CAPÍTULO 8: Roto

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Al despertar, después de girar ligeramente mi cabeza, vi que Jenna se encontraba en la habitación, me sorprendí un poco al inicio. Estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y sus piernas cruzadas.

Algo no estaba bien, me observaba fijamente con demasiada determinación, con una expresión seria. Comencé a preocuparme.

–Hola... Buenos días –dije, levantándome de la cama– ¿Qué haces aquí tan temprano?

Ella no respondió, solo me observó en silencio. Me acuclillé a su lado y delicadamente besé su mejilla, un gesto que solía provocarle una sonrisa, una risa, pero esta vez, no hubo reacción, ni siquiera parpadeó.

–No quiero que me busques. –dijo de pronto–.

Aquella frase resonó en mi mente, provocando un dolor por todo mi cuerpo. Traté de calmarme e intentar hablar con ella.

–¿Por qué no quieres? –pregunté sin reprocharle nada, tan solo intentando que me explicase el porqué de su decisión– Si es por la tontería de que eres diferente, ya lo sé, yo también lo soy. No debes preocuparte por eso.

Me senté junto a ella.

Sabía que ella era más reservada y fría, pero había llegado a confiar en mí. ¿Por qué ahora sentía que me estaba cerrando todas las puertas?

Jenna apartó la vista de mí con un gesto doloroso.

–No es tan simple... –dijo finalmente, levantándose, sin mirarme– Hay ciertas cosas que me hacen llegar a esta decisión, no es por voluntad propia.

–¿Voluntad propia? –repetí, desconcertado, levantándome tras ella– ¿Entonces por qué es? ¿Qué significa eso?

Sabía que mi tono lentamente comenzaba a subir, pero no podía evitarlo. Cada segundo que pasaba, sentía como todo lo nuestro se rompía, como me alejaba de ella.

Volvió a quedarse en silencio, apretando sus manos con fuerza, como si tratase de contener algo.

La rabia empezó a crecer en mí. Una parte intentaba mantener la calma, pero otra se rompía, se hacía añicos con cada palabra que no pronunciaba. No podía soportarlo más.

–¿¡Acaso no me quieres!? –grité, perdiendo totalmente los papeles. Me estaba dejando llevar por mi enfado y ni siquiera estaba cuestionando lo que decía. Debajo de toda esa furia, se encontraba todo el dolor que sentía en aquel momento– Es eso, ¿verdad? ¡Estás conmigo solo porque soy el único con quien pudiste hablar aquí!

Mi respiración estaba agitada y mis manos temblaban como nunca antes lo habían hecho. Todo mi interior era un caos. Me dolía, me desgarraba la idea de que todo lo que habíamos vivido, no fuera más que una necesidad pasajera para ella.

Jenna alzó sus manos con suavidad, a pesar de estar también temblando, y sostuvo mi rostro entre ellas, con una mirada llena de tristeza.

–No, Leo, no es cierto, no digas eso. –dijo– Te amo. No sabes cuánto te amo. Añoro pasar mi vida junto a ti, pero es... es difícil...

–Jenna, de veras quiero entenderte, pero no puedo. ¿Difícil? ¿Por qué es difícil? –pregunté con la voz dolida, mientras en mi garganta se formaba un nudo– Si tanto deseas estar conmigo, si tanto me amas, ¿por qué no quieres que nos veamos? No lo entiendo... –mi voz se quebró al final, dejando en evidencia lo destrozado que estaba–.

El silencio que siguió fue insoportable. Podía ver cómo Jenna buscaba las palabras, como si quisiera explicarme algo, pero al mismo tiempo no. Finalmente, apartó su mirada y tragó saliva.

–No puedo... –dijo, dejando la frase suspendida en el aire– No puedo explicártelo.

Su respuesta fue como un golpe en el estómago. Las palabras, o más bien la falta de ellas, perforaron lo poco que me quedaba de esperanza. Había esperado algo, cualquier cosa que me diera una razón, pero todo lo que obtuve fue el silencio.

–Ahora no confías en mí, ¿verdad? –dije, sintiendo cómo la ira volvía a encenderse en mi pecho. Ya no era solo enojo, era el dolor, dolor de esas palabras, dolor de quien las decía– ¡Entiendo! –asentí frustrado– ¿Sabes qué pienso de todo esto? Que estás siendo egoísta, Jenna. ¡Porque ni siquiera te has parado a pensar en cómo todo esto me podría afectar a mí!

Las palabras salieron de mi boca sin filtro, cargadas de una ira que me sorprendió incluso a mí. Pero no podía detenerme. Estaba herido, mucho, y sin quererlo, traté de protegerme atacando. Aunque, en el fondo, sabía que mis palabras también la estaban lastimando.

Jenna me miraba fijamente, con sus ojos envueltos de tristeza. Pero no dijo nada. No había más excusas, supongo. Solo estaba ahí, frente a mí, afligida, rota.

El silencio entre nosotros se alargó, fue entonces cuando me di cuenta de algo extraño. Algo caía por mis mejillas. Me llevé las manos al rostro confuso. Lágrimas. Estaba llorando. Ni siquiera sabía en qué momento había comenzado. ¿Estaba llorando? Cada vez que esa duda recorría mi mente, mi cuerpo temblaba más. Me inundó un temor profundo, no podía ser, no podía estar llorando.

Jenna se acercó lentamente con la intención de consolarme. Podía ver en sus ojos que quería aliviar el dolor que sentía, que quería arroparme con sus brazos y decirme que todo estaría bien. No podía dejar que me viera así, roto y totalmente... vulnerable, porque ella se había convertido en mi único punto débil.

–¡No! –dije, apartándome bruscamente, sintiendo cómo mi corazón se partía en mil pedazos– ¡No quiero verte! Menos en este estado.

Corriendo me dirigí a la puerta, incapaz de mirar atrás. Mi corazón latía con fuerza mientras salía a toda prisa, sintiendo cómo las lágrimas seguían cayendo sin control alguno, no podía detenerlas de ninguna forma, estaba atemorizado, me estaba ahogando, no podía respirar.

Mientras nuestra realidad duermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora