Capítulo 1: Los ecos del pasado

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Era una noche fría de otoño cuando Claudia decidió aventurarse al bosque que rodeaba su pequeño pueblo. Durante años había escuchado rumores sobre el lugar: árboles que susurraban nombres, sombras que se movían cuando no debían y una niebla espesa que, al caer, se llevaba a aquellos que se atrevían a adentrarse demasiado.

Claudia no creía en esas historias absurdas. A sus 28 años, era una persona lógica, más inclinada a la realidad que a los cuentos de terror que circulaban en el pueblo. Pero esa noche, algo la había impulsado a caminar hacia el bosque. Quizás era la búsqueda de respuestas o simplemente un desafío personal.

La luna estaba alta cuando llego al borde del bosque. El aire parecía mas denso, como si el tiempo mismo disminuyera su ritmo al cruzar esa frontera natural. Apenas unos pasos dentro, la niebla comenzó a levantarse desde el suelo, envolviendo los troncos de los árboles en su abrazo fantasmal. Claudia se aseguro de que su linterna funcionara bien antes de seguir.

Cada paso resonaba con un crujido bajo sus pies. El viento se había detenido, y el silencio absoluto era inquietante. El bosque parecía observarla. No paso mucho tiempo antes de que comenzara a oírlo: un susurro. Primero sueve, apenas perceptible, pero luego más claro. Era como si la niebla misma le hablará, murmurando su nombre, extendiendo un eco que helaba la sangre.

Claudia se detuvo, tratando de identificar la fuente. La linterna titilo. Fue entonces cuando lo vio. Entre los árboles, una figura alta y delgada se deslizaba a través de la niebla, sus movimientos lentos pero precisos, como si estuviera cazando. La figura no parecía del todo humana; su cuerpo se deformaba, estirándose con cada paso que daba, desapareciendo y reapareciendo entre los árboles.

El pánico comenzó a apoderarse de ella. Retrocedió un par de pasos, pero la niebla parecía seguirla. El susurro se hizo más fuerte, pero ya no era su nombre lo que oía. Ahora eran gritos, lejanos, desgarradores. Voces que parecían atrapadas en algún lugar entre el mundo de los vivos y los muertos.

De repente, su linterna se apagó. La oscuridad la envolvió por completo. Sintió que algo se acercaba, el frio en su piel era insoportable. Intento correr, pero sus piernas parecían pesadas, como si la niebla se aferrara a ellas, ralentizando cada movimiento.

Entonces, el susurro se transformo en una risa. Una risa baja, profunda, que resonaba en su mente. Justo cuando pensaba que no podría escapar, vio una luz a lo lejos, parpadeante, como un faro en medio de la oscuridad. Sin pensarlo, corrió hacia ella con todas sus fuerzas.

Llego jadeando al lugar. Un pequeño refugio de madera se alzaba, la luz provenía de su interior. Claudia entro rápidamente y cerro la puerta tras de sí. Dentro, el ambiente era cálido y acogedor, como si estuviera fuera de la realidad que acababa de experimentar.

Pero no estaba sola. Al otro lado de la habitación, se encontraba una anciana sentada junto a la chimenea que  la miraba fijamente. Sus ojos eran de un color blanco lechoso, ciegos, pero de algún modo parecía verla con claridad.

— Bienvenida — dijo la anciana con una voz quebrada—. Llegaste justo a tiempo. La niebla no perdona a quienes la desobedecen.

Claudia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Trato de hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

— Hace mucho que no recibo visitas — continuo la anciana—.  Todos los que se aventuran aquí, desaparecen. Pero tú... tú tienes algo especial. La niebla no te dejara ir tan fácilmente querida.

Antes de que pudiera preguntar, la anciana sonrió, revelando una hilera de dientes afilados como cuchillos.

Claudia intento retroceder, pero la puerta se cerro con un golpe seco. Y entonces comprendió: no había refugio, no había ningún tipo de salvación. El verdadero terror no estaba en el bosque... sino en aquellos que lo habitaban.

La niebla se filtraba lentamente por las rendijas de la cabaña, y con ella, los susurros regresaron, rodeándola, llamándola una vez más.

Estaba paralizada, su respiración entrecortada resonaba en la pequeña cabaña mientras la anciana seguía mirándola con esa sonrisa perturbadora. A su alrededor, la niebla seguía colándose por las rendijas, envolviendo lentamente la habitación en su gélido abrazo. El calor de la chimenea parecía perder efecto, y una sensación de opresión se apoderaba del aire.

— Quién rayos... eres? — pregunto Claudia, forzando su voz a salir, aunque su garganta parecía cerrarse con cada palabra.

La anciana soltó una risa seca, casi sin vida, que se mezcló con lo crujidos de las vigas del techo.

— Eso, niña, es una pregunta que nadie debería hacer. No importa quien soy. Lo que importa es por que estas aquí. Nadie llega al bosque por casualidad. Algo te trajo aquí — sus ojos ciegos parecían escanearla, como si viera más allá de su piel, más allá de lo visible—. ¿O no lo recuerdas?

Claudia retrocedió un paso, intentando mantener la calma. El viento soplaba con fuerza afuera, haciendo que las ramas golpearan las ventanas con insistencia, como si quisieran entrar. Algo en su mente comenzó a agitarse, un recuerdo, algo olvidado hace mucho tiempo, pero que ahora parecía querer salir a la superficie.

— No... no se de que me estas hablando. Yo solo... — empezó a decir, pero la anciana la interrumpió.

— Todos dicen lo mismo. Todos olvidan. Pero el bosque... el no olvida, y tampoco lo hará la niebla — dijo la anciana, levantándose lentamente de su asiento, sus movimientos torpes pero cargados de una energía extraña—. La niebla guarda secretos de quienes cruzaron su umbral.

Sintió como el miedo crecía dentro de ella. No podía quitar la mirada de la anciana, quien ahora se acercaba con pasos pesados, apoyada en un bastón de madera que parecía más antiguo que el propio bosque. Cada golpe de su bastón sobre el suelo hacia eco en su cabeza.

De pronto, un recuerdo vagamente familiar comenzó a asomarse. Claudia cerro los ojos, tratando de agarrarse a él. Era una imagen borrosa: un niño corriendo entre los árboles, risas que flotaban en el aire... y luego, un grito. Un grito que la sacudió, que hizo que abriera los ojos de golpe.

La anciana ya estaba frente a ella. Su rostro arrugado se estiro en una sonrisa aterradora.

— Ah... ahí está. Empiezas a recordar querida — susurro con un tono triunfal—. El bosque siempre devuelve lo que se llevó. Y tú... dejaste algo aquí.

Claudia sintió que el suelo bajo sus pies se tambaleaba. Su cabeza daba vueltas. ¿Qué era ese recuerdo? ¿Qué había dejado atrás? La niebla, los susurros... todo parecía conectarse con ese momento perdido en su memoria. Algo que había olvidado durante años, algo que no quería recordar.

— Debes enfrentarlo — dijo la anciana, retrocediendo con una mirada intensa–. Si no lo haces, la niebla lo hará por ti. Y entonces, no habrá vuelta atrás.

El silencio invadió la cabaña, y el calor de la chimenea se desvaneció por completo. La niebla ahora cubría el suelo, envolviendo los pies de Claudia como si la estuviera reclamando. El frio se hacia más intenso, y la sensación de estar atrapada en un lugar que no debía existir crecía a cada segundo.

La puerta de la cabaña se abrió de golpe, empujada por una ráfaga de viento helado. Afuera, el bosque parecía más oscuro que antes, los arboles se inclinaban como sombras amenazantes. La anciana se volvió hacia la puerta y señalo hacia el exterior.

— El bosque te espera, querida. No lo hagas esperar más. Solo enfrentando lo que dejaste aquí podrás escapar.

Claudia se quedo inmóvil. Su mente era un caos de preguntas, miedo y ese recuerdo que seguía difuso. Pero algo dentro de ella sabía que no tendría elección. La niebla la había llamado, y ahora debía responder.

Con el corazón latiéndole en los oídos, se dirigió hacia la puerta, sintiendo como la fría bruma se enroscaba en sus piernas. La anciana se quedó atrás, observándola en silencio.

Cuando cruzó el umbral, la niebla la envolvió por completo, y las voces regresaron, susurrando algo que no alcanzaba a entender del todo. Cada paso del bosque la llevaba más lejos de la cabaña, y más cerca a descubrir lo que la había llevado hasta allí.

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