Capítulo II: Un error de cálculo

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En 1939 contraje matrimonio, a la edad de 24 años, con Nikolay Ivanov y nos mudamos a Leningrado. Llevábamos dos años juntos e ir a vivir a esta ciudad había sido nuestro sueño desde que decidimos casarnos.

A pesar de que la guerra estalló aquel año en Europa, vivimos felices hasta que, en 1940, lo llamaron para servir en el frente. Tenía 27 años, era fuerte, estaba sano... Imposible que no lo reclutasen.

Yo, como doctora, también debí haber sido enviada al frente, pero estaba embarazada. A principios de 1941, cuando el bebé estaba a punto de nacer, Nikolay pidió un permiso para poder volver a casa. Nuestro hijo nació muerto.

Me gustaría poder decir que lloré con tanta tristeza y que me sentí tan descorazonada como mi esposo, pero mentiría. En cierto modo, incluso me alegré. No quería que mi hijo tuviese que sufrir los horrores y la escasez de la guerra.

Fingí un dolor que no sentía por Nikolay. Le sentaba bien poder consolarme. Nos despedimos, más unidos que nunca, unos días más tarde. A veces, una mentira piadosa es la mejor opción.

De nuevo, me libré de tener que ir al frente, esta vez alegando una profunda depresión. Pocas semanas después, encontré un nuevo trabajo en uno de los hospitales de la ciudad. No regresé al que trabajaba antes, no quería que me preguntaran por el bebé.

Hasta ahí, ese podría ser un buen resumen de mi vida antes del sitio. Sin embargo, esta comenzó una cuenta atrás hacia el cambio en mi primer día de trabajo. Me doy cuenta de que me he equivocado. Son cuatro, y no tres, las fechas que me marcaron. Se correlaciona, sin embargo, con la tercera, a pesar de ser precedente a esta. Fue el día en el que conocí a Katia.

El sitio de LeningradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora