1. Volver

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 Violeta Hódar:

Hacía cuatro años que no pisaba mi pueblo, un lugar pequeño y tranquilo donde las calles empedradas guardaban los susurros del pasado. Cuatro años desde que había colocado toda mi vida en una maleta, dejando atrás el aroma familiar de las casas de piedra, del pastel de calabaza de mi abuela, pero sobre todo del olor a vainilla de su piel. No había mirado atrás, ni siquiera había tenido el valor de despedirme.

Ese era el precio que había tenido que pagar para conseguir mi sueño, un sueño que ahora se me antojaba lejano y desdibujado en la distancia.

Se podía decir que casi lo estaba consiguiendo. Estaba a punto de graduarme en Bellas Artes, en una de las universidades más prestigiosas del país, a las puertas de empezar las prácticas en el estudio de mis sueños. Compartía un piso espectacular con dos de mis compañeras de clase, que se habían convertido en mis amigas más cercanas, al menos en aquella ciudad. Y acababa de empezar a salir con Natalia, una chica que había conocido una noche de las tantas que solía salir de fiesta con sus amigas, y aunque habían congeniado y realmente le gustaba, sentía que algo no encajaba.

Aun así, a pesar de todos los logros, seguía sintiéndome incompleta. Como si nada de lo que hizo en todo este tiempo hubiera podido llenar el vacío que percibía en su alma desde que había huido sin mirar atrás. El peso de su cobardía me acompañaba a diario, a veces sentía que nunca se iría, era una sombra que se alargaba en los momentos de silencio y soledad.

Cuando mi madre me llamó para decirme que mi abuela estaba enferma, el mundo se deshizo ante mis pies, sabía que tenía que volver, pero la noticia conseguía que el miedo y la incertidumbre hicieran aparición en mi interior, además la idea de que su abuela estuviese enferma y la culpa de todo el tiempo que había pasado sin visitarla, me rompía el corazón.

Mientras conducía hacia aquel lugar que siempre había sido mi casa, no podía dejar de pensar ella, en sus ojos verdes y profundos en los que podía perderme durante horas pero que eran los únicos que lograban que me encontrara.

En todo este tiempo, no recordaba haber pasado un solo día sin pensar en ella, sin preguntarme cómo estaba o qué estaría haciendo. Cientos de veces, pensé en llamarla, solo para escuchar su voz, pero nunca me atreví, no tenía derecho a hacerlo. Nunca quise reconocer en voz alta cuánto la necesitaba, cuánto la echaba de menos. Si lo hacía, significaba enfrentarme al doloroso error que cometí al marcharme.

Durante todos los días de los últimos cuatro años, me repetí una y otra vez que todo a lo que renuncie había merecido la pena, por todo lo que había conseguido. Lo repetí tanto que había logrado convencerme de que aquello era cierto.

También, como era incapaz de llamarla, a ella o a cualquiera de mis amigas me dedicaba a imaginar sus vidas de la forma más feliz en la que fuera capaz, porque pensar en ellas siendo igual de felices que yo aliviaba un poco de mi culpabilidad.

"¿Acaso soy verdaderamente feliz?" – pensé mientras el eco de esa pregunta sin respuesta se desvanecía en mi mente al ritmo de la música que salía de los altavoces de mi coche.

A veces, imaginaba que Denna finalmente se le había declarado a Alex y que ahora compartían un piso enanísimo en alguna ciudad cercana, también pensaba que seguramente Denna estaba terminando la carrera de fotografía mientras Alex seguramente terminaba alguna ingeniería mientras compaginaban sus estudios con algún trabajo a medio tiempo para poder permitirse el alquiler, pero que aun así volvían al pueblo todos los veranos.

Imaginaba que Ruslana había obtenido alguna beca de danza en una universidad super prestigiosa y que ahora estaría viviendo en algún sitio super chulo como Londres o Paris.

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