La oscuridad de la noche los envolvía como un manto denso y silencioso. En el amplio cuarto, apenas iluminado por la luz de la luna que se filtraba a través de las ventanas, las sombras se alargaban, creando figuras que parecían danzar sobre los futones alineados en filas. Decenas de niños dormían juntos, sus respiraciones suaves llenaban el aire con un ritmo constante, mientras el viento, colándose por las rendijas, hacía vibrar levemente el papel de las paredes. Era como si el mundo exterior, agitado e implacable, intentara infiltrarse en la calma de ese refugio compartido.
Sukehoro permanecía tumbado en su futón, inmóvil, con el corazón pesado. A su alrededor, el sonido de los niños dormidos parecía distante, como un eco lejano en su mente. Su mirada se perdía en el techo, mientras sus pensamientos giraban en su cabeza como hojas atrapadas en una tormenta, incapaz de encontrar las palabras que realmente deseaba expresar.
Con un movimiento lento, casi temeroso, levantó su mano y la dejó flotar frente a sus ojos. La luz pálida de la luna delineaba el pelaje rojizo que cubría sus antebrazos, las manchas blancas en sus palmas parecían brillar en la oscuridad. Las garras retráctiles en la punta de sus dedos, casi imperceptibles, le recordaban lo diferente que era. Suspiró, con un peso en su pecho que se hacía más y más denso.
Giró la cabeza hacia Kaori, incómodo. Una sonrisa tensa y forzada se formó en sus labios, como si intentara disipar la sensación de aislamiento que sentía en su propio cuerpo.
—No sé por qué me veo así... —murmuró, con la voz apenas un hilo—. Y siendo sincero, entiendo por qué ninguno de los chicos aquí se quiere acercar a mí. Parezco un maldito monstruo, Kaori... no me lo niegues.
El silencio que siguió era tan espeso como la oscuridad que los rodeaba. Kaori bajó la mirada, sintiendo el dolor que latía en cada palabra de Sukehoro. Ella sabía lo que significaba cargar con un peso que te hacía diferente, ser observado por lo que no eres. Pero no podía dejar que su amigo se hundiera en ese abismo.
Sin pensarlo demasiado, tomó la mano de Sukehoro entre las suyas. Sus dedos eran suaves, pero el agarre era firme, como si quisiera transmitirle una fuerza que las palabras no podían. Sukehoro la miró, sorprendido, sus ojos abiertos por la confusión. Ese simple contacto lo descolocó, pero al mismo tiempo sintió una calidez inesperada que lo reconfortaba. Cubrió su rostro con su mano libre, sin saber cómo procesar lo que sentía.
—No digas eso —dijo Kaori, con una mezcla de suavidad y determinación en su voz—. No pareces un monstruo, ¡de hecho, luces genial!
Las palabras de Kaori rompieron la barrera que había levantado Sukehoro en su mente, y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Soltó su mano y, con un gesto torpe, se revolvió el cabello, tratando de alejar la incomodidad que aún lo rodeaba.
—Quizás tengas razón... —murmuró, un poco más relajado—. Pero dime, Kaori, ¿de dónde vienes? ¿Qué edad tienes?
Kaori percibió el cambio en la conversación, entendiendo que Sukehoro no quería seguir hablando de sí mismo. Se acomodó mejor en su futón, ajustando la manta sobre su cuerpo antes de responder.
—Eso es fácil. Mi familia vive cerca de aquí. Vivía con mi madre, mi padre y mi hermanito bebé. Era muy bonito... Y bueno, tengo 12 años, igual que tú, Sukehoro.
El rostro de Sukehoro se iluminó ligeramente, con una curiosidad renovada. Se giró hacia ella, apoyando su cabeza en una mano, más interesado.
—Debe ser genial tener una familia —dijo en voz baja—. Yo... yo casi no tengo recuerdos. Es como si hubiera nacido hace poco. Pero hay algo que no puedo olvidar... Sé que estaba escapando de algo, aunque no sé de qué.
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Sukehoro kenka Z
ActionDescubre la fascinante historia de Sukehoro, un joven de 12 años con la apariencia y los instintos de un hombre lobo, cuyo origen envuelto en misterio y tragedia lo deja sin recuerdos de su pasado. En pleno año 1585, es acogido por un enigmático cen...