Enid Sinclair.
Una licántropa excéntrica y sensual. Una personalidad extrovertida y extravagante ha conquistado cientos de corazones, y dejándo todos rotos. Algo por lo que es conocida, es por siempre conseguir lo que quiere. Siempre.
Y está el otro...
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— Y así fue como pude desmayar, y casi, casi matar a ese viejo loco. En verdad me dió pelea. ¡Más te vale vengarme cuando vayas tu también a un monasterio tibetano! — Eso me dijo el tío Lucas después de contar una de sus fascinantes anécdotas, de sus tiempos como prisionero en aquel lugar lleno de monjes y maniáticos.
— No lo dudes Tío, abriré su calva y sacaré sus visceras en tu honor — Soy capaz de hacerlo completamente.
— Ay basta, me harás llorar.
— Sería placentero ver tus lágrimas — Confesé.
— Eres como una mini versión de mí — Mientras no me obligue a raparme, estoy conforme.
— Excepto que no soy una de las personas más buscadas internacionalmente por crimenes inhumanos... Todavía — Mi tío respondió con una carcajada. Su sentido del humor es algo que disfrutó. Igualmente su psicótica risa.
— Ay... Bueno, debería estar partiendo a Tailandia ahora mismo — Me dijo sentado en la ventana abierta — Cuando vuelva, te enseñaré a pelear con una técnica tailandesa brutal.
— Si hablas del famoso Krabi Krabong, estaría más que encantada de aprender, tío — Arte marcial que involucra a tus manos, piernas, y armas. Interesante. Sería una de las tantas que mi tío Lucas me ha enseñado.
Mi tío sonrió de oreja a oreja y se tiró de aquella ventana de espaldas. De inmediato se esfumó en el aire como una sombra. Fascinante.
Platicar con él es como respirar el humo de un cigarro por primera vez. Relajante.
Después de que se fue, me dispuse a arreglarme de manera formal. Con mi traje negro favorito. Lo llamé "Triángulo de las Bermudas" por ser tan extrañamente hermoso y aterrador. Me puse mi corbata y mis brillantes guantes de cuero que me daban un toque de elegancia y discreción. Unas botas igualmente de cuero negro, y estaba lista.
Baje las escaleras, en la sala solo me encontré a mi hermano menor, Pericles, armando su kit para pirómanos principiantes que el Tío Cosa y la Tía Margaret le regalaron. Mis suposiciones de que mis padres estaban en el cuarto de arriba teniendo su "momento" eran ciertas.
— ¿A dónde vas? — Me preguntó mi hermano.
— Una reunión con unos compañeros. Mi única orden es. No. Explotar. Mi. Habitación. ¿Entendido? — Asintió con rapidez asustado. No se olvida de la última vez que le di una reprimenda por su comportamiento. Todavía tiene su cicatriz dada por mi magnífica guillotina.
