se me presentara durante el trayecto, quería resultados concretos, propios.

Ahora, sabiendo las circunstancias, ¿me seguirá marcando esa palabra?

He salido a fumar —aunque sé que no debo— a escondidas de aquel par de policías informales que me lo prohíben cada que me atrapan. Odio los sermones, pero eso no quita que los merezco. Es algo que no puedo evitar, no después de todo lo que reprimí hace unos días con la defectuosa visita de mi padre.

Suelto el humo de cada calada con un suspiro, como si sólo así pudiese despejar el tormento interior que me provoca abrir los ojos y ver mi realidad, una realidad pausada y sin fondo. Termino de fumar y entro a casa. Lo primero que hago es ducharme antes de que aquel par de escandalosos se despierte y tengamos que jugar piedra, papel o tijera. Y yo soy muy malo en esos juegos de azar.

El teléfono de Boston se enciende en una llamada, lo he dejado sonar tres veces en tres llamadas, pero tanta insistencia me tensa el cuerpo, así que decido contestar.

Espero a que la otra persona hable:

—Boston, bebé. ¿Por qué no has pasado por mí? Te estoy esperando, no me hagas llegar tarde de nuevo.

—Boston duerme.

—Mierda, ¿tú otra vez? —reniega muy frustrada, como si oír mi voz bastase para descontrolarse—. ¿No te cansas de ser el mal tercio? Boston ya ni siquiera quiere venir conmigo por culpa tuya. No entiendo qué tiene en la cabeza que no asiste a despegarse de ti.

Silbo.

—Soy mejor compañía que tú, entonces.

—No te creas tanto, idiota. Allá afuera nadie secunda eso —espeta con ferocidad.

—Inherencia entonces, o yo qué sé —resoplo, cansado de un drama de minuto y medio—. Mira, Boston tiene derecho a dormir donde le dé la gana. Hazle un favor y no le des más presión de la que ya tiene en la universidad. Tóxica.

Cuelgo antes de dejarla responder. Y dándome la razón, llama incontables veces, pero esta vez el dueño del teléfono despierta apresurado a responder, aun con los cabellos alborotados. Ni siquiera son novios y su manera de llevar esa relación es una completa patada en el culo. Espero que algún día se de cuenta.

Colton sale del baño, duchado, y está a punto de vestirse.

—Vamos tarde. —Señalo el reloj que cuelga sobre nosotros.

Rueda los ojos—: ¡Bugpin, mueve el culo! Cuelga a esa loca y a bañar, que tú eres el que dura la eternidad ahí dentro.

Los minutos se bañan de silencio cuando esperamos con impaciencia a que esté listo para irnos de una buena vez, hoy sí llegaremos tarde.

—Tú conduces —Mi voz suspende su jalón para abrir la puerta del copiloto. Sonó más en advertencia de lo que quise.

Me mira de soslayo.

Ecos de Amor y ArteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora