El calor del verano caía implacable sobre el pequeño vecindario, haciendo vibrar el aire sobre el asfalto y llenando las calles de un silencio denso, solo roto por el zumbido ocasional de una cortadora de césped o el canto de una cigarra solitaria. Pero en la cuadra de los Sandoval y los Morales, la calma siempre era momentánea, la tregua antes de la tormenta.
Sofía Sandoval miraba con el ceño fruncido la otra casa, la que estaba justo al otro lado de la valla que dividía su jardín del de los Morales. Desde su lugar en la ventana, podía ver a Daniel Morales, su eterno rival y vecino, ocupándose de lavar su auto, como siempre, en el momento exacto en que ella había decidido hacerlo también. "Claro que lo está haciendo," pensó Sofía, rodando los ojos. Era como si Daniel pudiera leerle la mente, sabiendo exactamente qué hacer para irritarla, para retarla, incluso sin decir una palabra.
Desde que eran niños, su vida había sido un constante concurso con él. La primera competencia, que ambos recordaban con sorprendente claridad, había comenzado el día en que sus padres, en un intento ingenuo de promover la amistad, los hicieron participar juntos en una carrera de bicicletas. Sofía tenía cinco años, Daniel seis, y desde ese momento, todo se convirtió en una batalla por ser el mejor.
—¡Sofía! —gritó su madre desde el otro lado de la casa—. ¡Recuerda que hoy debes cortar el césped antes de que tu padre regrese!
Sofía dejó escapar un suspiro exasperado y apartó la mirada de la ventana. Si algo odiaba más que las competiciones con Daniel, era cortar el césped bajo el sol abrasador. Pero al cruzar el salón en dirección al jardín, se detuvo un momento. Desde su posición, pudo ver a Daniel terminando de enjuagar el coche y… ¿en serio? Sí, justo al lado del coche estaba la cortadora de césped de los Morales.
—No puede ser —murmuró para sí misma, con una mezcla de asombro y resignación.
Salió por la puerta trasera, y antes de que pudiera evitarlo, sus ojos se cruzaron con los de Daniel, que ya la había visto salir. Su sonrisa, esa maldita sonrisa arrogante que Sofía odiaba desde que tenía memoria, se dibujó en su rostro.
—¿Vas a cortar el césped, Sofi? —preguntó con una inocencia falsa que solo consiguió irritarla más.
—Claro, Dani —respondió ella, subrayando el apodo con veneno—. Pero no te preocupes, terminaré antes de que tú lo hagas. Como siempre.
Daniel soltó una risa baja, casi desafiante, y encendió su cortadora. El sonido del motor retumbó en el aire, haciendo que Sofía apretara los dientes. No necesitaban más palabras. Ambos sabían lo que significaba ese gesto. Era la señal de inicio de otra competencia.
Sofía se lanzó hacia su propia cortadora de césped, la encendió con una furia silenciosa y comenzó a empujarla por el jardín, ignorando el calor abrasador y las gotas de sudor que ya empezaban a rodar por su frente. Cada paso que daba sentía a Daniel observándola de reojo, midiendo su progreso. "Él cree que va a ganar," pensó mientras su corazón latía más rápido, no solo por el esfuerzo físico, sino por la idea de perder ante él.
Pero la verdad era que, por más que compitieran, por más que se enfrentaran en estas pequeñas batallas cotidianas, Sofía no podía evitar preguntarse qué habría pasado si alguna vez hubieran sido… otra cosa. ¿Amigos, quizás? La idea era ridícula. Después de tantos años de competencia, ¿cómo imaginar una vida donde no midieran cada movimiento?
—¡Sofía! —gritó Daniel, interrumpiendo sus pensamientos—. Parece que te estás quedando atrás.
Ella levantó la vista, furiosa. Lo odiaba, pero al mismo tiempo… ¿realmente lo odiaba? Desde donde estaba, podía ver su sonrisa, sus ojos brillando bajo el sol, y algo en su estómago se revolvió. No podía ser. "No ahora, no él," se dijo, sacudiendo la cabeza y acelerando el paso.
La competencia había comenzado una vez más, pero esta vez, había algo en el aire que ambos empezaban a notar, aunque ninguno de los dos lo admitiría: ese pequeño cambio, esa tensión que no se parecía a ninguna otra que hubieran sentido antes.
—Supongo que veremos quién termina primero, ¿no?
Era una declaración, no una pregunta, y ambos lo sabían. No necesitaban establecer reglas ni términos; la competencia ya había comenzado. Sofía apretó las manos con más fuerza en el manillar de su cortadora y comenzó a empujar con determinación. Sentía el calor del sol sobre su espalda, las gotas de sudor rodando por su frente, pero todo lo que importaba era que tenía que ganarle a Daniel, aunque fuera solo en este pequeño y estúpido reto.
Cada paso que daba, sentía la mirada de Daniel sobre ella, evaluando su progreso, buscando cualquier signo de debilidad. Sabía que él se estaba esforzando igual que ella, aunque lo ocultara detrás de esa sonrisa de suficiencia que tanto la irritaba. Los dos cortaban el césped a un ritmo frenético, como si el mundo entero dependiera de ello. Cada vez que ella aceleraba, Daniel hacía lo mismo. Cada vez que él ganaba un poco de terreno, Sofía encontraba la forma de igualarlo.
Había algo casi absurdo en la intensidad de la situación, pero eso era lo que definía su relación. No había espacio para perder. No había margen para ceder. Y mientras el sonido ensordecedor de las cortadoras de césped llenaba el aire, todo lo demás desaparecía.
Después de lo que pareció una eternidad, Sofía finalmente apagó la máquina y miró su trabajo. El césped estaba impecable, perfectamente recortado. Daniel terminó casi al mismo tiempo, pero ella no podía estar segura de quién había ganado.
Ambos se quedaron de pie, respirando con dificultad, observándose en silencio sobre la valla de madera que los separaba. Durante un breve instante, no hubo palabras, solo el eco de su agotamiento compartido y algo más, algo que ninguno de los dos podía nombrar.
Daniel rompió el silencio primero, secándose la frente con la parte baja de su camiseta.
—Un empate, entonces —dijo, su sonrisa volviendo a aparecer, aunque esta vez parecía menos arrogante y más… divertida.
Sofía soltó una carcajada, medio sorprendida de que lo encontrara gracioso.
—Claro, un empate —respondió, aunque en su mente sabía que ninguno de los dos estaría satisfecho con eso.
Ambos sabían que no importaba cuántas veces compitieran, siempre habría una próxima vez. Una próxima batalla. Y aunque ninguno lo admitiría, esa constante lucha era lo que mantenía viva la chispa entre ellos, un juego interminable que les daba sentido.
Porque, al final, no se trataba solo de quién ganaba. Se trataba de ellos, de lo que significaban el uno para el otro, aunque ninguno estuviera listo para enfrentar lo que realmente sentían.
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Enemigos por destinó
Teen Fictionsoplaba con fuerza en la colina, arrastrando consigo hojas secas que crujían bajo sus pies. A lo lejos, el eco de una risa burlona resonaba en sus oídos, un recordatorio constante de la persona que menos deseaba ver. Desde que sus caminos se cruzaro...