prólogo

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Desde que podían recordar, habían sido enemigos. Crecieron en casas contiguas, separados solo por una valla de madera que parecía una frontera entre dos reinos en guerra. Para sus familias, era solo una valla vieja; para ellos, era el campo de batalla donde comenzaban sus interminables desafíos.

Ellos eran vecinos, sí, pero también rivales, y la competencia entre ellos había comenzado desde niños. Nada era demasiado pequeño para convertirlo en una lucha por demostrar quién era el mejor. Si uno sacaba buenas notas, el otro se esforzaba por superarlas. Si uno aprendía un deporte, el otro se convertía en campeón. Incluso la más insignificante de las tareas diarias, como cortar el césped o correr al colegio, se transformaba en una carrera por ganar.

Cada día era una nueva batalla: quién corría más rápido, quién sacaba mejores calificaciones, quién era más popular, más fuerte, más listo. A ojos de los demás, era una rivalidad infantil, algo que eventualmente desaparecería. Pero para ellos, era una guerra sin tregua, alimentada por años de burlas, desafíos y ese constante deseo de ser el mejor.

Con el paso del tiempo, las reglas del juego cambiaron. Lo que antes era una competencia inocente se había transformado en algo más intenso, casi visceral. Ya no era solo un simple “yo soy mejor que tú”. Había algo más profundo, algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocer. Porque mientras competían y se peleaban, se dieron cuenta de que, por mucho que trataran de superarse, no podían apartar la vista el uno del otro.

Enemigos por destinó Donde viven las historias. Descúbrelo ahora