2. Huir del pasado

174 6 2
                                    

Chiara Oliver:

Avanzaba por el pueblo con la mirada perdida en la oscuridad, como si con cada paso pudiese dejar atrás el peso de lo que acaba de suceder. La rabia que estaba sintiendo no era contra Violeta, aunque bien podría haberlo sido. Mi rabia era sorda, latente y autodirigida, hacia mi debilidad, hacia mi incapacidad de mantenerme firme cuando se trataba de ella. Estaba enfadada por tantas cosas: por como mi piel se erizo al percibir ese aroma inconfundible, por como mis sentidos se nublaron ante su presencia, como si el simple hecho de tenerla delante alterara todo en mí. Estaba enfadada por seguir respondiendo a su voz como si fuese capaz de traspasarme el alma, estaba enfadada porque por más que lo había intentado, no podía huir del pasado.

¿Cómo podía quedarme en blanco al escuchar su voz? ¿Cómo podía permitir que mi corazón siguiera latiendo desocado con solo verla? Me enfadaba saber que seguía teniendo el mismo poder sobre mi, un poder que debería haber perdido luego de haberse marchado sin una palabra, después de lo que había pasado y dejándome sola a enfrentar el caos que había provocado aquella última noche.

Violeta Hódar. Un nombre que aún tenía el poder de estremecerme, de abrir viejas heridas que nunca sanaron del todo. Me había jurado no volver a dejar que Violeta me desarmara y, sin embargo, ahí estaba, tambaleándome de nuevo bajo el peso de un pasado que parecía que nunca me iba a soltar. Todo lo que durante años me había esforzado por enterrar, estaba resurgiendo con una fuerza aplastante. Me sentía desprotegida, como si volviera a ser una niña perdida con miedo a la oscuridad. Pero yo ya no podía permitirme ser así, ya no.

Y luego le había dicho aquello, le había hecho esa confesión. Aquella confesión que lo decía todo, pero que, a la vez, lo ocultaba todo. ¿De todas las cosas que podía haberle dicho, por que había tenido que admitirle justamente a ella, lo que había intentado negar durante tanto tiempo? Era una realidad, que, aunque pudiera parecer evidente, ni siquiera sabía si quería que Violeta supiera: que el nombre de su hija no era casualidad, que cada vez que lo pronunciaba era como gritar en silencio todo lo que no se atrevía a decir en voz alta. Pero, al final, había hablado sin filtros, en voz alta, y había permitido que viera un pedazo de la verdad que llevaba tanto tiempo escondiendo.

"Porque era la única manera en que podía pronunciarlo en voz alta sin ser castigada por ello" Le había soltado esas palabras sin pensarlo dos veces, y ahora se habían quedado resonando en mi mente, repitiéndose como un eco molesto que no me dejaba en paz. Había revelado más de lo que quería, más de lo que estaba dispuesta a aceptar, y ahora, mientras caminaba de vuelta a casa, todo lo que podía hacer era reprocharme mi vulnerabilidad.

No paraba de repetirme que tendría que haber mentido, que tenía que haberle dicho cualquier cosa menos la verdad, pero en ese momento no se me ocurrió ninguna excusa, ninguna mentira que fuese lo suficientemente convincente, no para eso. 

Me preguntaba si ella había sido capaz de notar el temblor en mi voz al hablar, si había notado la fragilidad de mis palabras. Porque esa confesión, había sido mucho más que una simple respuesta, de alguna manera, le había admitido que, a pesar de todo, ella seguía latente en cada rincón de mi vida. Había sido la confesión definitiva de que, aunque Violeta se hubiera ido, para ella, nunca se había ido del todo.

Las farolas de la plaza del pueblo pasaban como sombras fugaces mientras seguía caminando, intentando recomponerme de ese encuentro inesperado. Hacía mucho que había pasado mi casa, en mi intento por escapar, mis pies me habían llevado lejos de ese lugar, de ella, pero se me estaba haciendo imposible escapar de su recuerdo. El aire frio me golpeaba el rostro, y cada paso constituía un esfuerzo por no romperme, por huir de la verdad, o al menos intentarlo.

Violeta había sido mi refugio y mi ruina, y aunque debería estar enfadada, lo único que sentía era esa punzada amarga de haber revelado demasiado, sentía que me había traicionado. Ruslana me mataría si lo supiera, ella interpretaría que le estaba volviendo a abrir una puerta a mi vida, pero no lo estaba haciendo, pero, tenía que reconocer, que admitir lo que había dicho en voz alta, incluso de esa forma, era como admitir que una parte de mi aun pertenecía a Violeta, y que, por mucho que lo intentara, no podía arrancársela del todo.

Donde las estrellas bailan nuestra canciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora