CAPÍTULO 2: ¿Fue todo un sueño?

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–Usted los mató, ¿no es así? –pregunté–.

–Así es, soy un gran tirador. –asintió satisfecho–.

Tras eso, Steve y yo salimos de aquel lugar. Me sacó de Silver Storm, ese sitio que hasta ese momento había sido el centro de mi atención. No conocía en absoluto a este hombre, pero de alguna manera, había captado mi confianza de forma inexplicable, lo seguía sin siquiera cuestionarlo.

El calor de este lugar era insoportable, sofocante, el sol ardía como nunca antes lo había hecho, provocando así una gran sequedad en mi boca y un cansancio pesado.

En medio del desierto, Steve me llevó hasta un rancho. Allí me mostró cinco caballos que pastaban tranquilamente y me explicó que esos caballos eran suyos, que cuando terminaba su trabajo en Storm dedicaba su tiempo a cuidarlos.

Cerca de aquel rancho, se encontraba su hogar. No era una casa grande, era robusta y al mismo tiempo anticuada, como si guardara historias de tiempos pasados. Era lo justo para convivir con su esposa, me explicó que tenía una, llamada Anna. Dentro de la casa, me enseñó su gran colección de pistolas, todas ellas dentro de un pequeño armario, por lo menos había siete, cada una de ellas preciosa.

De pronto, Steve suspiró profundamente, como si estuviera cansado, y sin comentar nada, agarró una de esas pistolas con delicadeza y luego me la ofreció, dejándola sobre mis manos. Sentí el frío del metal, a pesar del calor que hacía.

–Le vendrá bien. –dijo con una sonrisa–.

–Nunca antes he utilizado una. –expliqué– Ni siquiera sé cómo funcionan.

–Puedo enseñarle, ya viste que soy un magnífico tirador.

Después Steve continuó mostrándome el lugar. Se tomó su tiempo para explicarme cada detalle, haciendo que me sintiera bienvenido y cómodo en todo momento. Cuando llegó la hora de la cena, me invitó a sentarme en su mesa junto a su esposa, una mujer amable, al igual que él. Nos presentamos formalmente, y durante la cena, disfrutamos de una conversación amena.

Después de la cena, Steve insistió en llevarme de nuevo al exterior, pero esta vez de una forma completamente distinta, sobre uno de sus caballos, uno completamente negro, llamado, por supuesto, Black, un nombre simple, apropiado y gracioso al mismo tiempo. Mientras cabalgábamos bajo la noche, con una brisa un tanto acalorada, pero nada parecida a la de la mañana, me inundó una curiosidad y agradecimiento.

–Dígame algo, Steve –dije galopando–, ¿por qué me está ayudando de esta manera?

Steve, sin dejar de sonreír, respondió con sinceridad.

–Porque veo en ti a alguien con un gran potencial, una gran persona.

En ese momento, el sonido de un reloj grande, proveniente del ayuntamiento, interrumpió nuestra conversación. El reloj marcaba las doce en punto. De pronto, me encontré de vuelta en mi habitación tumbado en la cama, el sol iluminaba todo el cuarto. Estaba de nuevo en mi casa, con un escritorio y los apuntes para el examen. Fue todo verdaderamente extraño.

No entendía nada, me quedé unos minutos en la cama tratando de asimilar lo sucedido. ¿Había sido todo un sueño? Pero no se sintió así, fue tan vívido, tan real, que parecía más tangible que mi propia realidad.

Fui a la escuela confundido aún por todo. Durante las clases, apenas presté atención a lo que el profesor decía, en lugar de tomar notas, pasé las horas dibujando.

Durante la hora del descanso, continuaba sumergido en mis pensamientos. La imagen de la chica pelinegra, un tanto áspera, me vino en mente, una joven que parecía estar desesperada, asustada y confundida, totalmente desubicada, al igual que yo. Quizá esa chica, también era de este mundo y a los dos nos había ocurrido lo mismo y Silver Storm no fue producto de mi imaginación.

–Oye, Da Vinci, ¿qué te pasa? –preguntó Edison, un gran amigo mío– Estás muy distraído hoy, ni siquiera te apetece jugar al baloncesto, lo cual no es nada usual en ti.

–Lo siento, es que tengo la mente en otro asunto. –respondí–.

Mis pensamientos se centraban ahora en esa joven, su confusión y la manera en que había reaccionado.

–¿Es por alguna chica? –insistió, con una sonrisa pícara–.

–¡No! –respondí de inmediato, aunque luego, tras pensarlo un poco, añadí– Bueno... ayer conocí a una chica que fue terriblemente borde conmigo.

–¿Qué hizo?

–Nada, le hice una pregunta y salió corriendo sin decir una palabra.

–Eso es raro. –dijo pensativo– Las chicas de La Occitania te adoran.

–No lo creo. –contesté– De todas formas, no es de aquí.

–Bueno, te dejo tranquilo. –dijo dándome una palmada en el hombro antes de volver al partido– Te dejo a ti y a tu mente a solas.

El día pasó rápido gracias a estar constantemente pensando en Silver Storm y en aquella chica. Al fin llegó la noche y estudié un poco antes de acostarme, a pesar de no estar agotado físicamente, mentalmente sí lo estaba, apoyé mi cabeza sobre mi cómoda almohada y de forma inmediata, quedé dormido.

Alcé mis párpados lentamente, lo primero que vieron mis ojos fue un techo de madera, uno idéntico al que había visto el día anterior. Una carcajada salió de mí, como si estuviera satisfecho de haber vuelto. Estaba, otra vez, en Silver Storm. Esto no podía ser un sueño, ahora lo tenía completamente claro, dos veces el mismo lugar en un sueño, imposible. 

Mientras nuestra realidad duermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora