En medio de una noche tormentosa en Japón, los truenos estallaban en el cielo como explosiones cercanas, sacudiendo el aire con una violencia que hacía temblar el suelo. La lluvia caía con furia, golpeando el cuerpo del niño esclavo de doce años, como si intentara arrancarle la piel, como si la misma tormenta lo castigara por su osadía. Había escapado de un lugar oscuro y desconocido, un sitio donde solo recordaba cadenas y gritos. Sus pies descalzos tropezaban en el barro, hundiéndose a cada paso, mientras corría sin mirar atrás. No podía permitirse detenerse. Sabía que si lo hacía, algo terrible lo alcanzaría, algo peor que el lugar del que había huido.
El niño respiraba con dificultad, jadeando, sintiendo cómo el aire frío y húmedo le quemaba los pulmones. Su corazón latía tan fuerte que sus propios oídos retumbaban, haciendo que el sonido del viento y los truenos se mezclara con los latidos, creando una cacofonía aterradora. El viento lo empujaba y lo golpeaba desde todas direcciones, arrancando hojas y ramas de los árboles cercanos, que volaban como proyectiles. Pero lo peor era la sensación de ser perseguido.
Había escapado de un lugar oscuro, donde los gritos y las cadenas eran las únicas constantes. Ahora, la oscuridad del bosque no le ofrecía refugio; al contrario, las sombras que se movían a su alrededor con cada destello de luz parecían cobrar vida, como si algo lo acechara. Sabía que no podía permitirse detenerse. A lo lejos, las imponentes montañas parecían observarlo en silencio, testigos mudos de su desesperada huida. Algo terrible lo seguía, algo mucho peor que las cadenas del lugar del que había escapado. Correr era su única opción, porque detenerse significaba enfrentarse a una amenaza que lo consumiría, tan implacable como la tormenta misma.
El niño respiraba con dificultad, jadeando, sintiendo cómo el aire frío y húmedo le quemaba los pulmones. Su corazón latía tan fuerte que sus propios oídos retumbaban, haciendo que el sonido del viento y los truenos se mezclara con los latidos, creando una cacofonía aterradora. El viento lo empujaba y lo golpeaba desde todas direcciones, arrancando hojas y ramas de los árboles cercanos, que volaban como proyectiles. Pero lo peor era la sensación de ser perseguido.
Sabía que no estaba solo. Aunque no podía verlo, sentía una presencia detrás de él, algo oscuro que lo seguía. Cada vez que tropezaba, el miedo lo llenaba aún más, convenciéndolo de que pronto sería atrapado. El terror lo empujaba a seguir corriendo, aunque sus piernas comenzaban a fallar. La respiración se le entrecortaba y su visión se nublaba, mientras el sonido de la tormenta se volvía un eco lejano. Finalmente, sus fuerzas lo abandonaron, cayó al suelo y, con un último suspiro, todo se volvió negro.
Cuando el chico abrió los ojos, lo primero que notó fue el murmullo de voces a su alrededor. Parpadeó, intentando aclarar su visión, y ante él aparecieron otros niños, entre 12 y 14 años, que lo miraban con asombro y miedo. Sus miradas se clavaban en su extraña apariencia: su cuerpo estaba cubierto de un pelaje predominantemente rojo, excepto en el pecho y algunas partes de la cara, que eran de un tono rosado claro. Una cola peluda, tensa y nerviosa, se agitaba con inquietud detrás de él. Al darse cuenta de su entorno, notó que se encontraba en una gran habitación apenas iluminada por velas colgadas del techo, que parpadeaban con cada ráfaga de viento que se colaba por las rendijas. Se sentía débil, y el frío del ambiente le calaba en los huesos. Aún temblando, se aferró a una manta que lo envolvía, tratando de secarse el pelaje y la cola, que todavía estaban húmedos por la tormenta.
El silencio fue roto de repente por el sonido firme de unos pasos que se acercaban. Los pasos resonaban con autoridad, y los niños se alinearon de inmediato, como si estuvieran acostumbrados a obedecer. Frente a ellos apareció un hombre alto y corpulento, su uniforme impecable reflejaba la luz tenue de las velas. Era el general mayor, encargado del lugar. Con un tono severo, exclamó:
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Sukehoro kenka Z
AksiDescubre la fascinante historia de Sukehoro, un joven de 12 años con la apariencia y los instintos de un hombre lobo, cuyo origen envuelto en misterio y tragedia lo deja sin recuerdos de su pasado. En pleno año 1585, es acogido por un enigmático cen...