Mi cabeza comenzó a doler intensamente después de estar estudiando durante horas. Nunca fui demasiado organizado, estudiaba un par de días antes del examen y más tarde me arrepentía por mis bajas calificaciones. Siempre pensé que un número no podía definir a nadie, porque todos tenemos días peores que otros, pero por lo visto, estos números eran muy importantes a la hora del estudio, era un fastidio. Mi grupo de amigos no era muy estudioso, pues preferían disfrutar antes de obtener una buena calificación, no todos lo preferían, pero la mayoría sí.
Me tumbé en la cama exhausto, sin cenar nada y no sé cómo, me dormí.
Abrí mis ojos rápidamente al darme cuenta de que el cansancio había ganado y me levanté de la cama, pero mi habitación no parecía la misma. Mi casa no era de madera. No había ningún escritorio, no estaban mis resúmenes del examen por ningún lado. Caminé buscando una salida. Un ruido espantoso sonaba por cada paso que daba. Bajé mi vista, llevaba unas botas marrones que no recordaba tener, con unas estrellas extrañas y una espuela en cada una. Los pantalones tampoco se me hacían conocidos, eran también marrones y acampanados. Continué en busca de una salida, observando aquel lugar, terminé en un baño. Alcé mi vista para contemplarme en el espejo. Había un joven rubio con ojos azulados y sombrero mirando por el otro lado, no parecía ser un espejo, sino una pequeña ventana.
–Perdón, estoy perdido, ¿podrías decirme dónde estoy?–pregunté–.
Aquel chico se movía cada vez que yo lo hacía.
–Escucha, ¿podrías ayudarme?–volví a preguntar–.
No comprendía que sucedía, lentamente me acerqué a él, mientras, él hacía lo mismo.
–¡Deja de imitarme! –dije enfadado tocando la ventana–.
Ahora parecía ser un espejo, pero quien estaba reflejado en él, no era yo.
Conseguí salir de aquel lugar extraño, pero el exterior me paralizó. Un lugar sediento, repleto de arena, un desierto inmenso y dunas elevadas. Hacía un calor abrasador. No vi ni un solo árbol, era un lugar limitado, con pequeñas casas de madera y algún que otro local con nombres sofisticados. La gente caminaba tranquila a pesar del calor, como si estuviesen completamente acostumbrados, algunos montaban a caballo con un ritmo lento de manera despreocupada, otros, incluso tenían varias pistolas y me hacían recordar a aquellas películas del viejo oeste o simples juegos ambientados en esa época, en el siglo XIX en la región de Estados Unidos occidental.
Me moví por aquel lugar lentamente al igual que todos los demás, pero por motivos totalmente distintos, ellos parecían conocer la tierra, parecían ser habitantes de toda la vida. Yo estaba totalmente perdido y mi mente no lograba comprender la razón por la cual estaba en aquel lugar. Paré delante de una gran taberna y tras pensarlo, entré sin motivo alguno. Me sentía cansado aunque no había caminado por más de cinco minutos. Había demasiada gente, todos me observaron al cruzar la puerta vaivén, pequeña y oscura. Me senté en un lugar alejado y no pedí nada, tapé mi rostro con el sombrero que llevaba sobre mi cabeza y presté atención a las conversaciones.
Algunos jugaban a cartas y apostaban todo su dinero, sus casas o sus ganados. Otros hablaban pacíficamente sobre las mujeres, algunos peleaban. Una taberna normal, salvo por una pequeña cosa, había una joven muy exaltada, gritando a todo pulmón.
–¿¡Dónde estoy!? –gritaba– No estoy loca, no sé qué es este lugar.
La observé de reojo. Varios hombres la sujetaban a la fuerza tratando de que se calmara, pero ella no parecía hacer caso. De pronto un hombre furioso, con barba larga, la apuntó con su pistola, le pidió a gritos que se tranquilizara. Aun así, ella no lo hizo, ¿acaso estaba demente? La iban a matar. No tenía pensado hacer nada, estaba demasiado confuso por todo, pero de veras aquel hombre la mataría.
–¡Perdonen señores! –grité levantándome– Es mi novia, discutimos hace poco y sigue un poco furiosa conmigo.
Fui con ellos, la agarré del brazo y la llevé conmigo.
–Gracias, buen hombre y contrólala más. –agradeció un señor–.
–Descuide, no volverá a suceder. –comenté con una sonrisa–.
Una vez fuera del local la seguí arrastrando conmigo hasta alejarnos un poco. La joven era alta y tenía una expresión seria y fría, me dieron escalofríos al verla, no transmitía nada bueno, más bien lo contrario, parecía oscura y triste.
–Dijiste que no sabías que era este lugar. –dije – Yo tampoco tengo ni idea, es la primera vez que aparezco aquí.
Esperé una respuesta a aquello. Tenía su mirada posada en el suelo, después de unos segundos la alzó lentamente y ojeo mi rostro, luego sin contestar, se marchó. Quedé parado en el mismo lugar, no la seguí, no entendía nada.
–¡Pero qué mujer!–exclamé ante tal actitud–.
No tenía nada que hacer, volví a la taberna de antes, ahora sí para tomar algo. Entré por la puerta, pero no había nadie dentro. Me acerqué a la barra.
–¿Qué se le ofrece joven? –preguntó un hombre que limpiaba los vasos–.
–Lo que usted me ofrezca. –contesté al no tener ni idea de lo que servían–.
Dejó sobre la mesa un pequeño vaso de vidrio y lo llenó con algún tipo de licor. Lo ojeé detenidamente, tenía un color rojizo, lo agarré con mi mano y lo llevé a mi boca.
–Está bueno, cargado pero al mismo tiempo no. –dije–.
El hombre soltó una carcajada.
–La especialidad de la casa.
–Ya veo... ¿Cómo se llama este lugar tan desierto? –pregunté–.
–Silver Storm. –contestó volviendo a sus tareas– Por eso esta taberna se llama Storm.
–Interesante. –asentí intrigado– ¿No estaría mejor un nombre como Gold Storm, por todo el desierto que hay? La arena es dorada.
–Tienes toda la razón, muchos nos preguntamos lo mismo, pero chico, ya sabes... –suspiró– Los nombres no los ponemos nosotros.
Era un hombre muy agradable. Tendría unos 50 años, llevaba un poco de barba y su pelo tenía alguna que otra cana, aunque se veía totalmente sano. Pero algo en él no terminaba de encajarme, una gran cicatriz en su rostro.
–Caballero, ¿qué le debo? –pregunté sacando algunas monedas de mi bolsillo–.
–Nada. Agradécelo a su amabilidad y buena forma, muchos jóvenes de por aquí lo único que buscan son peleas. Ya veo que aún se conservan chicos educados.
–Muchas gracias. –sonreí– Que tenga un buen día.
Salí de la taberna por la puerta, pero unos chicos en la entrada, me hicieron volver hacía dentro. Caminé marcha atrás despacio, por el miedo a tropezar, mientras ellos entraban por la puerta, enfocando sus pistolas hacía mi cuerpo. Alcé mis manos, cuando entró el último joven después de tres golpes, todos ellos cayeron al suelo rendidos, como si fuera por arte de magia, como si se hubiesen quedado dormidos. Luego pude ver, en su frente, un gran agujero de bala, y como de ese hueco, caía la sangre al suelo.
–A esto me refería sobre que los jóvenes buscan pelea. –dijo el hombre desde la barra– ¡Anna encárgate del local, voy a salir!
Quedé atónito, quieto en el mismo lugar.
–Veo que es nuevo por aquí, no le iría mal que alguien le enseñase la zona y le explicase alguna que otra cosa importante, para que no acabe muerto como le podía haber pasado ahora mismo. –dijo aproximándose hacia mí– Mi nombre es Steve.
–Encantado, soy Leo. –me presenté–.
ESTÁS LEYENDO
Mientras nuestra realidad duerme
Short StoryLeo, un adolescente de diecisiete años, duerme después de un día agotador, pero al mismo tiempo despierta en una realidad completamente diferente a la suya. El aire es pesado y caluroso, hay arena por todas partes, dunas elevadas y la gente viste co...