Pacto

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Habían pasado dos días desde que se abrió la investigación sobre el caso del varón de K... los periódicos estaban disfrutando de tener algo interesante sobre lo que publicar y estaban ansiosos de entrevistar a la familia para obtener los detalles.

En cuanto a estos mismos, el varón y la baronesa habían llegado hace apenas unas horas; regresaban de su casa de campo y no tenían ni idea de lo que le había sucedido a su heredero. Fue hasta que estuvieron instalados que el inspector decidió visitarlos para darles la terrible noticia y hacer las preguntas de rutina.

Uno esperaría lágrimas, gritos, órdenes para encontrar al culpable tan pronto como fuera posible; pero el varón parecía más aliviado qué triste por la muerte de su hijo, contrario a su esposa quien no pudo soportarlo y se desmayó dejando que fuese el varón quien contestara las preguntas del inspector.

Para sorpresa de todos, y desgracia de la fuerza policíaca, el varón reconoció qué su hijo tenía un temperamento desagradable y aun actuar demasiado impulsivo, cosa que le había hecho enfrentarse a bastante gente que había quedado muy disgustada por su actitud por lo que, según sus palabras "incluso el granjero más humilde pudo haberlo matado si Hazel fue lo suficientemente imprudente".

El inspector sacó a colación el nombre de Mycroft Holmes a lo que el varón solo se rió y comentó que si ese fuera el caso probablemente se trataba de un ajuste de cuentas ya que sabía que su hijo estaba mal obsesionado con Holmes y su compañero, Lord Moriarty "Pensamos en aislarlo en un convento porque su comportamiento desviado sería una vergüenza. Parecía más una doncella enferma de celos que un hombre dispuesto a mostrar su dominio, si entiendes lo que te quiero decir. No podría culpar a Holmes de haberle dado una buena lección".

Mycroft cerró el cuaderno de notas y lo devolvió al escritorio, solo para que Albert lo tomara con cuidado y lo leyera en silencio. Era la declaración del varón de K..., el padre de Hazel, un hombre que acababa de perder a un hijo y aún así, hablaba con tanto desapego de él. Peor aún, insinuaba qué su hijo merecía estar muerto por creer que se sentía atraído por un hombre. Su estómago estaba hecho un nudo derramante de bilis y su corazón se apretaba con la culpa.

Por debajo del escritorio, Albert acercó su pie y maniobró una caricia en su pantorrilla para tranquilizarlo mientras mantenía un semblante serio leyendo las notas del cuaderno del inspector. Mycroft sintió como el ruido en su interior bajaba de intensidad y solo quedó el silencio.

Silencio qué terminó con la voz rasposa del inspector.
-Como verán caballeros, estás declaraciones los colocan bajo un reflector poco favorecedor. El varón mismo ha pedido hablar con ustedes, mi caso depende de eso.

-¿Cómo podría ser eso? -preguntó Albert, devolviendo el cuaderno.

-No me compete discutir los detalles. Solo llevarlos ante él y esperar su veredicto. Él me dirá si son culpables... o si todo ha sido una bochornosa confusión. Con algo de suerte cerraremos el caso en tres días por el papeleo.

Mycroft hubiese arrugado su ceño de no ser por que conocía la corrupción dentro del sistema de justicia. Un sistema qué si bien mantenía el orden y se mantenía en su mayoría limpio, también estaba lleno de hombres que no tenían el deseo de proteger y servir a la población; sino de responder a intereses más grandes por unas cuantas monedas más.

Desde su primer encuentro había quedado claro que el inspector no era precisamente un santo y su balanza se inclinaba a favor del oro sostenido por los nobles pero Holmes esperaba algo de humanidad de un hombre que vio de primera mano lo necesario que era un cuerpo para la ley y el orden; pero luego reflexionó en que ese hombre habría muerto hace tanto tiempo como el que los lores se habían asentado cerca de las ciudades.

Mi verano con Albert  - Alcroft AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora