3. El peso de una decisión equivocada

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Chiara Oliver:

Decidí dejar el estudio por el momento. Desde la conversación con Violeta, no había logrado concentrarme. Los recuerdos de todo lo que había pasado con mi familia no dejaban de inundarme, el hecho de habérselo contado a ella y su imagen, de nuevo en cada rincón de mi vida, era demasiado para manejar en este instante. 

Mire la hora: casi las cuatro de la tarde. La clase de Vivi con Rus está por terminar, así que decidí cerrar la librería y salir a buscarla, debía apurarme si quería llegar a tiempo. Mientras apagaba las luces y recogía los libros que había dejado sobre el mostrador, mi mente no paraba de viajar a lugares que prefería mantener encerrado bajo llave. No quería pensar en ella, pero se hacía imposible cuando la continuaba viendo, cuando seguía apareciendo en todas partes.

La academia de baile de Rus era un lugar especial, una extensión de los sueños de mi mejor amiga. No podía evitar sonreír cada vez que cruzaba sus puertas, ver sus sueños hechos realidad de alguna manera, era un recordatorio de lo lejos que había llegado, que habíamos llegado, a pesar de todo lo que la vida nos había arrojado en nuestro camino. Yo no era la única que había pasado malos momentos, ni la única que había perdido personas, pero Rus siempre fue la más fuerte de las dos. Hacía ya dos años que había decidido abrir ese espacio, cuando me mudé de la que solía ser mi casa, le dije que podía transformar el espacio para convertirlo en la academia de sus sueños. Y así lo había hecho, desde entonces se había convertido en la academia de danza más prestigiosa de la zona. Niñas y niños de todos los alrededores venían a dar clases con ella.

Cuando entre en el espacioso salón, donde sabía que le daba clases a los más pequeños, lo primero que note fue que mi mejor amiga estaba al otro lado de la sala. Estaba conversando animadamente con una chica alta de cabello negro. Debía ser la chica de la que me había hablado antes. Aunque desde donde estaba no podía ver el rostro de la chica, la sonrisa de Rus era brillante, le ocupaba todo el rostro, desprendía felicidad por cada poro. Jugueteaba nerviosamente con su cabello, era raro para mi verla en esa tesitura, no recordaba haberlo visto así nunca, ni siquiera con Aroa, bueno en verdad, hace mucho tiempo si hubo una persona que logro despertar esos nervios y esa sonrisa en Rus, pero eso había terminado mal, para mucha gente. De repente, al verla así, me sentí más ligera, feliz de ver que era posible que volviera a sentir eso.

Nuestras miradas se encontraron, y le guiñe un ojo de lejos, no queriendo interrumpir su conversación. Ella me devolvió la sonrisa y me saludo con un gesto de la mano. De repente, un pequeño torbellino vino corriendo hacia mí.

- ¡Mamá, mamá, te extrañé! – dijo con esa vocecita pequeña que me derretía el corazón.

- Yo también te extrañé mi vida – le respondí alzándola en brazos y apretándola contra mí. No había nada en el mundo que se sintiera mejor que ese abrazo.

- ¿Sabes, mami? Hoy hice una pirueta que Rus dijo que solo los mayores pueden hacer – dijo con entusiasmo, sus ojitos brillaban de emoción.

- ¿De verdad? ¡Si es que eres la mejor bailarina! – le conteste, fingiendo sorpresa y orgullo exagerados, lo que provocó que soltara una risa.

Vivi estaba emocionada, hablando rápido y saltando de un tema a otro. Me siguió contando sobre su clase y los nuevos pasos de baile que le había enseñado Rus y como habían estado practicando para el próximo espectáculo. Mi corazón se llenaba de orgullo cada vez que la escuchaba hablar con tanto entusiasmo sobre las cosas que le gustaban.

Mientras balanceaba a Vivi en mis brazos, mire de nuevo hacia donde estaba mi amiga, me producía una felicidad enorme verla a ella feliz. Le hice una seña a Rus para que supiera que me iba, pero sin querer interrumpir su conversación. Ella me devolvió el gesto, y su sonrisa seguía brillando. No pude evitar sonreír también. Nos veríamos más tarde, así que no había prisa. Mientras salía de la academia con mi hija en brazos, el sol de la tarde acariciaba mi piel, y en ese instante sentí una profunda paz.

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