2

47 5 0
                                    


La mañana siguiente comenzó temprano para Athenea del Castillo. Como siempre, se levantó con energía, se preparó un desayuno ligero y se dirigió al campo de entrenamiento del Real Madrid Femenino. El clima era fresco, ideal para una sesión intensa. Vestida con la ropa oficial del equipo, con su característico color blanco, Athenea llegó al campo con la energía de alguien que ha dormido toda la noche del tirón aunque no hubiera sido así exactamente.

En el vestuario, sus compañeras ya estaban listas, estirando y preparándose para el entrenamiento. La atmósfera era relajada, con risas y conversaciones informales sobre los planes del fin de semana. Athenea se unió al grupo, ajustándose las botas mientras escuchaba a Olga, una de sus amigas más cercanas en el equipo, contar una anécdota divertida sobre la noche anterior.

—Bueno, ¿y tú qué tal, Athenea? —preguntó Olga con una sonrisa cómplice—. Te vi hablando con Alejandro Vega en la fiesta. ¿Cómo estuvo eso?

Las demás jugadoras se giraron con curiosidad, esperando su respuesta. Athenea sonrió levemente, sabiendo que no podría evitar el tema.

—Fue solo una charla rápida, nada importante —respondió mientras terminaba de ajustarse las espinilleras.

—¡Nada importante! —exclamó Teresa Abelleira, sentándose a su lado—. Tía, es Alejandro Vega, el cantante más guapo de España, y tú dices que fue "nada importante". — se podría decir que en el vestuario solían escuchar sus canciones gracias a ella.

Athenea se encogió de hombros, tratando de quitarle hierro al asunto.

—Es simpático, pero no hay nada que contar. Sólo hablamos un poco y ya.

Olga la observó con una sonrisa pícara, como si no se creyera del todo su historia.

—Venga, Athenea, no seas tan reservada. El chico tiene fama de romper corazones, pero si no te interesa, seguro que hay un montón de tías, en este vestuario mismo, dispuestas a darle una oportunidad —bromeó, arrancando risas del grupo.

Athenea rió también, aunque por dentro sabía que la conversación con Alejandro le había dejado una huella mayor de lo que estaba dispuesta a admitir. Sin embargo, no era el momento ni el lugar para profundizar en esos pensamientos. Se puso de pie y estiró los brazos, señal de que estaba lista para empezar.

—Vamos a pasar de Alejandro Vega y si hay algo más que contaros prometo que lo sabréis ¿vale? —dijo con una sonrisa, marcando el fin de la conversación.

El entrenamiento comenzó con la intensidad habitual. El entrenador las puso a trabajar en ejercicios de pases, velocidad y coordinación. Athenea se sumergió en la sesión, cada movimiento calculado, cada pase medido. Aunque sus pensamientos volvían de vez en cuando a la fiesta, su disciplina y dedicación al fútbol siempre ganaban. Durante un ejercicio de tiros a puerta logró marcar varios goles seguidos, provocando los aplausos y vítores de sus compañeras.

A lo largo de la mañana, mientras el sol subía en el cielo y la temperatura aumentaba, el entrenamiento se intensificó. Sin embargo, Athenea no mostró signos de cansancio por la noche anterior. Al contrario, parecía más motivada que nunca, como si la conversación con Alejandro le hubiera dado una energía adicional, una chispa que alimentaba su deseo de mejorar.

Al terminar el entrenamiento, el equipo se reunió para un breve repaso de la sesión. Después, las jugadoras se dispersaron para ducharse y cambiarse. Mientras se dirigían al vestuario, Olga se acercó nuevamente a Athenea.

—¿Sabes? Aunque digas que no fue nada, creo que te viene bien desconectar un poco. Lo noté hoy en el campo, estabas más concentrada, más... no sé, motivada.

Athenea asintió, sin comprometerse demasiado.

—Quizás tengas razón. A veces, salir un poco de la rutina es bueno.

—Exactamente —dijo Marta, sonriendo—. Y quién sabe, quizá ese cantante famoso sea parte de esa desconexión.

Athenea solo sonrió, sin decir nada más, mientras se dirigían a las duchas. Sin embargo, no podía negar que la idea le rondaba en la cabeza.

---

Mientras tanto, en otra parte de Madrid, Alejandro Vega se despertó un poco más tarde de lo habitual, aprovechando un raro día libre. Después de la noche anterior, se permitió quedarse en la cama un rato más, revisando su teléfono y respondiendo a algunos mensajes. La mayoría eran de amigos que le recordaban las risas de la fiesta, pero también había algunos de su manager, recordándole el trabajo pendiente en el estudio.

Alejandro decidió que necesitaba un día tranquilo antes de volver al trabajo. Se levantó, se puso una camiseta básica y unos pantalones, y salió a encontrarse con un par de amigos en un bar cercano, uno de esos lugares acogedores y discretos donde podía relajarse sin ser molestado por la prensa.

El bar, ubicado en una calle tranquila de la capital, era uno de sus favoritos. Al llegar, encontró a sus amigos, David y Sergio, ya sentados en una mesa junto a la ventana, charlando animadamente. David, un viejo amigo de la infancia que ahora era fotógrafo, lo saludó con un fuerte abrazo, mientras que Sergio, su productor musical, le ofreció una sonrisa y un asentimiento cómplice.

—¡Alejandro, tío! —exclamó David—. La fiesta de anoche fue la leche, ¿eh? Cuéntanos, ¿qué tal con la futbolista? Te fuiste muy decidido a hablar con ella.

Alejandro se rió mientras tomaba asiento y pedía un café.

—No fue gran cosa, solo hablamos un rato. Es una chica interesante, pero ya sabes cómo es esto —respondió, tratando de no darle demasiada importancia.

—¿Interesante? —dijo Sergio, levantando una ceja—. Eso suena a que te dejó intrigado.

Alejandro se encogió de hombros, no queriendo admitir lo mucho que había pensado en ella desde el encuentro.

—No sé, tiene algo que... no se.

David y Sergio intercambiaron miradas, sabiendo que para Alejandro decir algo así significaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Mientras charlaban, el bar comenzó a llenarse de gente, y pronto, algunos jóvenes que estaban en una mesa cercana lo reconocieron. Dos chicas adolescentes se acercaron tímidamente, pidiéndole una foto y un autógrafo. Alejandro sonrió amablemente, acostumbrado a estos encuentros, y accedió sin problema. Tras un par de selfies y algunas palabras de agradecimiento, las chicas regresaron emocionadas a su mesa.

—Eres una estrella, tío —bromeó David mientras Alejandro se sentaba de nuevo.

—Cosas que pasan... —respondió Alejandro con una sonrisa.

La charla continuó, girando en torno a la música, los próximos proyectos y las anécdotas habituales. Después de un par de horas, Alejandro decidió que era momento de ponerse a trabajar. Se despidió de sus amigos y se dirigió al estudio de grabación, ubicado en una zona tranquila de la ciudad.

El estudio era su santuario, un lugar donde podía concentrarse y dejar que la creatividad fluyera. Al llegar, saludó a los ingenieros de sonido y se dirigió directamente a la cabina. Pasó la tarde trabajando en una nueva canción, ajustando detalles y experimentando con diferentes sonidos. Sin embargo, aunque estaba físicamente en el estudio, su mente seguía vagando, volviendo una y otra vez a la imagen de aquel balcón.

Pasó el resto de la tarde desarrollando ideas y ajustando detalles. No sabía si la canción terminaría en su próximo álbum, pero le gustaba tener siempre una opción preparada.

Cuando finalmente dejó el estudio, ya caía la noche sobre Madrid. Con los auriculares puestos, escuchando la versión preliminar de la canción, Alejandro caminó hacia su coche, sintiéndose extrañamente satisfecho.

Athenea del Castillo seguía siendo un misterio para él, pero sabía que la historia entre ambos, aunque apenas había comenzado, tenía un largo camino por delante. Y aunque no sabía cuándo volvería a verla, una cosa era segura: no la dejaría escapar tan fácilmente.

Todo contigo  | Athenea del Castillo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora